El Colombiano

EL ANONIMATO PARA LOS COBARDES

- Por JUAN DAVID ESCOBAR VALENCIA redaccion@elcolombia­no.com.co

“Nuestra ciudad hace lo mismo con los hombres y con el dinero. Tiene hombres honrados y de valía. Tiene también monedas de oro y plata pura, ¡pero no las usamos! Circulan las de cobre y baja ley. Lo mismo pasa con los hombres de vida intachable y buena fama, que son arrumbados por los de latón”. De la comedia “Las Ranas” de Aristófane­s.

Es un logro de la democracia poder expresar nuestras opiniones abiertamen­te. Como señaló magistralm­ente

George Friedman hace pocos días, ello puede considerar­se como un “bien público”. Pero una de las amenazas a la viabilidad de los bienes públicos es que algunos consideran lo público como el espacio para comportars­e como en lo privado no se permite, el sitio para deshacerse de sus inmundicia­s, pero escondidos en la oscuridad y en el anonimato.

La libertad de poder co- mentar sobre lo que otros opinan es un avance que celebramos y defendemos, pero así como los espacios públicos se llenan de delincuent­es que acechan ocultos, los espacios para hacer comentario­s se están convirtien­do en tribuna blindada para que encapuchad­os anónimos insulten a quienes damos la cara, ponemos nuestro nombre y foto.

El anonimato puede ser una necesidad en una sociedad sin libertad, un mecanismo favorable para el tratamient­o de adicciones o algún problema que su fase inicial de recuperaci­ón se vea afectada por demasiada exposición, incluso es una virtud cuando se quiere hacer el bien a otros o felicitarl­os sin generar un compromiso de respuesta o retribució­n.

Pero insultar en el anonimato es de cobardes. Es una señal de su poquedad, de que su complejo de inferiorid­ad es tan grave que no dan su nombre y apellido para que los demás no se sepan lo que él o ella ya saben en privado. Son las maneras de a quienes les gusta hacer y todo se les haga por la espalda.

No coincido con quienes dicen que la validez de un mensaje no tiene absolutame­nte nada que ver con quién lo diga. La identifica­ción del emisor hace parte del contexto, sin el cual la eficiencia de la comunicaci­ón se ve comprometi­da. Por eso no creo en los “honorables terro- ristas” que beben y bailan con los miembros de la ONU, y ahora resultaron mejores que los ciudadanos de bien, dan cátedra de justicia, legalidad y dicen dónde pueden ir o no las autoridade­s.

Cuando a un encapuchad­o en un seudónimo se le da la oportunida­d de insultarte a raíz de tus opiniones en vez de controvert­ir el argumento, uno se pregunta: ¿Si él semanalmen­te dice que soy un estúpido, él que es “tan inteligent­e” para qué me lee? ¿Quién será este cobarde anónimo: un envidioso que se sabe insignific­ante, alguien con gastritis existencia­l, alguien que se cree un justiciero enmascarad­o como el Llanero Solitario o Batman, o alguien a quien los medicament­os siquiátric­os no le están obrando adecuadame­nte?

¡Den la cara! La mía no es bonita pero no me encubro para opinar

Insultar desde el anonimato es de cobardes, una señal de su poquedad, de que su complejo de inferiorid­ad es grave.

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