Vivimos en sociedades más que conectadas
Las sociedades hiperconectadas tendrán su punto más alto cuando, para 2020, los objetos conectados a Internet se hayan multiplicado.
El llamado espejo negro, es decir, la pantalla de su teléfono, es tal vez el objeto sobre el cual usted posa la mirada durante más tiempo en el día. Lo hace, seguramente, para revisar su correo, retomar o iniciar alguna conversación en un chat, subir una foto o para enterarse de la actualidad.
El reflejo de su rostro desaparece en el instante en el que la pantalla brilla: y asimismo se desvanece su soledad, usted está en la red, conectado con el mundo.
“La hiperconectividad será para el siglo XXI lo que fue el motor de combustión interna para el XX”, señaló en 2014, Robert Greenhill, el entonces director administrativo del foro Económico Mundial. Por esa época el concepto de hiperconectividad, que ya se venía mencionando años atrás, se tornó más relevante y empezó a desarrollarse a la par con el creciente acceso de la población a internet por medio de dispositivos móviles. Se comenzó a hablar de una sociedad hiperconectada.
Ana María Miralles, docente investigadora de la Universidad Pontificia Bolivariana, prefiere no llamarla de ese modo, siente que el término le da un sesgo negativo, como si estuviéramos conectados de más y por eso prefiere apartarse de esa visión.
Según la doctora, efectivamente estamos en una sociedad muy conectada. Más que en cualquier otro momento de la historia del hombre. Esa conexión, según ella, no solo se refiere a la que se genera entre un usuario y otro por medio de un dispositivo, sino también a la que se da entre un usuario y la información.
“No es un mundo hiperconectado, más bien es un mundo más y mejor conectado”. La doctora cree que en este tiempo se debe ser precavido al usar las palabras que se traen del siglo XX para explicar fenómenos del siglo XXI.
Ese fenómeno de gran conectividad no es valorado por ella en términos negativos. Al contrario, la doctora Miralles cree que hay grandes oportunidades en desarrollos como el Internet de las Cosas, y da como ejemplo los dispositivos que monitorean la actividad física. Con ellos, cuenta Miralles, se pueden conocer patrones de comportamiento en la gente. La investigadora,
señala además, que en toda esa información que circula, hasta en los mismos chats que tenemos, existe la posibilidad de revisar patrones para conocernos a nosotros mismos. El llamado big data.
Para Daniel Hermelin Bravo, docente del departamento de comunicación social de la Universidad Eafit, hay algo que se debe tener en cuenta en esta denominada sociedad hiperconectada: no se puede analizar la relación entre medios –WhatsApp, Instagram, Facebook, entre otros– y sociedad, como si cada uno fuera por su lado.
“Es una relación permanente. La sociedad es la que le pone las pautas a esos medios para desarrollar tecnologías cercanas, es decir, sus ac-
tualizaciones no son ajenas a las problemáticas sociales”.
Para el profesor Hermelin, todas las personas, de alguna manera, deben convivir con una incertidumbre contemporánea: la de la relación que se tiene con los dispositivos móviles. Esa correspondencia es distinta en cada caso.
“El hecho de que yo tenga un teléfono en el bolsillo que me dé acceso al correo electrónico o a redes sociales, y mediante el cual puedo estar conectado las 24 horas, hace que sea difícil, en algunas situaciones, poner límites”, señala Hermelin.
De esa forma, el docente cree que los desarrollos tecnológicos que hoy se pueden tener traen “cosas maravillosas y cosas horrendas”. Por esa ra-