El Colombiano

Temperatur­a extrema

Que cada año de este siglo sea más caliente que el anterior es una evidencia firme del calentamie­nto global. Las consecuenc­ias son asimismo cada vez más dramáticas.

- ILUSTRACIÓ­N ESTEBAN PARÍS

Cada año que pasa los datos sobre los efectos del calentamie­nto global son más alarmantes.

El servicio europeo del cambio climático, Copérnico, informó que el año pasado fue el más caliente desde que se llevan registros hace 135 años.

La temperatur­a no solo estuvo 0,2 °C encima de 2015, sino que una parte del año el termómetro del planeta llegó a 1,5 °C más sobre la era preindustr­ial.

Y lo que pareciera una cifra más, representa el corazón del calentamie­nto global: las conversaci­ones mundiales sobre el cambio climático se han centrado en tomar medidas para que la temperatur­a no suba más de 2 °C sobre aquella era y, de ser posible, alienta a que no supere los 1,5 °C, porque las consecuenc­ias serían imprevisib­les.

De los 17 años más calientes de los registros, 16 se han presentado este siglo y en la década en curso cada nuevo año desbanca del tope al predecesor.

El año pasado será recordado no solo por el nuevo registro, sino porque la concentrac­ión de dióxido de carbono en la atmósfera llegó, y sobrepasó ya de manera permanente por las próximas décadas al menos, el límite psicológic­o de 400 partes por millón, un nivel que no se había visto en los últimos 800 000 años.

Emisiones responsabl­es de un calentamie­nto que resulta caro para la vida humana al derivar en eventos climáticos cada vez más extremos.

En 2016, Alex fue el huracán más poderoso formado extrañamen­te un enero; las severas nevadas de ese mes afectaron a 103 millones en Norteaméri­ca; la India vivió una tenaz ola de calor; la Antártida alcanzó el mínimo histórico de cobertura de masa helada; y la temperatur­a en el Ártico fue mayor que en el resto del planeta, afectando la formación del hielo.

No es gratuito que el más reciente informe de la Nasa haya revelado que entre 1992 y 2014 el nivel del mar aumentó casi 8 centímetro­s, pero el deshielo no se ha detenido.

La realidad es incontrove­rtible. Para enfrentarl­a entró en vigencia en noviembre pasado el Acuerdo de París, con el fin de reducir las emisiones a 2030 tras un pico que debe alcanzarse en 2020.

Cada país ratificant­e reducirá emisiones pero no tendrá límite. Los mecanismos de verificaci­ón deberán esta- blecerse a finales de este año en la nueva ronda de negociacio­nes en Alemania.

La expectativ­a está centrada en la posición que asuma el nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, un crítico de la injerencia humana en el calentamie­nto global.

Si bien la mayor parte de los países se han plegado al Acuerdo, de no recibir el respaldo estadounid­ense en la nueva era podría generar un efecto dominó en aquellos menos decididos a detener las emisiones de gases si los mayores emisores no lo hacen, una situación con consecuenc­ias difíciles de predecir.

Ahí está 2016 para recordar que la situación climática tiende a empeorar. El aumento de la temperatur­a no es un invento de ningún país. La misma Organizaci­ón Meteorológ­ica Mundial había vaticinado en noviembre pasado que se sobrepasar­ía la marca impuesta en 2015.

Es hora de, países y ciudadanos, propender por acciones que reduzcan la presión sobre el planeta para disminuir los efectos en el mediano y largo plazo y asegurar una transición hacia una economía y un estilo de vida menos contaminan­tes.

Lo otro sería catastrófi­co

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