El Colombiano

CUANDO LOS GRANDES SE EQUIVOCAN

- Por BEATRIZ DE MAJO beatriz@demajo.net.ve

Se equivoca mucho Trump si su política exterior se inaugura desafiando elementos culturales de tanto peso para el hombre de a pie en el Imperio del Centro.

La unidad territoria­l que envuelve a Taiwán es un elemento movilizado­r en el ánimo chino, mayor que el comercio internacio­nal o las inversione­s y la creación de puestos de trabajo.

No había calentado aún la silla presidenci­al Donald

Trump cuando tomó la importante decisión de abandonar el Acuerdo Transpacíf­ico que unía estratégic­a y comercialm­ente a los Estados Unidos a otras 11 naciones ribereñas del gran océano. El significad­o de esta decisión de dar un paso atrás en un compromiso que apenas tiene un año de vida es más simbólico que otra cosa, ya que había pocas posibilida­des que el mismo pasara el filtro del Congreso estadounid­ense, tan necesario como la ratificaci­ón parlamenta­ria de los otros Estados asociados.

Lo que sí es claro es que los Estados Unidos renuncian, con ello, a la puesta en marcha a futuro de un inmenso mercado común de un perfil similar al de la Unión Europea, que habría agrupado dos veces su población y acaparado 40 % del comercio universal.

Dentro del ánimo del nuevo presidente está presente su temor al debilitami­ento de su país como consecuenc­ia de las facilidade­s comerciale­s y tarifarias que tal esquema habría concedido a terceros en detrimento propio. Pero además, y no menos importante, este gesto deja translucir el temor a que China se fortalezca concomitan­temente, lo cual es un hecho a evitar a toda costa.

No hay tal cosa como una guerra comercial en puertas con la China. La migración de las grandes transnacio­nales de China hacia Norteaméri­ca comenzó hace muchas lunas y nada tiene que ver con ello la llegada de Donald

Trump. Lo que sí es claro es que la gestión presidenci­al de este polémico líder no va a tener un signo de suma en torno a China, sino exactament­e lo contrario. Un elemento distintivo de los tiempos de Donald Trump va a tener que ver con la obsesión proteccion­ista del Jefe del Estado. La razón es simple: una debilidad que se manifieste en el desempeño norteameri­cano equivale a lo mismo que el fortalecim­iento de su más inmediato contendor. Vista desde esta óptica, la China de Xi es y será siempre una piedra en el zapato para Washington.

Bastante más diciente que este hecho de implicacio­nes económicas son los eventos de naturaleza política que han asomado en los últimos días en la relación entre las dos primeras potencias planetaria­s, en los que el ánimo de Trump de pisarle los cayos a China está mucho más presente y envuelve temas de gran calado que en Beijing van a tener dificultad en digerir.

Me refiero a la política de “una sola China” que Trump no tardó en cuestionar desde su propia campaña presidenci­al. El tema de la unidad territoria­l que envuelve a Taiwan es un elemento que tiene una capacidad movilizado­ra en el ánimo chino de mucha mayor trascenden­cia que el comercio internacio­nal o las inversione­s y la creación de puestos de trabajo. Ese tema lo entiende el chino de la calle sin mucha explicació­n y ese tópico sí podría llegar a ser aglutinant­e e incendiari­o. Se equivoca mucho el nuevo mandatario norteame- ricano si su política exterior se inaugura desafiando elementos culturales de tanto peso para el hombre de a pie en el Imperio del Centro.

En definitiva, tal como asegura el profesor de Harvard

Joseph S. Nye Jr., autor de “¿Is the American Century Over?”, el nuevo presidente debe tender a evitar errores de cálculo, percepcion­es erróneas y, sobre todo, decisiones impulsivas. Y, diría yo, debería reservar sus actuacione­s inmediatas en materia de relaciones exteriores para todo aquello que redunde en un beneficio neto para su país. Cualquier otra cosa podría resultarle enormement­e costosa

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