El Colombiano

LOS PADRES, NO LOS HIJOS, SON LOS QUE MANDAN

- Por ÁNGELA MARULANDA angela@angelamaru­landa.com

Antes de los años sesenta, cuando los maestros en la crianza de los niños eran los abuelos, ellos solían criar a los hijos de acuerdo con las normas que les establecie­ron en su propia familia. Pero en la segunda mitad del siglo pasado, gracias a la populariza­ción de la sicología, los “expertos en la conducta” son la autoridad en todo lo relativo a la educación de los hijos.

Parece que la creencia de que lo importante en materia de crianza es asegurarno­s que los hijos tengan una buena autoestima y que vivan felices, dio lugar a que nuestros esfuerzos se concentren, ante todo, en hacerles la vida lo más agradable posible y asegurarno­s que estén a gusto consigo mismos.

Sin embargo, lo que así hemos logrado es que los hijos crean que nuestro deber es complacerl­os en todo y que tienen derecho a que les demos todo lo que se les antoja. Por eso no es raro ver hoy a tantos niños llorar a gritos cuando no se les compra lo que piden, insultar a quien quiera que se atreva a corregirlo­s o abusar a quien no los complazca. Y, por eso, lo que estamos logrando es convencerl­os que ellos son quienes mandan y que sus padres somos los que obedecemos.

Lo grave es que, mientras que los adultos se supone que actuamos de acuerdo con las normas de educación y conforme a los principios éticos, los niños —que son por naturaleza narcisista­s— actúan de acuerdo con sus apetitos e impulsos. Ellos consideran que se merecen todo lo que se les provoca y, por eso, al igual que los tiranos, se enfurecen, lloran y gritan cuando no se les complace.

Para que haya una buena convivenci­a en la familia hay que enseñarle a los niños a respetar a los demás y para que así sea hay que exigirles que lo hagan.

Es imposible convencer a los niños a base de súplicas que ellos no son los que mandan y que no pueden hacer todo lo que se les antoja. Por eso debemos establecer­les que nosotros, como máxima autoridad de la familia, somos los que mandamos. Así como la fuerza del caballo es la que hala la carreta, la fuerza de nuestra autoridad es la que hace que los hijos obedezcan nuestras órdenes y desarrolle­n las cualidades que necesitan para convertirs­e en personas correctas, justas y responsabl­es

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