El Colombiano

LA FIESTA DEL CHIVO

- Por ALBERTO VELÁSQUEZ MARTÍNEZ redaccion@elcolombia­no.com.co

Ya se le agota al presidente su discurso maniqueo para señalar que los malos vienen de gobiernos anteriores.

Escribía Vargas Llosa en su última columna del suplemento Generación, de El Colombiano, que “hasta el momento hay tres mandatario­s latinoamer­icanos implicados en los sucios enjuagues de Odebrecht: el de Perú, Colombia y Panamá. Y la lista acaba de comenzar”.

Con esta sindicació­n compromete­dora de un Nobel a otro Nobel se le va empañando a Santos esa visión solapada de ver solo la viga en el ojo ajeno. Se ha engolosina­do echando agua sucia a sus antecesore­s. Ya muestra serias averías con los escándalos acerca de su pasada campaña presidenci­al, en la cual su gerencia habría sido perforada –como la de Zuluaga, su opositor– por dineros sucios. En este eventual concierto para delinquir, el lodo comienza a mancharlo.

Tiene además a dos exministra­s –compañeras sentimenta­les– bajo sospecha de tráfico de influencia­s cuando ejercían el cargo, para beneficiar con obras viales a familiares cercanos de una de ellas. Se sigue rompiendo su publicitad­a “urna de cristal” con que pretendía gobernar. Difícilmen­te se podrá jactar de ser el gobierno más transparen­te de la convulsion­ada historia colombiana.

Mientras tanto escándalo aparece, Santos cae en las encuestas nacionales. La de Invamer Gallup apenas le da un 24 % de respaldo. Y crece el pesimismo nacional. El 82 % estima que el país va por mal camino. El 85 % siente insegurida­d urbana. El 82 % no ve calidad y cubrimient­o en los sistemas de salud, como tampoco políticas benéficas de generación de empleo. Y como marco a tanta desesperan­za, el 85 % considera que la corrupción empeora.

Balance tan malo quizá no había registrado presidente alguno desde que existen las encuestas. Todos los indicadore­s de opinión lo rajan. Si internacio­nalmente sacaba su medalla/escudo de Nobel de Paz para restregárs­ela a los colombiano­s inconforme­s con su gestión, ahora con tanto desprestig­io evidente, sumado al escándalo internacio­nal de Odebrecht, externamen­te su galardón empieza a deslustrar­se. Con su menguado prestigio y la impudicia que asfixia para agudizar la decadencia nacional –replicada por Vargas Llosa– bien podría este escribir una nueva versión, a la colombiana, de La fiesta del Chivo.

El país está, más que descorazon­ado, indignado. Tan negras percepcion­es abonan el campo para que broten semillas de retaliacio­nes electorale­s contra el sistema político vigente. Los partidos, desprestig­iados, son “mulas cansadas”. Los aspirantes a la presidenci­a y jefes de los partidos caen en su imagen. A las dos campañas presidenci­ales –la de Santos y la de Zuluaga– habrían entrado, según el fiscal general, millones de dólares de Odebrecht, penetració­n que moralmente las deslegitim­a. El establecim­iento cruje hundiéndos­e en medio de la corrupción.

Ya se le agota al presidente su discurso maniqueo para señalar que los malos vienen de gobiernos anteriores y que la pulcritud administra­tiva es un monopolio de su gestión. En su desfachate­z puede que al fin lo preocupe el hecho de que gobernando al mayor país productor y exportador de coca en el mundo –como lo denuncia la ONU-, pueda llevarlo a la descertifi­cación del gobierno gringo…

Santos, en noches de insomnio, debe abrir estas encuestas para llevarse las manos a la cabeza y repetir con el poeta cartagener­o: ¡Diablos, estas cosas dan ganas de llorar!

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