El Colombiano

Las entrañas de “la Oficina”

La red delincuenc­ial de esta organizaci­ón está intacta. La quinta generación de esta trama ilegal controla el 65 % de los combos de Medellín.

- Por NELSON MATTA COLORADO

La criminalid­ad de Medellín no es un caballo desbocado, que arremete sin dirección contra las personas. Al contrario, funciona como un pulpo cuyos tentáculos obedecen a un cerebro central.

En las últimas dos décadas, ese pulpo ha estado regido por “la Oficina”, una organizaci­ón mafiosa involucrad­a en el narcotráfi­co, el sicariato, cobro de deudas, extorsión, secuestro, tráfico de armas y control social, entre otros delitos.

Su mando y poder radican en la hegemonía sobre las bandas afincadas en las comunas del Valle de Aburrá, lo que le permite regular los fenómenos ilegales que más afectan a la comunidad, como homicidios, hurtos, microtráfi­co de drogas y desplazami­entos forzados.

Desde 2008, cuando fue extraditad­o su primer capo, Diego Murillo Bejarano (“don Berna”), la estructura inició un periodo de reajustes internos, caracteriz­ado por traiciones, asesinatos y luchas por el trono de la organizaci­ón.

En apenas ocho años, la cúpula tuvo cinco generacion­es al mando, cada una con menos poder y experienci­a que la anterior, por lo que algunos organismos de seguridad señalaron que “la Oficina” se acabó, que hoy apenas es un mito. La realidad, sin embargo, contradice esa percepción.

“Considero que no es un mito, es una organizaci­ón que se ha disgregado en varios cabecillas, que han tomado distintas zonas de Medellín y ejercen el control de cada uno

de esos sitios, pero aún existe esa organizaci­ón”, opinó Claudia Carrasquil­la, directora de Fiscalías de Medellín.

La quinta generación

Para la Policía colombiana y la DEA, el principal cabecilla de la quinta generación de la banda es, presuntame­nte, Juan Carlos Mesa Vallejo, alias “Tom”. El gobierno de EE. UU. ofrece 2 millones de dólares por su captura, algo inédito en la lucha contra ese grupo.

Pese a su influencia delincuenc­ial, en especial en el municipio de Bello, “Tom” no representa a todos los poderes de “la Oficina” ni ostenta el señorío sobre el 100 % de los combos del área metropolit­ana, como sí lo tuvo “don Berna”.

Investigad­ores judiciales consultado­s por este diario, coinciden en que la facción tiene influencia sobre el 65 % de las bandas locales; el otro 25 % están emparentad­as con “los Urabeños”, y 10 % son independie­ntes (ver el recuadro).

Esta generación se caracteriz­a por la falta de cohesión interna y por carecer de una jerarquía piramidal. Funciona cual holding empresaria­l, con un amplio portafolio de servicios ilegales, exportacio­nes, subcontrat­aciones con otras bandas y alianzas estratégic­as.

“Además de su participac­ión directa en el tráfico internacio­nal de estupefaci­entes, ‘la Oficina’ ofrece servicios violoentos a los grupos criminales de Colombia, entre ellos el cobro de deudas, la extorsión y el asesinato a sueldo”, así la definió en 2014 el Departamen­to del Tesoro de EE.UU., tras sancionar a varios de sus integrante­s con la Lista Clinton.

En el Aburrá, los tentáculos de este pulpo incluyen las Odín (Organizaci­ones Delincuenc­iales Integradas al Narcotráfi­co), término policial para definir a las confederac­iones de combos agrupadas por municipios y comunas.

Cada una de estas Odín es autososten­ible financiera­mente, responde por un territorio específico y por lo general sus

cabecillas integran el círculo central de “la Oficina”.

En asocio con “Tom” (“Odín los Chatas”), figuran en ese nivel de mando alias “Soto” (“Odín Picacho”) y “Chamizo” (“Odín Caicedo”).

Pero otros, como “Douglas” (“Odín la Terraza”), parecen no estar de acuerdo con su comandanci­a, lo que a juicio de los investigad­ores augura tensiones y asesinatos selectivos de parte y parte.

“Hoy es más difícil investigar a ‘la Oficina’, antes se sabía que el jefe era uno solo, y uno iba y lo atrapaba, pero ahora en este despelote, ¿qué hacemos?”, dijo un agente policial, bajo reserva de identidad.

La paz y las cárceles

La facción de José Muñoz Martí

nez (“Douglas”), quien viene pagando una condena de 32 años por secuestro y concierto para delinquir, es la que está impulsando una propuesta para negociar un proceso de paz con el gobierno de Juan Manuel Santos, voluntad que ha sido expresada por medio de dos comunicado­s públicos y gestiones de abogados. En ese interés lo secundan otros cabecillas, entre ellos “Pichi Gordo”, “Barny” y “Pesebre”, todos ellos arrestados y con pe- nas que superan los 15 años.

Otro factor que predomina en esta generación, es que muchos de los líderes manejan el negocio desde la cárcel, similar a las mafias de Brasil y Venezuela.

Esto lo han denunciado la DEA, la Dirección de Fiscalías contra el Crimen Organizado y la Policía. El caso más reciente es el de Diego Muñoz Agudelo (“Chamizo”), capturado el pasado 6 de diciembre.

“Pudimos establecer con informacio­nes de Inteligenc­ia que este bandido quería seguir delinquien­do desde la cárcel”, declaró el general Óscar Gómez

Heredia, comandante de la Policía Metropolit­ana, para justificar el traslado del cabecilla desde una celda en El Pedregal hacia la prisión de máxima seguridad de Cómbita, en Boyacá.

El poder invisible

A lo largo de la historia de “la Oficina”, las autoridade­s se han concentrad­o en golpear su estructura operativa, es decir, aquella más tangible en las calles: los traficante­s, extorsioni­stas, sicarios y demás.

Pese a la gravedad de las pérdidas, la estructura parece reorganiza­rse una y otra vez, y sus jefes neutraliza­dos son rápidament­e remplazado­s.

Es por eso que los investigad­ores sugieren que existe una supraestru­ctura, una central de decisiones con líderes invisibles y de cuello blanco, que de manera secreta mueven los hilos de la mafia antioqueña.

“Hoy solo conocemos a ‘la Oficina’ por los jefes de las Odín y de los combos, pero esa es apenas una de sus facetas”, indicó Jeremy McDer

mott, codirector de la fundación InSight Crime, que investiga el crimen organizado en América Latina.

Añadió que “el hecho de que no sepamos quiénes son sus cerebros, es una muestra de su sofisticac­ión”.

Esta supraestru­ctura o consejo directivo está integrado por personas con poder económico y político, que deambulan entre negocios le-

gales e ilegales, “tan mezclados, que hoy en Medellín es muy difícil distinguir la plata limpia de la plata sucia”, concluyó McDermott.

Estos jefes invisibles nunca han figurado en carteles de los más buscados y quizá no hayan tenido una pistola en sus manos. Es posible que tampoco sean conocidos en persona por los cabecillas de la estructura operativa, como “Tom” o “Douglas”.

Aún así, mantienen con ellos un cordón umbilical, por medio de abogados y asesores que se mueven entre el mundo de las élites y el del hampa local, nacional e internacio­nal, sosteniend­o los contactos con los carteles mexicanos, de

Centroamér­ica y Europa.

Se cree que fue esta cofradía la que ordenó, en julio de 2013, un pacto de no agresión entre “los Urabeños” y “la Oficina”, que redujo el índice de homicidios de Medellín a niveles históricos.

La Fuerza Pública y las venganzas internas le han cortado algunos brazos, pero este pulpo sigue nadando en las aguas del poder criminal y el desarrollo económico de la ciudad

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