Esfuerzos por tener vivas las lenguas
Gobierno y universidad trabajan por mantener las 68 lenguas nativas del país, aunque con distintas visiones.
Tuleñol, emberañol, estos idiomas, resultado de mezcolanzas entre cada lengua y el español, es lo que tienden a hablar los habitantes de las distintas etnias en nuestro país.
Esas expresiones no son mías. Las expresó el etnolinguista Abadio Green, profesor de la Universidad de Antioquia, una vez cuando le pregunté sobre “la salud” de la lengua de la comunidad de la que es oriundo, los Tule, que ocupa territorios en Urabá y Panamá.
Ahora, al recurrir a él para volver a preguntarle, el académico dice que las cosas no han mejorado mucho.
“Desde 2010 tenemos una ley, la Ley 1381 de los Derechos Lingüísticos de los pueblos, que obliga al Estado a ocuparse de salvaguardarlas, pero creo que no se ha conseguido”.
Explica que una de las razones es que en el Estado no hay un doliente a quien le preocupe el asunto.
Antes de la Constitución de 1991, sigue diciendo Abadio, existía una división del Ministerio de Educación encargada de asesorar a esa cartera en los temas de las etnias. A partir de ese año cerraron tal dependencia.
“Ahora, el Ministerio de Cultura y el de Educación trabajan cada uno por su lado, en lugar de unificar esfuerzos y recursos para generar más y mejor impacto”.
Por su parte, Moisés Me- drano, director de Poblaciones, dice que en su despacho se han generado avances en la materia. Uno de ellos, el más inmediato, es la traducción rápida de los Acuerdos de Paz con las Farc a 66 de las 68 lenguas nativas.
Este trabajo “involucró a unas 150 personas hablantes de las distintas lenguas y en pocos días, después de las firmas del Acuerdo, las comunidades pudieron acceder al documento”.
De la pérdida de lenguas y culturas, Medrano recuerda que no solo se van perdiendo por desdén o porque los pueblos que las hablan van mezclándose con otros, sino también por conflictos armados o por fenómenos naturales.
Este comentario nos mueve a pensar en los Tinigua, por ejemplo, del Caquetá, quienes sufrieron mucho por el primero de los factores mencionados: en el siglo diecinueve, por enfrentamientos con otros grupos; a principios del veinte, por las mafias explotadoras de caucho, tragedias reveladas en La vorágine, de José Eustasio Rivera, y ya a finales del veinte sufrieron el exterminio paramilitar.
Medrano lamenta que este logro (el de traducir el Acuerdo) no haya sido noticia; los medios de comunicación poco lo destacaron.
Revela que las dos únicas lenguas a las que no fue traducido el Acuerdo entre Gobierno y Farc son u’wa y romaní (la de los gitanos), porque los líderes de esos grupos expre- saron desacuerdo político con los tratados y, por eso, no se interesaron en la traducción.
Traducciones que se encuentran en la página del Ministerio de Cultura.
Medrano lamenta que las distintas lenguas de Colombia sean tendencia cada año, a finales de febrero, cuando se celebra el Día Internacional de la Lengua Materna: “El martes 21 fuimos tendencia en las redes sociales, pero después, el interés de los colombianos por estos temas desaparece”.
Este funcionario destaca el trabajo que realiza el Consejo de Lenguas de la Organización Nacional Indígena de Colombia, Onic, y el que realiza la Universidad de Antioquia con la Licenciatura de la Pedagogía de la Madre Tierra, que dirige Abadio Green.
Diccionarios
El Instituto Caro y Cuervo, entidad adscrita al Ministerio de Cultura, con la participación de la lingüista Andrea Urquijo, ha adelantado investigaciones en torno al tema de las lenguas colombianas.
De unas cuantas ha desarrollado diccionario, como el Diccionario electrónico sálibaespañol. Y en el portal Lenguas de Colombia del Instituto Caro y Cuervo (lenguasdecolombia.caroycuervo.gov.co/) se hallan glosarios, fichas descriptivas de las comunidades, cuentos y leyendas, costumbres y artesanías, acompañadas de ilustraciones, que contribuyen a difundir la sabiduría de las comunidades.
No solo indígenas, sino también afrocolombianas — palenquera, de Bolívar, y raizal de San Andrés— y gitanas.
“En Antioquia no hemos avanzado tanto en ese tema de los diccionarios”, comenta Guzmán Cáisamo, perteneciente a la comunidad Embera Dobida y encargado de la etnoeducación en la Organización Indígena de Antioquia.
“En cuanto a los Embera — dice Guzmán— contamos con lo poco que hizo la Madre Laura hace casi cien años. Ese diccionario no está en uso. Sé que las comunidades Tule han avanzado un poco más”.
Escritura versus oralidad
En el caso de las lenguas indígenas los diccionarios pueden servir más para los hispanohablantes, porque todos estos documentos son bilingües, cualquier lengua con el español, que para los hablan-
tes de las lenguas nativas.
Esto se deduce al oír hablar a Abadio Green, para quien este asunto de los diccionarios no tiene tanta importancia. La explicación: las comunidades indígenas son ágrafas porque sus lenguas no tienen alfabetos. Estas son lenguas erigidas en la oralidad. El canto, las narraciones habladas, el tejido, la comida, los rituales... Entonces resulta poco probable que los indígenas que viven en sus comunidades, sin recibir formación occidental, se pongan en la tarea de leerlos o consultarlos. Tampoco los Acuerdos entre el Gobierno y las Farc.
“Nosotros, los indígenas, comenta el etnolingüista, tenemos otras formas de escritura: los tejidos, por ejemplo, que cuentan historias en las figuras que representan en las mochilas o las mantas”.
Sostiene que, en lugar de estar intentando llevar a las comunidades una educación occidental, con su lógica racionalista y su mentalidad pragmática, los esfuerzos se deberían encaminar a llevarles una educación desde su cosmovisión y su sabiduría. Esta es la filosofía que rige la Licenciatura que orienta en la Universidad de Antioquia.
“Todos los pueblos indígenas de la tierra, todos, absolutamente todos, decimos que la tierra es nuestra madre, que todos los seres que habitamos somos sus hijas e hijos, porque dependemos de ella en cada instante de nuestras vidas, porque la estructura de nuestro cuerpo es igual al de la tierra. Si observamos las culturas indígenas de América, todas coinciden en eso: ninguna dice que la tierra es el padre, sino la madre. Pacha Mama dicen en quechua, por ejemplo”.
Cree que se debe propender por una formación desde la oralidad. Enseñando y componiendo cantos, elaborando tejidos, preparando comidas, tejiendo okamás, sombreros y mochilas... y volviendo a los rituales, que, según se queja Abadio, se están perdiendo en las comunidades.
“Para la niña que llega a la pubertad, al tener la menarquia, había una reunión, un baile, una toma de chicha y el uso de ciertos trajes... Este ritual, así como muchos otros, se están extinguiendo en nuestros pueblos”.
Cree que el trabajo para la preservación de las lenguas – en estas van los saberes, el folclor, las creencias, las costumbres– es arduo. No solo porque deben convencer a las autoridades del Gobierno sobre sus necesidades para que estos hagan caso y establezcan políticas y acciones encaminadas a lograr los objetivos, sino porque deben convencer a los propios indígenas de que sus saberes son importantes. Que resulta fundamental volver a tejer y a ritualizar.
“Han sido 500 años diciéndoles a ellos que lo suyo no es importante y es complicado descolonizar la mente”