CASI TODO UN PAÍS EN ALERTA NARANJA
Las encuestas más recientes han lanzado una señal de alarma sobre el estado de gran parte del país. Digamos que está en alerta naranja. Nadie que sea razonable puede alegrarse con la patética pérdida de favorabilidad del Presidente y las instituciones con él, es decir la caída continua en materia de respaldo de la voluntad general que, en democracias consolidadas representa, sin más ni menos, la legitimidad para el manejo del poder. En regímenes parlamentarios, donde operan con eficacia los controles al Ejecutivo, la ineficacia y el descrédito sostenidos del gobierno determinan su reemplazo inminente.
Bienvenidos los acuerdos de paz y el posconflicto y las conversaciones con el ELN, pero es por lo menos una ingenuidad reducir los avances en esa faceta de la realidad y negar los retrocesos en todos los de- más campos, causados por el desgobierno. Lo que dictaminan las encuestas está sintiéndolo, percibiéndolo y diciéndolo la gente día tras día. Ni la apariencia de buena imagen internacional ha quedado indemne ante los escándalos por la cadena internacional de sobornos de Odebrecht. Sin necesidad de hacer enumeraciones cada vez más largas sobre los problemas que descubren las noticias de cada hora, es obvio que la desconfianza y un indeseable pesimismo están marcando la actitud de buena parte de los ciudadanos.
¿Con qué iniciativa que no sea la trasnochada propuesta de reforma política del Ministro del Interior va a salir el gobierno de aquí a las elecciones de 2018? ¿Qué viraje trascendental hará en su discurso para protegerse de los rayos de sol que le azotan las espaldas y prevenir una debacle institu- cional, cuando es lógico anticipar, sin necesidad de usar poderes adivinatorios, que las proporciones de impopularidad señaladas por las encuestas coincidirán con los resultados de las elecciones? ¿Pero, además, de verdad están alistándose las fuerzas oposicionistas para hacerle frente al reto de proponer alternativas distintas, audaces e innovadoras y sugestivas para los ciuda- danos, como para dejar atrás la ya prolongada etapa de descaecimiento institucional, incredulidad y desgano?
Si digo que es casi todo un país, no todo el país, el que está en alerta naranja, debo admitir la excepción: Antioquia y Medellín, con otras ciudades y regiones en menor escala, se salen de ese panorama tenebroso. Que el Alcalde Federico Gu
tiérrez y el Gobernador Luis Pérez hayan obtenido los más altos niveles de popularidad es un hecho que debe atribuírseles a la seriedad con que han asumido sus responsabilidades, con todo y sus fallas y motivos de cuestionamiento, y al reconocimiento que merecen entre la gente. Por supuesto que tal resultado no va a cambiar la constante histórica de la malquerencia y la discriminación capitalinas. Esta región y su capital deberían constituir, en definitiva, otro país
¿Están alistándose las fuerzas oposicionistas para hacerle frente al reto de proponer alternativas distintas, audaces e innovadoras?