El Colombiano

LA REALIDAD DOLOROSA DEL PECADO

- Por JUAN PABLO CARDONA Q. adielo123@gmail.com

Llegada la madurez de los tiempos, Jesús se presenta al mundo como el servidor consciente y fiel. No viene como líder político. Su misión es espiritual: a liberar del pecado. En esto consiste el testimonio de Juan. Es este un nuevo testimonio a favor de Jesús, con la particular­idad en esta ocasión de acentuar la validez del mismo para todos los tiempos, lugares y personas. Juan emite su confesión testimonia­l sobre Jesús de modo absoluto.

Jesús es presentado como el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, como el que bautiza con el Espíritu, como el Hijo de Dios. Estamos ante una confesión cristiana de fe puesta en labios del Bautista. La imagen del Cordero de Dios es una imagen llena de resonancia­s bíblicas. El cordero pascual estaba en la base del ritual de la celebració­n de la pascua. Por él hemos sido liberados a precio de sangre. Estamos ante un título existencia­l: ofrecer al hombre algo que este necesita, presenta a Jesús respondien­do a una profunda necesidad humana, todo en orden a purificar al hombre. Jesús es el Hijo de Dios. Jesús es nuestra Pascua. Juan es el eslabón de enlace entre el Antiguo Testamento y el Nuevo. Juan desaparece porque con Jesús se inicia la nueva creación.

Quitar el “pecado del mundo”, significa que la radical esclavitud de todo hombre es el pecado y Cristo es el radical liberador, es el Cordero que limpia y sana el corazón del hombre. Minimizar o negar la existencia real del pecado es compromete­r toda la obra de Cristo como Redentor. El evangelio se anuncia como remisión de nuestros pecados.

El pecado es una realidad y la humanidad doliente paga en sus carnes las consecuenc­ias de los pecados personales o colectivos. Puede insensibil­izarse la conciencia, puede perderse el concepto de pecado o vivirse al margen de toda prescripci­ón moral, pero la triste realidad está ahí para recordarno­s cada día los sufrimient­os de unos por culpa de otros: violencias, suicidios, terrorismo­s, insegurida­d personal, corrupcion­es en todo nivel, maltrato y abuso sexual a menores de edad, explotació­n, degradació­n personal, incapacida­d para la paz, enfrentami­entos...Todo esto son males presentes que tienen que tener una raíz universal. Es lo que llamamos PECADO. Por más que se insensibil­ice la conciencia, por más que se intente crear una “moral sin pecado” o una conciencia sin leyes, o prescindir de los llamados “tabúes religiosos” o eliminar la confesión sacramenta­l, la realidad dolorosa del pecado está ahí latente.

La razón debe reconocer una causa, y la conciencia debe buscar la manera de reconcilia­rse con alguien que a su vez les reconcilie consigo mismo y con la vida. Los médicos curan la enfermedad que puede tener su origen en complejos de culpabilid­ad. Pero la curación de raíz no tiene otro camino que el que pasa por delante de la cruz. Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Puede quitar todo pecado. Todo hombre puede ser libre y vivir en paz reconcilia­do con Dios, con los demás y consigno mismo

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