LA RESISTENCIA FORZADA DE MÉXICO
Ha pasado apenas una semana desde que el presidente Trump se posesionó, y ya tiene una minicrisis diplomática en sus manos. Primero, exigió que México pagara por un muro a lo largo de nuestra frontera mutua, el mismo día en que diplomáticos mexicanos se iban a reunir con oficiales de la Casa Blanca. Cuando el presidente de México, Enri
que Peña Nieto rechazó la idea de inmediato, Trump tuiteó que debería pensar en cancelar una visita planeada a Washington el martes entrante. Y eso es lo que Peña Nieto hizo.
Para México la cancelación y el aumento de tensiones con los Estados Unidos son un asunto triste y serio.
Triste porque ningún mexicano quiere una ruptura en lazos bilaterales. El Acuerdo de Libre Intercambio Norteamericano, apoyo americano durante la crisis financiera de mediados de los años 90, negociaciones de inmigración en el 2001, control de tráfico de drogas y cooperación de seguridad expandidos, y la motivación de una nueva mentalidad para los mexicanos en la cual el ser vecinos ya no es visto como un problema sino como una oportunidad: todo esto está siendo cuestionado y amenazado.
Y serio porque, al vincularse con los Estados Unidos, México ha puesto todos sus huevos en una sola canasta: Norteamérica, libre comercio, democracia, y respeto por los derechos humanos. Las órdenes ejecutivas de Trump y sus posturas frente a estos asuntos fundamentales hacen que esa decisión parezca un error.
Por eso es que México hoy enfrenta una dura elección, dada la asimetría entre ambos países: acomodar a Trump y conseguir el acuerdo menos peor, o trazar una serie de líneas rojas o una lista de demandas americanas que México no puede aceptar y adoptar una política de resistencia forzada.
Peña Nieto no tenía más opción que cancelar su viaje. Pero en parte se había arrinconado él mismo debido a previa indecisión o postergación.
Él sabía hace un tiempo que Trump insistiría en la renegociación. Sabía que varios caminos podían llevar a un resultado favorable para los tres países miembros, pero que también podía haber consecuencias terribles para México si el camino elegido lleva a un Nafta revisado que requiere de deliberaciones extendidas en los cuerpos legislativos de Canadá, los Estados Unidos y México. El acuerdo luego sería prisionero de riñas partidistas, sin garantías de aprobación. La incertidumbre que esto implicaría podría fácilmente poner pausa a nueva inversión extranjera en México.
México debería trazar una línea roja en el comercio. Todo lo que se puede hacer sin una nueva aprobación legislativa en los tres países es juego limpio, pero nada más. Es mejor que los Estados Unidos invoquen el Artículo 2205 del TLCAN, que dice que un país puede retirarse del acuerdo seis meses después de dar aviso.
Una línea roja similar debería haber sido trazada por Peña Nieto en el más espinoso, si no el asunto más sustantivo: el muro. De nuevo, de manera incomprensible, Peña Nieto se arrinconó enfocándose en la financiación del muro, en lugar de la existencia misma de éste. El punto crucial del asunto nunca debió ser quién lo pagaría, sino que era un acto hostil hacia un país amigo.
México ahora claramente debería trazar otra línea roja.
Finalmente, en deportaciones, México también tiene que publicar su conclusión final no negociable. Más dinero y agentes para el control de inmigración, castigo para ciudades santuario y el envío de los supuestos criminales a México igualmente es un acto hostil. Especialmente cuando uno recuerda que la misma política hacia El Salvador a finales de la década de los 90 lo convirtió en el país más violento del mundo.
La influencia más eficaz de México en este desafortunado e innecesario conflicto radica en su estabilidad en el flanco sur de los Estados Unidos. Washington debe contar sus bendiciones. Por un siglo, Estados Unidos ha sido cómplice de la corrupción mexicana, violaciones a los derechos humanos y el gobierno autoritario. Pero también ha apoyado económicamente a México, se ha abstenido de buscar un cambio de régimen, ha tolerado la migración en masa desde el sur y por lo general ha tratado a México con respeto. El quid pro quo era inmensa y mutuamente beneficioso. Jugar con él es peor que una imprudencia: Es temerario, para ambos países
Al vincularse con los EE. UU., México ha puesto todos sus huevos en una sola canasta: Norteamérica, libre comercio, democracia, y respeto por los derechos humanos.