SALVAR A LA EMPRESA PRIVADA EN AFGANISTÁN
A principios de diciembre, la moda afgana encontró un lugar en la edición para el Medio Oriente de la revista Vogue, una serie de elegantes modelos con vestidos coloridos y de alta gama hechos por artesanos de Afganistán.
La moda en las páginas de Vogue también fue presentada en una exposición patrocinada por Estados Unidos que visité aquí en Dubai, centrada en las exportaciones afganas, que incluía alfombras, frutas y nue- ces, mármol y piedras preciosas. Era una pequeña muestra de las riquezas que mi país natal podía vender al mundo.
Las exportaciones de alfombras de Afganistán han llegado a alrededor de 200 millones de dólares anuales. La suma relativamente pequeña, en términos de exportaciones nacionales, representa más o menos una tercera parte de todas las exportaciones legales afganas de 600 millones de dólares; dado que las importaciones son de unos $8 mil millones, el resultado es un enorme déficit comercial. La humilde exhibición de Dubai fue un recordatorio de que Afganistán necesita mirar hacia adentro para construir un futuro económico después de que la ayuda externa se agote.
El presupuesto de Afganistán sigue siendo en su mayoría financiado por donantes internacionales, lo que se traduce en 70 % del gasto general del gobierno y su presupuesto total para la seguridad, que cubre a un ejército y fuerza policial de 350.000 personas. La seguridad sigue siendo un problema importante dado que los talibanes controlan el 10 % del país y están disputando un 20% más. En Bruselas este año, donantes internacionales liderados por EE. UU. y la Unión Europea se comprometieron con financiar a Afganistán hasta 2020, con la esperanza de comprar cuatro años más de estabilidad y contener la histórica migración de afganos hacia Europa.
Afganistán se encuentra sobre reservas de petróleo, gas y minerales por valor de más de $1 billón de dólares. Se esperaba que la minería generara $1,5 mil millones para Afganistán en 2015, pero esa cifra alcanzó solo $30 millones. El problema radica tanto en la corrupción como en el control de las zonas donde están situadas las minas.
Ha habido un aumento en las exportaciones de piedras preciosas y semipreciosas -lapislázuli azul profundo, esmeraldas y rubíes- hacia China para la joyería. La mayoría de estas piedras se extraen de unas 3.000 minas ilegales en el país. Global Witness, un organismo de control con sede en Londres, estima que los talibanes y otros grupos armados ganan hasta 20 millones de dólares al año por la extracción ilegal de lapislázuli de la provincia de Badakhshan.
El mayor potencial de inversión extranjera en el país -un proyecto chino para la de minería de cobre por valor de 3 mil millones de dólares ubicado no muy lejos de Kabul- se ha estan- cado durante años debido a la incapacidad del gobierno para asegurar el sector. Al darle prioridad a la seguridad para la minería y otros proyectos, tanto los afganos como los Estados Unidos reducirán sus cargas después del 2020, ayudando al país a dar pasos hacia un punto en el cual puede financiar su propio presupuesto nacional y fuerzas de seguridad.
En los últimos años, la construcción de carreteras interurbanas y la inversión en agricultura han ayudado a aumentar las exportaciones agrícolas de manera significativa. La agricultura ahora representa el 25% de la economía afgana y emplea al 70% de la población.
Afganistán ha logrado avances al abrir el sector de la tecnología de la información, una vez monopolizado por el gobierno, a la inversión privada. El país cuenta con alrededor de 20 millones de usuarios de teléfonos móviles y tres millones de usuarios de internet, según la Agencia Central de Inteligencia. Una red existente de cable de fibra óptica podría estar conectada con Pakistán y con Tayikistán y Uzbekistán en el norte, lo que daría a Afganistán un costo potencial de datos de 200 millones de dólares al año, según expertos estadounidenses.
Yo estaba trabajando con Etisalat, un inversionista de telecomunicaciones, en 2007, cuando este expresó interés en construir un parque de tecnología de la información con otras compañías de telecomunicaciones y tecnología. Después de expresiones iniciales de apoyo por el gobierno, no hubo compromisos para ofrecer seguridad ni acceso a la energía eléctrica. El proyecto, el cual podría haber dado empleos a miles de jóvenes afganos, nunca se realizó. Casi una década después, el país aún está plagado por falta de seguridad, fracaso burocrático e infraestructura débil.
El sector privado afgano se enfrenta a un futuro más sombrío que en cualquier momento desde que las fuerzas estadounidenses llegaron en 2001.
Las empresas con ingresos decrecientes se ven presionadas a pagar más impuestos para cumplir con los objetivos fijados por los donantes internacionales y el FMI, una situación que está llevando a las grandes a considerar retirarse de Afganistán. En lugar de la recaudación absoluta de ingresos, los programas de ayuda internacional deben estar supeditados a las reformas que aumenten el PIB y ponen en movimiento a los motores económicos