EL PERIODISMO YA LA POSVERDAD
El viernes próximo, cuando
Donald Trump asuma la presidencia de los Estados Unidos, comenzará una etapa intrigante para el periodismo. El reto directo es para los medios estadinenses. Trump ha sido mediático a lo largo de una vida muy discutible. Ganó las elecciones con base en un sistema electoral y una campaña que vuelven añicos la regla democrática de la mayoría. En la era de la posverdad, de la mentira instituida, la mitad más uno caducó en las democracias, donde se aplica un cinismo totalitario que emula con el de los regímenes autocráticos.
Así van disolviéndose valores, principios y tradiciones como el de la libertad de expresión y de prensa y el derecho a la información, sometidos a la confusión ideológica o el estado de ánimo de cada gobernante. Trump lo probó en la rueda de prensa del miércoles, cuando le negó el derecho a preguntar al periodista Jim Acosta, de CNN. Los acusó a él y su cadena de mentir. ¡Quién lo dijo!
Podría ser que Trump, tan deferente como ha sido con Putin, simpatice con los procedimientos típicos del Kremlin frente a la prensa. Recuerdo el viejo aforismo: La democracia alberga el germen de su propia destrucción. Si el periodismo de Estados Unidos es tan potente, convencido en la defensa de la libertad y del deber de servirles de guía a unas audiencias perplejas, con seguridad va a identificar las provocaciones desde el poder como un extraordinario reto para reafirmar sus responsabilidades y la obligación insoslayable de garantizar su independencia. Si le toca despojarse de ciertas prebendas, como la facilidad ape- nas elemental de acceso a la Casa Blanca y el reconocimiento de la prerrogativa de cuestionar, que le toque.
Se trata de una oportunidad histórica trascendental. Tengo la certidumbre de que no pocos periódicos, revistas y noticieros, en las más diversas plataformas, no ven la hora de actuar en un entorno que, así carezca de las garantías habi- tuales, redundará en beneficio de la credibilidad y la confiabilidad ante los ciudadanos, mil veces más importantes que las afinidades con el gobernante.
Recuerdo el antiguo y sencillo Credo del Periodista, de
Walter Williams, enmarcado en las aulas de las facultades nuestras: “Creo que el periódico es la confianza del público; que todos los conectados con él son, en toda la capacidad de su responsabilidad, depositarios de la confianza del público; y que la aceptación de un servicio en menoscabo del servicio al público es una prevaricación de esa confianza”. Para el periodismo en general y el de nuestro país en particular, el espectáculo ejemplarizante de unos periodistas corajudos y capaces de poner contra la pared a los dueños y señores del poder y la posverdad, será un acontecimiento radiante
Si el periodismo de EE.UU. es tan potente, con seguridad va a identificar las provocaciones desde el poder como un extraordinario reto para reafirmar sus responsabilidades.