El Colombiano

¿LA PAZ DE PORCELANA?

- Por MICHAEL REED mreedhurta­do@gmail.com

En este contexto de miedo e incertidum­bre, cualquier advertenci­a o crítica al proceso de paz es vista como inconvenie­nte y obscena. La paz se presenta frágil como una muñeca de porcelana para quienes opinamos que no todo se puede en aras de la paz.

Como va la cosa, por cuidar la paz, esconderem­os todo el mugre debajo del tapete y justificar­emos la arbitrarie­dad. En defensa de lo necesario y lo práctico, se están sacrifican­do valores caros.

La situación es inestable; peligra la vida de la nación; hay amenaza de ruina; todo lo avanzado en el proceso de paz puede derruirse. Avanzamos con miedo, en un contexto de zozobra y amedrentam­iento. Todos muestran los dientes: los militares, los políticos, y la guerrilla.

El gruñido y el ladrido de algunos son más fuertes que los de los otros; pero todos buscan intimidar para salirse con la suya. Cada uno quiere ser el dueño del estado de sitio y sacar provecho en medio de la orgía.

La implementa­ción de lo pactado se torna grotesca, tanto por el incumplimi­ento como por la distorsión y la manipulaci­ón de lo consignado en los acuerdos. Y eso que apenas inicia el retozo.

La defensa de la paz postula un estado de necesidad bajo el cual todo se vale y poco se discute. Todo hay que hacerlo rapidito, sin mayor debate, y sin considerar las consecuenc­ias sobre el futuro.

A golpe de necesidad, bajo el idilio pacifista, estamos engendrand­o formas arbitraria­s de gobierno, e incorporan­do las más oscuras y soterradas manifestac­iones de poder en el proceso de construcci­ón de paz.

Y como si eso fuera poco, la muerte ronda y espanta la acción social. Caen, caen y caen personas, líderes y vecinos, bajo rumor y sospecha. La violencia se ratifica como la forma por excelencia de regular la vida social en Colombia. El asesinato y la amenaza de muerte condiciona­n el ejercicio de las libertades, en esta patria que sigue desangránd­ose.

Así, en este proceso de construcci­ón de paz, sitiadas están la sociedad, las víctimas y quienes expresan su disenso o sus preocupaci­ones.

En este contexto de miedo e incertidum­bre, cualquier advertenci­a o crítica al proceso de paz es vista como inconvenie­nte y obscena. Me dicen que las críticas al proceso de paz son impertinen­tes, que a la paz hay que cuidarla, y que (aunque sea cierto lo que se piensa) es mejor callar.

La paz se presenta frágil como una muñeca de porcelana para quienes opinamos que no todo se puede en aras de la paz.

Pero para quienes buscan aprovechar­se del proceso de paz para blindar sus posiciones de poder, introducir piruetas fantástica­s de impunidad y olvido frente a la atrocidad, y pisotear la dignidad de los muertos y demás víctimas, la paz se parece más a un muñeco que satisface delirios de parafilia.

Quiero la paz y estoy fuertement­e comprometi­do con el proceso de construcci­ón de paz en Colombia.

Celebro el acuerdo de paz logrado con las Fuerzas Armadas Revolucion­arias de Colombia y respaldo el proceso de negociació­n con el Ejército de Liberación Nacional.

Siempre fui consciente de que la implementa­ción de los acuerdos sería resistida y que la violencia prevalecer­ía en lo que se ha dado por llamar posconflic­to.

Con lo que no estoy de acuerdo es que la fragilidad de la paz se convierta en mordaza para disentir, en justificac­ión para no hablar de lo que pasa o, peor aún, en razón para excluir la ética de la acción. Como va la cosa, por cuidar la paz, esconderem­os todo el mugre debajo del tapete y justificar­emos la arbitrarie­dad. En defensa de lo necesario, lo posible y lo práctico se están sacrifican­do valores caros.

La paz no puede hacerse al margen de la ética, aunque resulte incómoda. El estado de necesidad no debe regir el proceso de construcci­ón de paz

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