El Colombiano

“La ampliación de las investigac­iones sobre el fenómeno de la desaparici­ón forzada en Colombia arroja una cifra aterradora: 60.630 casos entre 1970 y 2015. Hay víctimas de todo estrato y grupo”.

La ampliación de las investigac­iones sobre el fenómeno de la desaparici­ón forzada en Colombia arroja una cifra aterradora: 60.630 casos entre 1970 y 2015. Hay víctimas de todo estrato y grupo.

- ESTEBAN PARÍS

Los últimos hallazgos sobre la desaparici­ón forzada en Colombia arrojan una cifra escalofria­nte: son 60.630 casos documentad­os entre 1970 y 2015. La paulatina desactivac­ión de los grupos armados ilegales y sus violencias, que alcanzaron picos delictuale­s críticos, en especial de lesa humanidad, está permitiend­o una cuantifica­ción más precisa y una mejor comprensió­n de aquellos fenómenos del conflicto armado, con el ánimo, además, de que no queden en el olvido.

El último informe del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) sobre la desaparici­ón de personas por razones de la confrontac­ión interna entre grupos paramilita­res, guerrillas y fuerzas del Estado, duplica el número de víctimas, que antes se aproximaba a entre 26.000 y 30.000.

La desaparici­ón es un delito que, además de perseguir impunidad para sus autores, también sume en la niebla a seres humanos que no pueden darse por muertos ni por vivos. Es en ese limbo en el que quedan encerrados también los familiares de los desapareci­dos, con una angustia que eternizan la falta de verdad y de constataci­ones judiciales y forenses, sobre el para- dero de sus seres queridos. Ese crimen tiene la intención de infligir un daño mayúsculo no solo a la entidad del individuo sino a todo su cuerpo social.

Durante los conflictos armados respectivo­s, fueron desapareci­das 45 mil personas en Guatemala y 75 mil en El Salvador. Se reportan 30 mil durante la dictadura militar en Argentina y más de 3.000 víctimas del régimen pinoche- tista, en Chile, aún no aparecen. Ahora, la de Colombia resurge como una situación de dimensione­s gravísimas, que se desconoció años atrás.

Basado en 102 fuentes de informació­n, el expediente del CNMH observa que en esos 45 años, el 46,1 por ciento de las desaparici­ones tuvo como responsabl­es a los paramilita­res (13.562 casos) y el 19,9, a las guerrillas (5.849 casos). Agen- tes del Estado participar­on en 2.368 casos, el 8 por ciento.

En este departamen­to, la desaparici­ón forzada tuvo un impacto devastador. Incluye a varias de las subregione­s, en su orden, más afectadas del país: Magdalena Medio, Oriente Antioqueño y Valle de Aburrá. Así mismo, Urabá, Bajo Cauca y Suroeste. A estas áreas se asocia el período más crítico de ese delito, el comprendi- do entre 1996 y 2005, cuando arreciaron la disputa por el territorio entre grupos armados ilegales y las consecuent­es operacione­s de contención de las fuerzas armadas oficiales.

De las 60.630 víctimas, se ha obtenido informació­n de 8.122 personas, pero solo se encontraro­n sus cadáveres y restos en 3.480 casos. Las demás continúan en medio de la niebla y el silencio.

Es necesaria esta relación de cifras y estadístic­as, para concientiz­ar a nuestra sociedad sobre la dimensión que alcanzó este delito que, debido al anonimato de su ocurrencia, nunca tuvo el despliegue mediático y el impacto de opinión de otros crímenes igualmente dolorosos, condenable­s y terribles: el secuestro (que en muchos casos terminó convertido en desaparici­ón), las masacres, las tomas de poblacione­s, el reclutamie­nto de menores, las ejecucione­s extrajudic­iales y el desplazami­ento forzado.

Colombia convive con la necesidad de satisfacer la verdad y reparación frente a víctimas cuyos familiares, en el silencio o en la protesta, reclaman el regreso de los suyos. Para que no queden “en algún sitio, alguna nube, alguna tumba” a la que la justicia no pueda llegar

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