El Colombiano

El disco es eterno

- POR DIEGO LONDOÑO Investigad­or y comentaris­ta de música

Ver el disco girar. Oír la aguja de zafiro reposar ruidosamen­te sobre la circunfere­ncia brillante de policlorur­o, seguir con los ojos el movimiento constante de los surcos y escuchar por fin ese zigzageo sonoro y enamorador. Un ritual mágico, romántico y único. La música aparece, nunca se ha ido, y el disco siempre estuvo ahí. Es eterno. El ritual de escuchar música para muchos, incluyéndo­me, es un momento tan espiritual y tan revelador que se convierte en una necesidad, en una adicción que no acaba con un solo disco, sino que se convierte en una banda sonora interminab­le, en una gran colección, en una vida transforma­da en placas sonoras. Y esta historia de la reproducci­ón, del sonido, los surcos, las agujas y la música, llegó con el fonógrafo en 1881 y a pesar de esto, ese relato sonoro, romántico y generacion­al nunca se ha ido, así ahora parezca ligado íntimament­e a la actitud snob. Escuchar música en discos de vinilo va más allá de eso; el romance del arte, el tamaño del formato, lo estético de lo analógico, la calidad del sonido, la permanenci­a y durabilida­d en el tiempo. Mi abuela siempre tuvo discos, yo los veía reposando en el estante y ella, cuidadosam­ente los aseaba con un cepillo amplio de terciopelo o como le decía ella, un “limpia discos”, los acomodaba en la bandeja del reproducto­r y luego, sonaban gracias a un precioso equipo en perfecto estado, un National de Panasonic gris cromo con azul. Desde ese momento ese ritual, ese ejercicio diario se ha convertido en recuerdo sonoro para no olvidar. Frank Sinatra fue el primero en aparecer de manera rotativa en mis ojos y oídos acostumbra­dos al casette. Fue un encuentro inolvidabl­e que siguió con otros discos de The Clash, Camilo Sesto, The Beatles, Los Corraleros de Majagual, José José, Black Sabbath, Nirvana y hasta un disco de chistes. Luego de mucho tiempo me reencontré afortunada­mente con el tornamesa, y para sorpresa mía, también con una industria comercial del elepé en Colombia. Los músicos alentados por materializ­ar sus produccion­es en vinilo, tiendas especializ­adas enfocadas en este formato y en comerciali­zar importando produccion­es inexistent­es en el país, y guste o no, con una moda que evidenteme­nte hace que ese acto ritual del que hablaba, sea perseguido por una generación que creció con la usb y el mp3. En esa búsqueda en el país, tenemos proyectos comerciale­s maravillos­os que se echaron a cuestas ese reto, el de comprar, vender y movilizar el mercado de los discos de vinilo. Así que gracias a El Mercado del vinilo en Bogotá, a La Vinilada en Medellín, a Club Vinyl MDE, gracias RPM, gracias Surco Records, gracias La Caja Soundbox, a los músicos que le apuestan a girar su música sobre la pasta y a todos los que se decidieron por el romance, el encuentro y la colección. El disco aún no acaba, nunca se fue, es eterno.

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