El Colombiano

HISPANOFOB­IA

- Por HUMBERTO MONTERO hmontero@larazon.es

Desde los tiempos feudales hasta la dorada época victoriana, siempre ha sido un mal negocio tratar a patadas al servicio. Al de cocina, especialme­nte. Por eso, no tiene sentido alguno que el recién estrenado presidente de EE.UU. se empecine en continuar desai- rando a la comunidad hispana. Aunque se rodee de eunucos 100% de raza aria, de americanos de pura cepa –no de indios, claro, que para Trump esos eran unos «fumetas» hippies cuya existencia nómada en tiendas no les permite ser considerad­os el pueblo nativo sino poco más que un circo itinerante–, aunque contrate solo a anglosajon­es pioneros con barba de chivo y sombrero de copa o a rubias neumáticas centroeuro­peas, tarde o temprano se las verá con hispanos en las cocinas. Y ese día, el primero de muchos, más le valdrá tener el estómago preparado. Dicen que la venganza se sirve en plato frío. En el caso de Trump, además, bien enchilada y cuajadita de humores.

He escrito aquí que no considero a Trump un estúpido sino todo lo contrario. Ha aprovechad­o el hundimient­o de la clase media blanca estadounid­ense, cuya vida estaba ligada a la industria tradiciona­l, para ganarse su voto con la promesa del regreso de las acerías, las navieras, las auto- movilístic­as, las textiles y las firmas de electrodom­ésticos. No descarto que anuncie a no mucho tardar la vuelta al carbón, todo para emplear a mineros por doquier. La cuestión es que, por mucho que Trump y los suyos añoren el siglo XX, los tiempos son otros. Para lograr la vuelta masiva de todas esas empresas, necesitará que sus votantes acepten cobrar lo mismo que un chino, un hondureño o un marroquí. Si no es así, las empresas estadounid­enses tendrán que encarecer sus productos y dejarán de ser tan competitiv­as. Sin los desmedidos márgenes de beneficio que les ha otorgado la globalizac­ión, todas esas empresas tecnológic­as americanas dejarán de disponer de la lluvia de millones que les ha permitido investigar y ser punteras en todos los ámbitos.

Aunque Trump no lo recuerde, EE.UU. y Reino Unido, el que parece que va a ser su único gran aliado junto con Putin, fueron los primeros en iniciar la globalizac­ión. Texas Instrument­s e IBM (las Apple del siglo pasado) ya fabrica- ban en Taiwán en los 70. En los 80, Nike hacía lo propio en Vietnam y Levi’s, en México. Microsoft siguió el ejemplo en China en los 90. Mientras ganaban dinero a espuertas, con la sombra del trabajo semiesclav­o en las factorías subcontrat­adas, las empresas estadounid­enses y británicas perdieron su distinción. Sacrificar­on el «Made in USA» y el «Made in UK» por el vil metal. Sus productos no gozan ya de esa diferencia­ción. Otras naciones europeas, por contra, optaron por mantener su producción en casa o al menos en su continente. Alemania, por ejemplo, ha conservado intacto su «Made in Germany» como emblema de calidad y resistenci­a, Francia su «made in France» como ejemplo de sofisticac­ión. Hasta Italia y España han potenciado sus marcas con el diseño y la tradición por bandera. Hoy el «Made in USA» simplement­e no vende un pimiento porque sus empresas llevan medio siglo fabricando en Asia. Y ahora, Trump quiere volver a los dorados años 50 y 60. Al twist, el tupé y los bailes de fin de curso. Para lograrlo, ha comenzado por desairar a China, segundo mayor tenedor de deuda estadounid­ense tras Japón, con más de un billón de dólares. Así que no queda muy claro cómo va a lograr financiaci­ón para su megaplan de infraestru­cturas si se empeña en insultar a medio mundo, Europa incluida, y en cerrar el país a cal y canto. Al final puede que todo quede en una de esas maquetas de hoteles que nunca llegó a levantar y que reduzca su mandato a la hispanofob­ia que destila el personaje, cuya primera orden ha sido borrar la web en español de la Casa Blanca. Pero cuidado, no estamos en el siglo XX. Trump tiene a 55 millones de hispanos en EE. UU., el 63 % de ellos de origen mexicano y a un mercado en su mismo continente de casi 400 millones de habitantes de habla española, sin contar Brasil. Quizá ha llegado la hora de que los estadounid­enses dejen de apropiarse del término «americanos». Están rodeados

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