El Colombiano

La historia prueba que los muros son un absurdo

Los barreras y divisiones entre pueblos y naciones son frágiles y no han demostrado eficacia a la hora de evitar invasiones ni los fenómenos migratorio­s de hoy.

- Por MARIANA ESCOBAR ROLDÁN

Los muros. Fortificac­iones en piedra, arena, hormigón o alambre, bordeando ciudades o demarcando fronteras se han levantado desde el origen de las civilizaci­ones. Sus fines: contener invasiones, asaltos, epidemias y, más recienteme­nte, migracione­s y terrorismo. Aunque se justifican para algunos, cada vez son más cuestionad­os por quienes creen que las barreras solo atizan la libertad.

“Siempre habrá razones para levantarlo­s, y la parte perjudicad­a encontrará la manera de decir que se están atacando los derechos humanos a la libre circulació­n”, reflexiona David Solar, historiado­r, periodista y exdirector de la revista La Aventura de la Historia, para quien el tema debe interpreta­rse desde la razón y la efectivida­d, mas no con argumentos morales.

Desde esa mirada, Solar se refiere a un caso paradigmát­ico: la Gran Muralla China, 21.196 kilómetros que hace 2.700 años sirvieron a sucesivos emperadore­s para protegerse de incursione­s enemigas, pero que con el declive de las dinastías y la reducción de los ejércitos se volvieron cada vez más frágiles hasta quedar inservible­s.

“Hasta la Gran Muralla, la única obra humana que se distingue desde el espacio, quedó inerte, lo que nos confirma que estamos ante el enorme coste material y la gran inutilidad que en el fondo tienen estas edificacio­nes”, afirma Solar.

Para Mauricio Reyes, profesor de Derecho Público de la Universida­d Nacional, los muros, todos, incluido el que quiere construir Donald Trump entre Estados Unidos y México, son igualmente inservible­s. “Aunque se piensen efectivos dividiendo naciones, conteniend­o supuestos problemas, siempre terminan siendo derribados o penetrados. Son medidas más de corte simbólico”, apunta.

Según el experto, ni siquiera Estados Unidos como potencia tiene capacidad de construir un muro impenetrab­le, por lo que esa fortificac­ión parece ser más un elemento simbólico para la opinión pública y un guiño a sus electores xenófobos.

Entretanto, los efectos perjudicia­les parecen ser muchos más que las ganancias, continúa Reyes. El primero es el desescalam­iento económico contraprod­ucente: “el muro genera un temor de parte de muchos países en relación a un neoprotecc­ionismo paralelo al cierre de la frontera, y puede conducir a que varias empresas decidan detener su relación comercial con Estados Unidos”.

El otro, concluye, es el que toca los derechos humanos, y es que aunque todo país tiene el poder soberano de determinar quiénes entran a su territorio, un muro refuerza aún más los abusos por parte de oficiales de frontera frente a personas vulnerable­s, como migrantes y refugiados. “Lo único que hace es volver menos transparen­te los movimiento­s de personas y facilitar corrupción de las autoridade­s y el abuso a los derechos de quienes están cruzando”, apunta el abogado.

El símbolo de la discordia

Mucho simboliza un muro. En lo político, evidencia la negación de unas relaciones armoniosas y la incapacida­d de negociar con el otro. “Bloquea las posibilida­des de diálogo y va en contra de los principios de convivenci­a y respeto universal, contra la interacció­n entre individuos y pueblos”, sostiene Fernando Neira, experto en migracione­s y fronteras del Centro de Investigac­ión en América Latina de la Universida­d Autónoma de México (Unam).

Desde la cultura, los muros refuerzan el miedo, en la medida de que quien lo levanta se siente vulnerable y justifica la obra en el temor de que el otro le haga daño. El otro, a su vez, es blanco de negación y de rechazo, y es así como afloran procesos de xenofobia y racismo.

“Aislarse de un pueblo implica subvalorar, no aceptar y desconocer, algo muy agresivo en una cultura donde deberían primar las relaciones entre sociedades. Es negar la existencia del otro”, reflexiona Neira, para quien, con el ánimo de mantener al otro por fuera, los muros terminan perpetuand­o la desconfian­za entre pueblos, que solo volverá a fortalecer­se si estos son derribados.

Entretanto, los derechos humanos quedan expuestos. Según ha podido encontrar el

investigad­or, los discurso de aislamient­o pasan del ámbito territoria­l a construir necesidad de encerrarse en el ámbito cotidiano. “Un muro es un error moral, porque inhibe el proceso de desarrollo del espíritu humano, que crece en la medida en que interactúa con el otro, y fragmenta a las sociedades, con el agravante de que hay unos que se debilitan más que otros”, añade.

Las barreras, además, son el comienzo de las guerras, anota Lisa Pelletti, directora del Internatio­nal Peace Bureau, quien evidenció en los años 90, durante la guerra de Bosnia, que aunque los disparos cesen, si las ideas siguen separando a las fracciones y no hay acuerdos auténticos y reconcilia­ciones, “la paz todavía no está ahí”.

En esas condicione­s, insiste Pelletti, si un país, ciudad o pueblo decide mantener por fuera a otro, y lo agudiza con la construcci­ón de un elemento que divida físicament­e, se está cerrando la puerta a la solución de los conflictos.

“Quienes están separados deben buscar soluciones juntos, puentes y carreteras en lugar de muros para comunicars­e mejor, pero la verdad es que en la actualidad sucede todo lo contrario”, analiza la gestora de paz, para quien es cada vez más claro que los países del norte de Europa construyen barreras imaginaria­s (persecució­n, excesiva seguridad y hambre) para mantener por fuera a los inmigrante­s y refugiados que quieren llegar a sus territorio­s.

La herida que abrirá Trump

Los muros que se erigen alrededor de la migración en Europa, incluido el que construyó España para evitar la entrada de migrantes africanos, no son muy distintos al que prometió levantar Trump, incluso con recursos de México.

“En ambos casos se trata de impedir la entrada de personas de otras nacionalid­ades que sufren por condicione­s difíciles en sus países y que, temen, pueden desestabil­izar sus economías y seguridad”, reconoce el periodista e historiado­r Solar.

Ahora bien, sobre las motivacion­es de Trump, para Solar no es fácil separar hasta dónde va lo económico y hasta dónde los perjuicios raciales. “Resulta llamativo el fenómeno, porque si bien crea barreras para el tráfico humano, también humilla de una forma muy particular a la parte contra la cual se levanta el muro. Trump dice que no solo va a construirl­o, sino que lo van a pagar los mexicanos, y eso es despectivo”, sugiere.

Neira dice que, más allá de la humillació­n, los mexicanos, centroamer­icanos, haitianos, cubanos y demás que transitan hacia Estados Unidos, sufrirán como pocos la existencia de un muro. “Se obligarán a que las estrategia­s de atravesarl­o simbólicam­ente sean cada vez más agresivas y vulneren al migran-

“Quienes están separados deben buscar soluciones juntos, puentes y carreteras en lugar de muros”. LISA PELLETTI Directora del Internatio­nal Peace Bureau

te, que deberá elegir ahora vías cada vez más peligrosos, climas extremos, hambre, el riesgo de ser blanco de los grupos armados y de morir en el camino”, infiere el analista, para quien también es evidente que los costos de los traslados incrementa­rán y fortalecer­án aún más a los traficante­s, muy cercanos al negocio de las drogas.

Como sencillame­nte las rutas o formas de cruzar cambiarán y la migración seguirá fluyendo, Neira prevé que se generarán taponamien­tos, es decir, que las personas se queden en zonas de frontera y generan nuevos y más graves conflictos sociales para los que los gobiernos locales de México no están preparados.

Así las cosas, aunque se construyan los muros más al- tos, blindados e impenetrab­les, quienes huyen de la pobreza o de conflictos seguirán encontrand­o formas para llegar a los países que más estabilida­d les prometen. “Los muros son solo política paliativas, no logran contener la razón de esta problemáti­ca, que son las necesidade­s tan fuertes en los contextos de origen: corrupción, inequidad, falta de oportunida­des y descomposi­ción social por grupos armados”, concluye el experto en migracione­s y fronteras. En eso coincide David Can

tero, director de la oficina de América del Sur de Médicos sin Fronteras, para quien, frente a la dificultad de que las naciones más desiguales resuelvan las raíces de sus dramas en plena crisis migratoria, lo que queda es que los países receptores abran vías seguras para que los migrantes puedan llegar y pedir refugio.

“Estos muros solo incrementa­n el peligro y causan más muertes. Los únicos beneficiad­os de todas estas trabas están siendo las mafias que se aprovechan de la vulnerabil­idad de quienes quieren cruzar. El mundo de los más ricos se tendrá que incomodar un poco si queremos detener una crisis aún mayor”, apunta

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El gobierno de Ariel Sharon aprobó la construcci­ón del muro israelí en Cisjordani­a y aún se mantiene, aunque no se ha terminado de construir en su totalidad.
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