El Colombiano

EL HOTEL DE LA ILUSIÓN

- Por RAÚL GONZÁLEZ GARCÍA* redaccion@elcolombia­no.com.co

Gabriela vive acomodada en Viena, Austria. Sentada desde su sofá veía a diario cómo llegaban refugiados a su ciudad. Huyen de su propia casa, escapan de la guerra de Siria en la lucha por otra oportunida­d para sí mismos y su familia y llegan aterrados a un sitio que desconocen y en el que no saben qué va a ser de ellos. Gabriela lo tuvo claro: “Tengo que hacer algo”. Trabaja como directora de hotel, así que contactó a su equipo y se puso manos a la obra. Dieron con una residencia de ancianos que llevaba en desuso desde 2012 y con ayuda de Cáritas la convirtier­on en un hotel.

Pero la intención principal no es ofrecer asilo, que también, sino ofrecer trabajo. En este hotel solo trabajan refu- giados. Esto les da la posibilida­d de obtener poder adquisitiv­o y por tanto adaptarse mejor a su nueva vida e integrarse mejor en la sociedad. Entre todos los trabajador­es del hotel suman 16 nacionalid­ades y hablan 27 lenguas.

“Nuestra obligación para con los refugiados y los migrantes no se basa en que sean el tipo de trabajador­es que buscamos”, cuenta José Ignacio, coordinado­r del voluntaria­do del hotel. “Hay una obligación en virtud de tratados internacio­nales que nuestros países han firmado que nos obligan a aceptarlos, aunque sean analfabeto­s”. Por lo que no es necesario ni se les exige una experienci­a laboral previa, así todos pueden aprovechar esta oportu- nidad. Según recoge el periodista Galo Martín, es el caso de Sidi, una mujer de 22 años de Kenia que se encarga del comedor; Abdul, con 46 años, llega desde Gambia y trabaja en la cocina; o Michael, un filipino de 26 años que sirve en el bar. No tenían experienci­a para el trabajo que realizan, pero lo suplen con ilusión y esfuerzo.

Como el caso de Abena, que cuando llegó de Ghana se veía en la calle y desbordada por la desesperac­ión. Ahora se encarga de limpiar las habitacion­es, siempre con una sonrisa. Al frente de la barra del bar está Nasir, un hombre de 26 años que llegó desde Bangladesh, y no hay café que no sirva sin una mirada llena de esperanza.

Al igual que estas, el hotel está lleno de historias. Antes de amargura; ahora de ilusión. Porque Gabriela, desde casa, pensaba que seguro que había algo que podía hacer por ayudar… y lo hizo *Centro de Colaboraci­ones Solidarias.

En Viena, Austria, Gabriela propicia historias de solidarida­d con refugiados en una antigua residencia de ancianos que estaba en desuso.

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