LEER PARA AFRONTAR LA VIDA
Nunca fui un buen estudiante en el colegio, tuve calificaciones mediocres y amonestaciones por falta de disciplina. Una vez, estaba sentado en la parte trasera del salón, hablaba con mis compañeros y dejábamos escapar risotadas que distraían al profesor. Él, cansado de nuestro desorden, reaccionó con cólera y nos llamó al frente. Los cuatro caminamos con la cabeza gacha, sintiendo una vergüenza terrible. Como si subiera a un viejo cadalso, esperé lo peor.
El profesor, colérico como un animal salvaje, me miró y escupió: “Osorio, se lee Cien años de Soledad para la otra semana. Nos lo expone acá”. Confieso que, en aquellos tiempos, mis hábitos de lectura eran precarios y mi capacidad de comprensión ínfima. Había leído poquísimos libros en la vida, por lo que acercarme a la obra cumbre de García
Márquez representaba un reto desproporcionado como castigo. Compré el libro y comencé a leerlo. A pesar de la dificultad que representaba, quedé fascinado con los personajes y las historias de Macondo. Lo devoré y expuse con total solvencia, convencido de que había comprendido a cabalidad la novela. Solo después entendí que Cien años de soledad puede ser leída las veces que sea y el lector sentirá siempre esa misma fascinación de la primera.
Ese “castigo” cambió mi vida sin que pudiera darme cuenta. Pasé de ser un lector desidioso a uno voraz; de García Márquez salté a William Ospina, quien me presentó a José Eusta-
sio Rivera y su bella y durísima Vorágine. Y luego, por recomendación de Ospina, llegué al mítico condado de Yoknapatawpha; ese sitio ficticio creado por William Faulkner, a quien hace poco Esteban Carlos Mejía le dedicó una brillante columna que tituló con ingenio “No hay más dios que William Faulkner”. Andando por esos caminos di con Fitzgerald y Hemingway.
En fin, la literatura me ha servido no para huirle a los pro- blemas de la vida, sino, por el contrario, para entenderla con todos sus matices; para comprender que la truculencia, la maldad y la desgracia hacen parte de la condición humana. En eso concuerdo con Vargas Llosa: al contrario de las drogas y el alcohol, que sirven para evadir la realidad, la literatura es indispensable para afrontarla. Ahora, solo espero que mis compañeros hayan asumido el “castigo” de leer como una invitación a la felicidad, como lo he tomado yo
La literatura me ha servido no para huirle a los problemas de la vida, sino para entenderla.
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