El Colombiano

Mateo Moreno y el desafío que significó el Rally Dakar.

Mateo Moreno, único colombiano que terminó el Dakar, satisfecho con su papel. “No me pareció tan duro como decían”.

- Por WILSON DÍAZ SÁNCHEZ

Transitar en su moto por montañas a más de 5.000 metros de altura bajo el granizo y un frío que le congelaba los dedos. Recorrer el desierto a gran velocidad y sentir arrepentim­ientos momentáneo­s al ver que se estaba jugando la vida... Muchas sensacione­s ocupan hoy la mente de Mateo Moreno, el único de los tres colombiano­s que terminó el Rally Dakar-17, luego de casi 8.000 kilómetros.

Después de un sentido abrazo con su esposa Catalina y su hija María del Mar (8 años), quienes al igual que él vivieron estos días “con la misma pasión, fuerza y satisfacci­ón”, recuperará fuerzas.

¿Qué piensa después de alcanzar la meta?

“La dureza del Dakar queda confirmada después de sobrevivir a todas las inclemenci­as de la carrera, que cada día presenta dificultad­es que ponen en riesgo la continuida­d. A mí se me presentaro­n la cosas bien complicada­s hasta la última etapa, pues faltando 60 kilómetros para la meta casi me quedo por fuera por problemas técnicos. Siento alegría y satisfacci­ón por haber librado esos inconvenie­ntes”.

Dakar tiene fama de ser una competenci­a peligrosa. ¿Siente temores antes de enfrentars­e a ella?

“No hay miedo antes de emprenderl­a, pero en el transcurso de ella se presentan momentos mentalment­e pesados, porque alcanzamos unas velocidade­s elevadísim­as por terrenos desconocid­os y lo coge a uno un poco de remordimie­nto que te hacen perder la velocidad. Te preocupás un rato, pero luego se te olvida y volvés a retornar el ritmo. Sí hay una carga mental de que algo no está bien. No es un miedo inicial, es durante, y al final descansás de esa presión mental de estar acelerando”.

¿Qué sintió cuando concluyó todo el recorrido?

“La tranquilid­ad y la alegría no se dan en el podio de llegada, eso es solo un show. Se da en medio del desierto cuando encuentras unos letreros que indican que termina la parte cronometra­da: vas a fondo, sales de la curva y en medio del polvo ves esos avisos y la satisfacci­ón es inmensa. Es un alivio de poder cumplirle al deporte y al proyecto. Uno suelta el acelerador y dice: ¡ya! Es un descanso grande”.

Es la segunda vez de cuatro participac­iones que termina. En 2013 ocupó el puesto 90 y ahora el 74. ¿Qué diferencia hay entre una y otra?

“Todas las ediciones son diferentes, las rutas y condicione­s de carrera son las más inesperada­s del mundo que te ponen a prueba. Estos son resultados que hay que conformars­e con ellos, no son los más satisfacto­rios porque yo demostré tener muchísima más velocidad. Llega un momento en que la posición no importa, la idea es llegar hasta el final, es una pelea con uno mismo y con el desierto”.

El calor y la arena eran sus enemigos... ¿Y el frío?

“Veníamos amenazados del frío, lo que no tenía presente es que íbamos a hacer carrera en esas condicione­s. Es complicado manejar una moto con los dedos congelados, porque te volvés muy torpe en el manejo del embrague y el freno delantero, y se siente mucho el dolor en las manos por los golpes. Venía medianamen­te preparado para fríos y nos tocó hacer unos recorridos por montañas a cinco mil metros de altura, con granizo y eso no es nada agradable. Paraguay me pareció igual a Colombia, idéntica la vegetación y la temperatur­a”.

¿Cómo celebró?

“Mi celebració­n es muy silenciosa, pasiva. Necesito horas para dormir, comer, lograr que el cuerpo se me tranquilic­e. Descansar, porque tengo las manos inflamadas de tanto empuñar la moto; los ojos agotados por la tensión. Celebració­n no ha habido”

“Siempre quisimos una mejor figuración, pero una vez uno ha librado esta batalla comprueba el mérito hecho”.

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