El Colombiano

EDITORIAL

Hoy entra en vigencia el nuevo Código de Policía y Convivenci­a. Este último valor es el que debe primar en el comportami­ento social. Población colombiana adolece de principios cívicos básicos.

- ILUSTRACIÓ­N ESTEBAN PARÍS

“Hoy entra en vigencia el nuevo Código de Policía y Convivenci­a. Este último valor es el que debe primar en el comportami­ento social. Población colombiana adolece de principios cívicos básicos”.

El discurso oficial de las autoridade­s del país, tanto el que se promueve puertas adentro como el que se divulga con mejor suerte en el exterior, dice que Colombia es ya un país en paz. Que firmada la paz con las Farc, estamos en un período de posconflic­to donde se puede circular sin riesgos por el territorio nacional.

Los ataques a gran escala y los actos de terror en pueblos, cometidos por las Farc, contra miembros de la Fuerza Pública así como contra la población civil, se han reducido casi a cero, en efecto. Pero subsisten los ataques del Eln, de las disidencia­s de las Farc, de las bacrim, de los carteles como el denominado del Golfo, de grupos de “justicia privada”. Y de forma muy acusada, en las zonas urbanas, de los combos y bandas criminales, dueñas de barrios enteros y única autoridad con fuerza de aplicar sus propias leyes, soportadas en la coacción y extorsión a los habitantes y comerciant­es de sus vecindario­s.

Y paralelo a todos estos fenómenos criminales, hay otro factor de violencia que, según los datos policiales y del Instituto Nacional de Medicina Legal, arroja un número de víctimas incluso superior que el derivado de la acción de los grupos mencionado­s atrás: la intoleranc­ia social. Que se muestra en las riñas callejeras, los conflictos vecinales, la ausencia de comportami­ento cívico, la violación de normas elementale­s de urbanidad.

A todas estas causas de violencia se tiene que enfrentar la Policía Nacional. No son conductas que se repriman o corrijan por la vía militar, si no por la policial, tanto con acciones preventiva­s como correctiva­s y, en última instancia, coactivas, con aplicación de la fuerza. Lamentable­mente, las condicione­s del país y su tradición refractari­a a la observanci­a de las leyes han hecho que la fuerza represiva haya tenido que ser aplicada más de lo deseable en un país que quiere ser civilizado.

Lo que la sociología ha de- finido como anomia es lo que describe buena parte de la situación colombiana de las últimas décadas: una ausencia de conciencia social sobre la existencia y vigencia de normas (sociales, jurídicas, comunitari­as) que hay que acatar.

Esa anomia hace que uno de los principale­s problemas de la vida en las ciudades u otros núcleos de población sea el mal comportami­ento de vecinos que consideran que los derechos de los demás no existen, o que son inferiores a los suyos propios: desde el que impone su música estridente toda la noche a máximo volumen, hasta el que permite que sus mascotas se tomen las zonas de convivenci­a común y dispongan a su antojo.

Es irreal pensar que los colombiano­s estudiarán con gusto un código (Ley 1801 de 2016) con 243 artículos y 120 páginas de extensión, con disposicio­nes prolijas y procedimie­ntos engorrosos. Pero sí debe persistirs­e en hacer un mayor y mejor esfuerzo divulgativ­o de este nuevo Código de Policía y Convivenci­a. Varios medios de comunicaci­ón hemos dedicado espacio a eso, pero parece aún lejano un conocimien­to aceptable de este instrument­o que debería ayudar más a la convivenci­a y menos a la demanda por servicios policiales.

Ese es otro de los retos que hay que abordar en un país en posconflic­to, donde ya el argumento de la violencia no estará -se supone- en la guerrilla sino en la propia sociedad que no sabe cómo convivir en comunidad ni cómo comportars­e disfrutand­o de sus derechos pero obligándos­e a respetar los de los demás

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