HISPANOFOBIA
Desde los tiempos feudales hasta la dorada época victoriana, siempre ha sido un mal negocio tratar a patadas al servicio. Al de cocina, especialmente. Por eso, no tiene sentido alguno que el recién estrenado presidente de EE.UU. se empecine en continuar desai- rando a la comunidad hispana. Aunque se rodee de eunucos 100% de raza aria, de americanos de pura cepa –no de indios, claro, que para Trump esos eran unos «fumetas» hippies cuya existencia nómada en tiendas no les permite ser considerados el pueblo nativo sino poco más que un circo itinerante–, aunque contrate solo a anglosajones pioneros con barba de chivo y sombrero de copa o a rubias neumáticas centroeuropeas, tarde o temprano se las verá con hispanos en las cocinas. Y ese día, el primero de muchos, más le valdrá tener el estómago preparado. Dicen que la venganza se sirve en plato frío. En el caso de Trump, además, bien enchilada y cuajadita de humores.
He escrito aquí que no considero a Trump un estúpido sino todo lo contrario. Ha aprovechado el hundimiento de la clase media blanca estadounidense, cuya vida estaba ligada a la industria tradicional, para ganarse su voto con la promesa del regreso de las acerías, las navieras, las auto- movilísticas, las textiles y las firmas de electrodomésticos. No descarto que anuncie a no mucho tardar la vuelta al carbón, todo para emplear a mineros por doquier. La cuestión es que, por mucho que Trump y los suyos añoren el siglo XX, los tiempos son otros. Para lograr la vuelta masiva de todas esas empresas, necesitará que sus votantes acepten cobrar lo mismo que un chino, un hondureño o un marroquí. Si no es así, las empresas estadounidenses tendrán que encarecer sus productos y dejarán de ser tan competitivas. Sin los desmedidos márgenes de beneficio que les ha otorgado la globalización, todas esas empresas tecnológicas americanas dejarán de disponer de la lluvia de millones que les ha permitido investigar y ser punteras en todos los ámbitos.
Aunque Trump no lo recuerde, EE.UU. y Reino Unido, el que parece que va a ser su único gran aliado junto con Putin, fueron los primeros en iniciar la globalización. Texas Instruments e IBM (las Apple del siglo pasado) ya fabrica- ban en Taiwán en los 70. En los 80, Nike hacía lo propio en Vietnam y Levi’s, en México. Microsoft siguió el ejemplo en China en los 90. Mientras ganaban dinero a espuertas, con la sombra del trabajo semiesclavo en las factorías subcontratadas, las empresas estadounidenses y británicas perdieron su distinción. Sacrificaron el «Made in USA» y el «Made in UK» por el vil metal. Sus productos no gozan ya de esa diferenciación. Otras naciones europeas, por contra, optaron por mantener su producción en casa o al menos en su continente. Alemania, por ejemplo, ha conservado intacto su «Made in Germany» como emblema de calidad y resistencia, Francia su «made in France» como ejemplo de sofisticación. Hasta Italia y España han potenciado sus marcas con el diseño y la tradición por bandera. Hoy el «Made in USA» simplemente no vende un pimiento porque sus empresas llevan medio siglo fabricando en Asia. Y ahora, Trump quiere volver a los dorados años 50 y 60. Al twist, el tupé y los bailes de fin de curso. Para lograrlo, ha comenzado por desairar a China, segundo mayor tenedor de deuda estadounidense tras Japón, con más de un billón de dólares. Así que no queda muy claro cómo va a lograr financiación para su megaplan de infraestructuras si se empeña en insultar a medio mundo, Europa incluida, y en cerrar el país a cal y canto. Al final puede que todo quede en una de esas maquetas de hoteles que nunca llegó a levantar y que reduzca su mandato a la hispanofobia que destila el personaje, cuya primera orden ha sido borrar la web en español de la Casa Blanca. Pero cuidado, no estamos en el siglo XX. Trump tiene a 55 millones de hispanos en EE. UU., el 63 % de ellos de origen mexicano y a un mercado en su mismo continente de casi 400 millones de habitantes de habla española, sin contar Brasil. Quizá ha llegado la hora de que los estadounidenses dejen de apropiarse del término «americanos». Están rodeados