POSMODERNIDAD Y VIDA LÍQUIDA
El politólogo y científico social polaco Zygmunt Bauman es uno de los pensadores más lúcidos e influyentes de nuestro tiempo. “Líquido” es una de las categorías centrales y de gran riqueza analítica de su pensamiento. Su tesis es que en la sociedad actual todo es líquido, inconsistente, evanescente: la modernidad, los miedos, los temores, el amor, la vida. Las condiciones de vida y de acción y las estrategias de respuesta se modifican con tal celeridad que no pueden consolidarse ni traducirse en hábitos y costumbres.
Nuestro mundo avanza a un ritmo vertiginoso pero sin rumbo, cambia pero sin consistencia. No hay tiempo para que las cosas echen raíces. La precariedad es el signo, y el sino, de nuestro tiempo. Pareciera que el imperativo categórico fuera estar poniéndose al día constantemente. Las cosas se adquieren y se desechan con celeridad compulsiva. Las capacidades se tornan discapacidades en un instante. La apelación a la experiencia es signo de decrepitud. Se impone la velocidad frente a la duración, la aceleración frente a la eternidad, la novedad frente a la tradición, el consumismo frente a la ciudadanía. “El consumidor, afirma, es enemigo del ciudadano”. Hemos pasado del miedo al cambio al miedo al estancamiento.
La vida líquida se caracteriza por ser una “cultura del desenganche, de la discontinuidad, del olvido”; que no educa en la reflexión, ni en la actitud de búsqueda, sino en la ojeada fugaz. No hay convicciones firmes, solo opiniones que pueden cambiar tanto en la política como en el debate intelectual. Cada vez hay menos personas dispuestas a dar su vida por algo o por alguien. Se ha pasado de la figura del mártir a la del héroe como camino más rápido para conseguir celebridad.
Las reflexiones de Bauman no dejan a nadie indiferente. Se compartan o no, dan que pensar. Llevan por veredas inexploradas, no por los caminos del éxito seguro en los negocios. Provocan insatisfacción como punto de partida para cambiar la realidad. Invitan a construir relaciones simétricas, cálidas, duraderas, auténticas, no mediadas crematísticamente. Sus pensamientos no acaban en desencanto y apatía. Su libro Vida líquida termina con una llamada a la esperanza entendida como encuentro entre imaginación y sentido moral. La esperanza se resiste a reconocer la jurisdicción “de lo que es” y a someterse al dictamen de la realidad. Es esta la que tiene que explicar por qué no siguió el criterio marcado por la esperanza y apelar a la utopía. El mundo tiene que demostrar su inocencia ante el tribunal de la ética. Y por el momento no le va a ser posible demostrarla, porque dicho tribunal está sometido al asedio del mercado, que es el mejor ejemplo de inmoralidad