El disco es eterno
Ver el disco girar. Oír la aguja de zafiro reposar ruidosamente sobre la circunferencia brillante de policloruro, seguir con los ojos el movimiento constante de los surcos y escuchar por fin ese zigzageo sonoro y enamorador. Un ritual mágico, romántico y único. La música aparece, nunca se ha ido, y el disco siempre estuvo ahí. Es eterno. El ritual de escuchar música para muchos, incluyéndome, es un momento tan espiritual y tan revelador que se convierte en una necesidad, en una adicción que no acaba con un solo disco, sino que se convierte en una banda sonora interminable, en una gran colección, en una vida transformada en placas sonoras. Y esta historia de la reproducción, del sonido, los surcos, las agujas y la música, llegó con el fonógrafo en 1881 y a pesar de esto, ese relato sonoro, romántico y generacional nunca se ha ido, así ahora parezca ligado íntimamente a la actitud snob. Escuchar música en discos de vinilo va más allá de eso; el romance del arte, el tamaño del formato, lo estético de lo analógico, la calidad del sonido, la permanencia y durabilidad en el tiempo. Mi abuela siempre tuvo discos, yo los veía reposando en el estante y ella, cuidadosamente los aseaba con un cepillo amplio de terciopelo o como le decía ella, un “limpia discos”, los acomodaba en la bandeja del reproductor y luego, sonaban gracias a un precioso equipo en perfecto estado, un National de Panasonic gris cromo con azul. Desde ese momento ese ritual, ese ejercicio diario se ha convertido en recuerdo sonoro para no olvidar. Frank Sinatra fue el primero en aparecer de manera rotativa en mis ojos y oídos acostumbrados al casette. Fue un encuentro inolvidable que siguió con otros discos de The Clash, Camilo Sesto, The Beatles, Los Corraleros de Majagual, José José, Black Sabbath, Nirvana y hasta un disco de chistes. Luego de mucho tiempo me reencontré afortunadamente con el tornamesa, y para sorpresa mía, también con una industria comercial del elepé en Colombia. Los músicos alentados por materializar sus producciones en vinilo, tiendas especializadas enfocadas en este formato y en comercializar importando producciones inexistentes en el país, y guste o no, con una moda que evidentemente hace que ese acto ritual del que hablaba, sea perseguido por una generación que creció con la usb y el mp3. En esa búsqueda en el país, tenemos proyectos comerciales maravillosos que se echaron a cuestas ese reto, el de comprar, vender y movilizar el mercado de los discos de vinilo. Así que gracias a El Mercado del vinilo en Bogotá, a La Vinilada en Medellín, a Club Vinyl MDE, gracias RPM, gracias Surco Records, gracias La Caja Soundbox, a los músicos que le apuestan a girar su música sobre la pasta y a todos los que se decidieron por el romance, el encuentro y la colección. El disco aún no acaba, nunca se fue, es eterno.