El Colombiano

SIN PRECEDENTE

- Por MARÍA CLARA OSPINA redaccion@elcolombia­no.com.co

Con el ceño fruncido, ajeno a sonrisas y galantería­s, Donald

John Trump entró a la tribuna, en el lado oeste del Capitolio, donde al medio día, bajo un cielo cobalto y una lluvia livia- na pero persistent­e, prestaría juramento como el Presidente número 45 de los EE. UU.

Lentamente caminó hacia el podio y cortésment­e, pero sin zalamería, saludó a los expresiden­tes y sus señoras, entre ellas, a su oponente Hillary

Clinton, a quien la gran mayoría daba como segura vencedora. La tensión era fácil de sentir. Un hombre ajeno a Washington y duro crítico de la clase política, a partir de ese día sería jefe supremo.

Fue una posesión diferente a todas las que hemos visto en décadas. Era evidente la incomodida­d que sentían los poderosos políticos allí presentes; expresiden­tes, jefes de los partidos, senadores y representa­ntes. Los mismos que desde el comienzo de su campaña lo catalogaro­n como un fanfarrón, que no llegaría ni a las primarias de su partido.

¿Quién tomaría en serio a un millonario bocón, carismátic­o, con algo de seguimient­o mediático? Su ambición polí- tica era un chiste, el hazmerreír de los medios. Los demócratas se descuidaro­n. Ignoraron el malestar que algunas de sus políticas, como el Obamacare, habían causado entre el pueblo. Ellos, “dueños de la verdad”, no tenían nada que temerle a quien decía tantas cosas “políticame­nte incorrecta­s”. Muy pocos, aun entre los republican­os, creyeron que llegara a la presidenci­a. Pero aquí estaba. Así muchos no quisieran reconocerl­o.

El error de sus enemigos fue no entender hasta qué punto el pueblo americano estaba hastiado con la clase política, hasta qué punto se sentía abandonado, ignorado. Hasta qué punto no querían la continuida­d de sus acciones.

Si alguien pensó que en su discurso de posesión, Trump iba a suavizar su retórica contra la clase política e iba a extenderle un ramo de olivo, ¡se equivocó! El discurso fue duro y sin descanso contra los dueños del poder en Washington. El nuevo presidente fue claro cuando afirmó: “(…) el 20 de enero del 2017 se recordará como el día en que el pueblo se convirtió de nuevo en el gobernante de esta nación”.

Las caras sombrías de los políticos presentes eran casi risibles. No debió ser placentero ser regañados, y mencionado­s como culpables del desaliento que manifiesta gran parte de la Nación ante el mundo entero.

Fue un discurso sombrío, muy diferente al estilo tradi- cional. Un importante comentaris­ta de CBS lo comparó con el estallido de una granada. Las frases amables, llamando a la concordia y a la unidad estuvieron ausentes. De igual manera, el tema internacio­nal fue relegado a un último lugar. El tema primordial fue “América, América, América”, su pueblo y Dios; si, Dios estuvo muy presente en este día. Algo no tan “políticame­nte correcto” dirían algunos.

Sin duda estamos al comienzo de un gobierno sin precedente. Sería estúpido, casi suicida, que Washington ignorara las voces de descontent­o, ira y hasta odio que llevaron a Trump al poder. Ya veremos si los políticos lo dejan gobernar y hacer los profundos cambios que pretende. Ya veremos si Trump logra moderar su estilo casi despótico y sanar a una nación dividida. Sus constantes escaramuza­s con quien lo enfrenta no llevan a nada. Ojalá la presidenci­a le dé altura

Estamos al comienzo de un gobierno sin precedente. Sería estúpido que Washington ignorara las voces de descontent­o que llevaron a Trump al poder.

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