El Colombiano

POPULISMO OXFORD

- Por ARTURO GUERRERO arturoguer­reror@gmail.com

Después de “posverdad”, la segunda palabra más usada del año es “populismo”. No la elige el diccionari­o Oxford, la proclama el contexto de la política internacio­nal. Los pensadores se esfuerzan por explicar su significad­o, más que en su momento lo hicieron con “posmoderni­smo”, ese otro vocablo neonato.

El populismo es la varita mágica para explicar lo que sucede hoy con las elecciones, la pobreza, las noticias, las redes sociales, los partidos, los magnates, sus amantes y las potenciale­s guerras.

Aborrece que lo encajen en las antiguas casillas de derecha e izquierda. Se siente a sus anchas en ambas. No es fenómeno de reciente generación. Surgió a finales del XIX, incluso algunos ubican sus semillas en la Revolución Francesa.

Bajo su paraguas se resguardan personajes tan disímiles como el generalísi­mo Franco, el nazi Hitler, el fascista Mussolini, el comunista Stalin, el bolivarian­o Maduro, el empresario de medios Berlusconi y, claro, el magnate de moda que es el extracto neoyorkino de los anteriores.

Halagar al pueblo, a la clase media, aprovechar el odio contra élites y funcionari­os, introducir de contraband­o un modelo económico y político fríamente calculado para hacer de la Tierra una gran finca donde ya se sabe quién manda y seguirá mandando hasta la conquista de Marte.

La habilidad del populismo consiste en sorber el tuétano del pueblo, al que le pinta pajaritos de oro. El caudillo pues- to por la Providenci­a se encargará de todo. La gente debe desprender­se de su fuerza para ser conducida con eslóganes al cielo con diamantes. En lejana fecha, Miguel de

Unamuno volteó la tortilla de este procedimie­nto. “El que tiene fe en sí mismo –escribióno necesita que los demás crean en él”.

Sorber la fe interior del pueblo: he aquí la malignidad del populismo. Equivale a mutilar la potencia individual y colectiva para depositarl­a en la mano poderosa del supremo.

El jefe, el secretario general del partido, el comandante, el salvador, el más grande, asume íntegro el dominio porque ha demostrado con palabras de miel que es mesías, redentor.

El populismo es religión, se edifica sobre dogmas, exige feligresía­s, aparece como intérprete fiel de las angustias generales. Es decir, cree en la gente, puesto que la gente no cree en sí misma.

En dos palabras de Borges, los populistas son atroces redentores

La habilidad del populismo consiste en sorber el tuétano del pueblo, al que le pinta pajaritos de oro. El caudillo puesto por la providenci­a se encargará de todo.

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