BAGAZOS QUE DUELEN
La semana pasada los señores Juan David Escobar Valencia y
Juan Gómez Martínez, columnistas de este periódico, se refirieron en sus artículos al anonimato como herramienta de los cobardes para insultar a aquellos con cuyas opiniones no comulgan. Me uno al coro.
Y me pregunto quién hace más daño: ¿Los que obedeciendo a nuestras convicciones damos una opinión honesta sobre un tema determinado y la refrendamos con nombres, apellidos, foto y correo electrónico, o aquellos que por no compartirla, lejos de debatir con argumentos, se limitan al insulto personal?
Que a un bagazo poco caso, dicen, pero no es tan sencillo. A veces esos golpes duelen, y mucho, aunque vengan de desconocidos que se creen con poder para dejar en entredicho nuestra integridad moral.
Que mis hijos fueron concebidos en el atrio de la Veracruz, me dijo un ser rastrero alguna vez. Que soy lesbiana, me dijo otra, como si ser lesbiana fuera un delito. Cuando escribí pidiendo que las mascotas sean queridas pero que prime el res- peto por el ser humano, alguien me lanzó una maldición: Que me muerda un perro bravo. Y todo porque ella dedujo, perdida en el desconocimiento, que yo odio los animales. El perro bravo todavía no me ha mordido y tengo dos gatas por las que me muero de amor.
Pero no siempre son anónimos los que ofenden. Alguna vez me quejé del mal funcionamiento de algunas epeeses y un señor, con nombre y apellido, concluyó que “eso le pasa por pobretona y por no tener medicina prepagada”. Pobretona es otro insulto que no cabe en un país como el nuestro, porque un sistema de salud en crisis nos mide a todos con el mismo rasero. Bueno, a casi todos, para que saquemos al señor ricachón de esta colada de pobres.
Y el último caso del anecdotario, para no cansarlos, es el de un lector como bipolar que se debatía por mí entre el amor y el odio, pero primó el último. Tiro por lapo se deshacía en insultos, me acusaba de escribir columnas por encargo, de ser una vendida, de cultivar el odio y de que “esta región no avance” (¡¿ ?!). Y hablo en pasado porque hice clic en una tecla que, en casos como este, es el mejor remedio para la salud mental: Bloquear. Pero no siempre la solución es tan sencilla.
Y por favor no salgan con cuentos tan simplistas como “si no acepta la crítica, no escriba”. La invitación es a criticar con argumentos y con respeto, y no solamente frente a una colum- na de opinión, sino en la vida entera. O si no miren el país. Dejando muchos pelos en el alambrado, Colombia está entrando en la etapa del posconflicto, pero áulicos y detractores han agudizado una guerra de insultos de la que nadie se salva. Todos, dependiendo de nuestra posición frente al proceso de paz, somos fascistas corruptos o comunistas enmermelados. ¡Qué violencia verbal!
El pasquín que amenaza, el comentario que deshonra, la intimidación soterrada y los insultos indiscriminados muestran nuestro pobre nivel de argumentación y el nulo respeto por la diferencia que tanto predicamos.
Más haríamos si pudiéramos entender que, aún desde orillas opuestas, cada uno es dueño de un pedacito de la verdad, no de la verdad completa. Y si no es posible entenderlo, por lo menos no nos pongamos una máscara para decirlo
La invitación es a criticar con argumentos y respeto, no solo frente a una columna de opinión, sino en la vida entera.