LOS HUMILDES SON MÁS AFORTUNADOS QUE LOS FAMOSOS
Uno de los fenómenos más notorios de los últimos tiempos es el inmenso interés de alcanzar fama, poder y dinero a cualquier precio. Parece que, gracias a que la cultura consumista nos ha establecido que la importancia de las personas está en los bienes que tienen y no en sus cualidades o virtudes, una posición destacada no siempre se logra por méritos sino que, a menudo, se compra con dinero.
Paradójicamente, las personas que trascienden en la historia se caracterizan no solo por sus conocimientos sino por su sabiduría, su bondad y su humildad. Sin embargo, estas virtudes, en un mundo en que se persigue el poder y la fama, se consideran casi un defecto. Estrictamente hablando, las personas humildes se caracterizan por ser, no pobres e insignificantes sino bondadosas, nobles y serviciales. Esto significa que la gente humilde, lejos de corresponder a una categoría inferior, son quienes giran alrededor de valores muy superiores a aquellos que se consideran de más alta categoría.
Las personas humildes tienen la fortuna de gozar de lo que todos queremos: paz y armonía. En efecto, como la gente humilde actúa por convicción y no por adulación, como lo que les importa no es su imagen ante la sociedad sino su imagen ante Dios y se miran en el espejo de su conciencia y no en el de la opinión ajena, tienen control sobre lo que quieren ser y no están controlados por lo que ambicionan, a diferencia de quienes viven para sobresalir. Además, gracias a que no dependen de los juicios ajenos tampoco los perturban las críticas ni los inflan las alabanzas y por eso suelen vivir profundamente satisfechos. Con razón se ha dicho que “la prepotencia es la fachada de la estupidez y la humildad es el cimiento de la sabiduría.”
Está visto que son las satisfacciones y no las vanaglorias, las que nos permiten llevar una vida plena y feliz. Por eso, la clave para ser felices es dedicarnos a cultivar en nosotros y en nuestros hijos las virtudes que nos permitan enriquecer profundamente la vida, porque nos ocupamos de contribuir en lugar de vivir para sobresalir. Por algo será que el árbol que se destaca muy pronto por la grandeza de sus ramas, es el primero que cae por falta de profundidad en sus raíces