EL HOTEL DE LA ILUSIÓN
Gabriela vive acomodada en Viena, Austria. Sentada desde su sofá veía a diario cómo llegaban refugiados a su ciudad. Huyen de su propia casa, escapan de la guerra de Siria en la lucha por otra oportunidad para sí mismos y su familia y llegan aterrados a un sitio que desconocen y en el que no saben qué va a ser de ellos. Gabriela lo tuvo claro: “Tengo que hacer algo”. Trabaja como directora de hotel, así que contactó a su equipo y se puso manos a la obra. Dieron con una residencia de ancianos que llevaba en desuso desde 2012 y con ayuda de Cáritas la convirtieron en un hotel.
Pero la intención principal no es ofrecer asilo, que también, sino ofrecer trabajo. En este hotel solo trabajan refu- giados. Esto les da la posibilidad de obtener poder adquisitivo y por tanto adaptarse mejor a su nueva vida e integrarse mejor en la sociedad. Entre todos los trabajadores del hotel suman 16 nacionalidades y hablan 27 lenguas.
“Nuestra obligación para con los refugiados y los migrantes no se basa en que sean el tipo de trabajadores que buscamos”, cuenta José Ignacio, coordinador del voluntariado del hotel. “Hay una obligación en virtud de tratados internacionales que nuestros países han firmado que nos obligan a aceptarlos, aunque sean analfabetos”. Por lo que no es necesario ni se les exige una experiencia laboral previa, así todos pueden aprovechar esta oportu- nidad. Según recoge el periodista Galo Martín, es el caso de Sidi, una mujer de 22 años de Kenia que se encarga del comedor; Abdul, con 46 años, llega desde Gambia y trabaja en la cocina; o Michael, un filipino de 26 años que sirve en el bar. No tenían experiencia para el trabajo que realizan, pero lo suplen con ilusión y esfuerzo.
Como el caso de Abena, que cuando llegó de Ghana se veía en la calle y desbordada por la desesperación. Ahora se encarga de limpiar las habitaciones, siempre con una sonrisa. Al frente de la barra del bar está Nasir, un hombre de 26 años que llegó desde Bangladesh, y no hay café que no sirva sin una mirada llena de esperanza.
Al igual que estas, el hotel está lleno de historias. Antes de amargura; ahora de ilusión. Porque Gabriela, desde casa, pensaba que seguro que había algo que podía hacer por ayudar… y lo hizo *Centro de Colaboraciones Solidarias.
En Viena, Austria, Gabriela propicia historias de solidaridad con refugiados en una antigua residencia de ancianos que estaba en desuso.