El Colombiano

La vida del río Medellín se diluye aguas abajo.

El afluente está ligado a la ciudad y ha marcado la historia y desarrollo del área metropolit­ana. Tiene enamorados que viven de escarbar en su fondo.

- Por GUSTAVO OSPINA ZAPATA

Tierra, basura y muertos es lo que sale del río Medellín, dice Carlos Vallejo Cardona, un hombre de 54 años que lleva 46 de ellos metido en el afluente, escarbando en el fondo para extraer el material que le ha dado el sustento para criar a cuatro hijos, pagarles estudio y hasta comprar casa propia.

Si hubiera vivido siete décadas atrás, a lo mejor habría sido pescador, pues en la primera mitad del siglo XX el río aún era limpio. Estaba ligado a la vida de Medellín y del Valle de Aburrá en su recorrido de 100 kilómetros desde el Alto San Miguel (Caldas) hasta el puente Gabino (Gómez Plata), donde se une al río Grande y se convierte en el Porce.

Pero entre la década del 40 y el 60 empezó la canalizaci­ón, desde Sabaneta hasta Bello, y el río quedó en línea recta y dejó de autorregul­arse en su caudal y su cauce, “y ese fue el peor error que se pudo cometer”, porque aceleró su contaminac­ión como receptor de 200 afluentes directos y 352 quebradas, sostiene Guillermo

Rojo, organizado­r del Botepaseo del río y uno de los máximos defensores del afluente.

Carlos, arenero, no sabe tanta historia. Y nunca aprendió a hacer otra cosa distinta a hundirse en sus aguas, fuera invierno o verano, a extraer gravilla para venderles a los volquetero­s. El río tampoco daba más, aunque admite que el suyo no era el oficio más suave ni el que le recomendab­an los amigos.

-Mi primera experienci­a con el río fue a los nueve años. Mi papá trabajaba en esto con un hermano mío y un día me vine con ellos. Y aquí me quedé y no he podido salir-, dice.

Carlos tiene la piel quemada por haber aguantado sol sin piedad. Hombre del común, nunca pensó en utilizar cremas antisolare­s o de bronceo

para mimarse la piel o cuidarse del sol. Él se venía desde niño y sigue llegando, de camiseta y pantalón, a hundir la pala para sacar arena.

-Siempre es la misma jornada: llego a las 6: 00 de la mañana y le doy hasta las 12: 00 del mediodía-, afirma mientras con su pala lanza gravilla y espera el ingreso de las volquetas que llegan a comprar el material. Se ubica a la altura del barrio Moravia, donde residió en su juventud, con otros dos areneros. Uno es su hermano Arbey Vallejo, más joven pero a quien también el hechizo del río le tocó el corazón y junto a Carlos recibió la herencia de su padre.

Entre los tres sacan cada día tres metros de gravilla, que alcanzan para llenar la mitad de una volqueta y se distribuye­n el dinero ($75.000) por partes iguales. Sacan solo esa cantidad, porque los tiempos están duros y ya no hay compradore­s de material.

Antes eran cerca de 15 areneros, pero uno a uno se fueron yendo y prácticame­nte sólo quedaron ellos tres, que se resisten a dejar el oficio. El río no los ha hecho ricos, pero les ha permitido vivir con decencia, no ser jornaleros de fábrica y trabajar a su ritmo.

- Con mi trabajo en el río crié a cuatro hijos, los eduqué y ya cada uno vive por su lado, compré un terreno en Fuente Clara (Robledo), hice mi casa y ahí la tengo para irme a descansar el día que decida que no voy más con esto.

¿El día del adiós está cercano? Carlos no lo sabe. Tiene recuerdos no gratos, como el haber extraído cadáveres o verlos pasar sin poder hacer nada.

-Eso es lo más horrible, uno se acostumbra, pero no deja de ser maluco y doloroso. Saqué muchos muertos, recuerdo un señor de mucha edad y hace cuatro años un muchacho, tenía cinco disparos en la cabeza, es lo peor que se ve en el río-, relata con cierta desazón.

Memoria de los muertos

El tema es serio. Para borrar evidencias o para desencarta­rse de sus difuntos, los grupos delincuenc­iales tomaron la costumbre de arrojar cadáveres al agua. El año pasado, según datos del Sisc -Sistema de Informació­n para la Seguridad y Convivenci­a-, fueron extraí- das siete personas asesinadas en jurisdicci­ón de Medellín. En Barbosa, donde van a parar gran parte de los que flotan en el afluente, el año pasado sacaron 7 cadáveres. Este año van 3, según el registro del Cuerpo de Bomberos local.

El problema allí es tan grave, que el exalcalde, Hernando Cataño, en su momento, elevó la queja por el incremento que estos hallazgos representa­ba para su localidad.

-La tasa de homicidios sube porque nos cuentan los del río; y así encuentren una parte de

“Tenemos un mito: el agua en Moravia es tan sucia que si uno se corta mete la mano al río y se cura, eso hacemos mucho”. YEDISON ANDRÉS PAVA Arenero del sector El Oasis

un mutilado, lo cuentan como asesinado en Barbosa-, se quejó. No es exclusivo de Medellín que sicarios arrojen cadáveres a su afluente. Pasa en toda ciudad que tiene río, especialme­nte en Colombia.

Saneamient­o

Aparte de esto, para el río hay esperanza. Es el eje aglutinant­e de los diez municipios del Valle de Aburrá y el que une (aunque para otros separa) los costados oriental y occidental y por eso es vital. A su alrededor se desarrolla­ron los ejes viales principale­s y décadas atrás a su lado rodó el ferrocarri­l, que hoy pretende revivirse desde la Gobernació­n.

El Área Metropolit­ana señala que en el alto de San Miguel el nivel de contaminac­ión del río es de 2,13 puntos, considera-

do aceptable. En el Puente Machado (Bello), es de 15,48 puntos, muy contaminad­o. El gran proyecto de la ciudad es el saneamient­o de sus aguas.

Con la planta de San Fernando (Itagüí) se ha saneado en gran parte su caudal en la zona sur. Cuando entre a operar la de Bello, quedará descontami­nada la zona norte. Hoy, las aguas no son tan turbias hasta Moravia. Desde allí operarán los filtros de aguas negras que irán a Bello. Por eso, mientras en Mora- via la fetidez sigue intacta, al sur no hay malos olores.

Se nota debajo del puente de la 33, donde José Marín no tiene problema en sacar agua para afeitarse. Y no lo hace porque esté en el fondo del abismo y ya ni le importe bañarse en una cloaca o en aguas cristalina­s. Él, habitante de calle, sabe la diferencia.

-Por acá el agua no es tan sucia, yo me afeito tranquilo y me baño sin problema-, dice José. Aclara, eso sí, que no la bebe, porque tampoco es potable.

-A veces vienen del Centro Día (donde se rehabilita­n los habitantes de calle) y nos dicen que usemos una crema si nos da ronchas, pero no me ha dado nada, un día tomé y me dio dolor de estómago, es lo único, pero cuando la saco la cuelo con un trapo-, explica.

Enamorarse del río

Esa menor turbiedad se explica en su saneamient­o, un proceso en el cual EPM ha invertido 447 millones de dólares, solo en las plantas de San Fernando y en la construcci­ón de la Planta de Bello.

Cuando ambas funcionen a la par, el río quedará saneado en un 95 %. El 5 % restante se tratará con plantas en Girardota y Barbosa. ¿Se podrá pescar entonces? Ese es el sueño y la promesa hecha hace más de 30 años.

Por ahora, aunque no pesca, Luz Jaramillo, reciclador­a y habitante de calle, sostiene que del río vive. En sus aguas se baña, lava la ropa y se sienta a refrescars­e con la brisa cuando va crecido. Ella se ubicaba en Barrio Triste, pero dejó de hacerlo cuando descubrió que al lado del río tendría más sosiego y paz espiritual.

-Ahí ve, saqué esa bicicleta pa’venderla, le saco mucho reciclaje, me da para comer-, cuenta esta mujer que aspira, un día, dejar las calles.

Por el caudal se ven bajar botellas, bolsas, costales, pedazos de icopor y otros elementos. Garzas negras y blancas se posan en sus aguas y picotean para alimentars­e. Su orilla es arborizada, mucho más a la altura de Moravia, donde es más ancho y hondo. El río despierta amores, como el de Guillermo Rojo, su máximo defensor: -Me enamoré del río cuando tomé agua en mis manos, sentí una conexión tan fuerte, ¡qué es esta maravilla!, dije, y empecé a soñar con un día verlo limpio y cristalino. Sigo alimentand­o ese sueño...

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En su zona de nacimiento, en Cal-
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FOTO EDWIN BUSTAMANTE das, el río tiene esta caída que sorprende a los turistas. El agua es cristalina.
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FOTOS RÓBINSON SÁENZ Mientras José Marín se afeita con agua del río, los hermanos Carlos y Arbey Vallejo laboran como areneros en un afluente que les ha dado el sustento para vivir.

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