La ruina es el único efecto de los controles
VÍCTOR MALDONADO Director Cámara de Comercio de Caracas
El país se vive en tres dimensiones caóticas y ficticias. La primera dimensión es la que pretende el gobierno, negador de todo, evitador ingenuo de las consecuencias de sus acciones, irresponsable en el diseño de políticas y afianzado en esa afilada lanza del colectivismo voluntarista. Ellos asumen que el comunismo tiene que arrancar, que en algún momento el hombre nuevo va a ser parido por la revolución y que mientras tanto ellos ejercen la dictadura en su nombre. Ellos creen, por ejemplo, que es posible producir sin insumos, o que, de un día para otro, mediante decreto, se puede arrancar una fábrica. Sin preguntarse cómo y por qué, han asumido que el tema de los precios es político, y por lo tanto se puede -y se debe- fijar “precios justos” sin hacer el cálculo elemental de costos. La segunda dimensión de nuestro caos es la que viven los venezolanos. Es trágica, contradictoria y suicida. Sin importar la clase social, sea modesta, de clase media o de las más privilegiadas, buena parte de los venezolanos viven entrampados. Por un lado, repudian con intensidad al régimen. Lo culpan, y con razón, del hambre, el desempleo, la inseguridad, la procacidad, la sordidez, la trampa, la represión, las expropiaciones, la debacle de los servicios y la fuga de talento. Pero por la otra, exigen precios justos, tarifas congeladas, dólares baratos, aumentos de salario por decreto y plomo al hampa. La otra dimensión es la realidad tal cual es, que no acepta detentes, ni demagogias, ni procesa ofertas populistas. En la realidad si se desatienden los costos los servicios se envilecen y pueden colapsar. En la realidad no es posible esa elasticidad infinita que mantiene empleos sin tener antes el ingreso para poder pagarlos. Y por supuesto, la realidad trabaja a costos y precios reales y, por lo tanto, las tarifas tienen que ser las que son y no las que el gobierno fije arbitrariamente.