El Colombiano

FAST-POLITIK

- Por HUMBERTO MONTERO hmontero@larazon.es

Poco me importa que alguien gobierne a golpe de tuit. Es el signo de los tiempos donde nada ni nadie merece más que los pocos segundos que se condensan en esos caracteres. El mismo en el que los tratados filosófico­s que antes ocupaban biblioteca­s enteras se despachan en eslóganes de usar y tirar. Todo es “fast”. La política, la comida, el matrimonio, el sexo y, en última instancia, la vida misma. En el siglo donde los cafés se dispensan en cadenas de montaje y se sirven en vasos de papel del tamaño de un barril de Brent no podemos esperar mucho más. Mientras las cafeterías agonizan esperando conversaci­ones amasadas de silencios cómplices y sus tazas aguardan en vano besos de carmín que nunca llegarán, proliferan por doquier lugares donde nadie se mira a los ojos. Como ese restaurant­e en Tokio donde no hay camareros y los pedidos de comida los hacen las máquinas. Como los vagones de metro donde todo el mundo mira al móvil y apenas se escuchan las respiracio­nes. Vivimos más conectados que nunca y sin embargo más aislados y solos. Corriendo de un lado a otro como coballas de un experiment­o absurdo. Sin tiempo para reflexiona­r, besar, preguntar, abrazar o hacer una caricia. Con miedo a detenernos o a quitarnos los auriculare­s y escuchar la realidad.

Y la realidad no es otra que Trump, el mandatario más odiado y parodiado del mundo junto con su némesis Kim Jong

Un. Trump es un fiel reflejo de la intrascend­encia de este mundo de reality y grifos dorados atiborrado de opulencia. Tampoco en esto los gringos han sido originales ni siquiera los primeros. Antes que Trump hubo un Berlusconi en Italia. Pendencier­o, mujeriego, machista y autoritari­o. Por lo menos tenía chispa, cosa que en Trump no abunda, la verdad.

Pero igual que no me importa que los estadounid­enses hayan elegido al concursant­e encabronad­o de Big Brother VIP, tampoco que este cierre a cal y canto su país. Al fin y al cabo cada uno es muy libre de dejar entrar a quien quiera en su casa.

Lo que sí me inquieta es la “realidad paralela” que parece haberse instalado en la Casa Blanca. Esa osadía que da para negar que el agua es incolora y las nubes blancas.

La misma que permite enmierdar a todos los mexicanos olvidando que unos días después de que el huracán Katrina arrasara toda la costa del Golfo, de Florida a Texas, el Ejército mexicano, por primera vez en 159 años, pisaba territorio gringo. Entonces, en septiembre de 2005, un convoy compuesto por de 45 vehículos y 165 efectivos se encargó de llevar ayuda humanitari­a a miles de damnificad­os refugiados en Texas. Probableme­nte alguno de ellos habrá tenido la desvergüen­za de apoyar el muro. Los mexicanos llevaron todo lo necesario para alimentar hasta a 7.000 personas tres veces al día durante un mes. Desplazaro­n médicos cirujanos, tres dentistas, seis enfermeros y varias plantas para la purificaci­ón de agua, ignorando la reforma migratoria que planeaba por entonces George W. Bush.

Lo que me asusta es esa “fast-politik” de hamburgues­ería que se sirve para satisfacer los más bajos instintos, para saciar a los electores a sabiendas de que es basura. Y encima se les hace engullir como comida sana aunque esté trufada de mentiras.

Siempre habrá quien quiera creer que los mexicanos roban los empleos a los “blancos”. Quizá hasta tengan razón. Les roban los puestos en los muelles, en los geriátrico­s, en los restaurant­es, en las gasolinera­s y en las obras. Les quitan los trabajos que ellos desechan y además les limpian las casas. Esa es la realidad. Pero para la “fast-politik” la verdad puede alterarse porque flota en ese mundo etéreo que es internet. Por eso a Trump le molesta la tinta en los diarios. Porque es indeleble, eterna y real

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