LA FIESTA DEL CHIVO
Ya se le agota al presidente su discurso maniqueo para señalar que los malos vienen de gobiernos anteriores.
Escribía Vargas Llosa en su última columna del suplemento Generación, de El Colombiano, que “hasta el momento hay tres mandatarios latinoamericanos implicados en los sucios enjuagues de Odebrecht: el de Perú, Colombia y Panamá. Y la lista acaba de comenzar”.
Con esta sindicación comprometedora de un Nobel a otro Nobel se le va empañando a Santos esa visión solapada de ver solo la viga en el ojo ajeno. Se ha engolosinado echando agua sucia a sus antecesores. Ya muestra serias averías con los escándalos acerca de su pasada campaña presidencial, en la cual su gerencia habría sido perforada –como la de Zuluaga, su opositor– por dineros sucios. En este eventual concierto para delinquir, el lodo comienza a mancharlo.
Tiene además a dos exministras –compañeras sentimentales– bajo sospecha de tráfico de influencias cuando ejercían el cargo, para beneficiar con obras viales a familiares cercanos de una de ellas. Se sigue rompiendo su publicitada “urna de cristal” con que pretendía gobernar. Difícilmente se podrá jactar de ser el gobierno más transparente de la convulsionada historia colombiana.
Mientras tanto escándalo aparece, Santos cae en las encuestas nacionales. La de Invamer Gallup apenas le da un 24 % de respaldo. Y crece el pesimismo nacional. El 82 % estima que el país va por mal camino. El 85 % siente inseguridad urbana. El 82 % no ve calidad y cubrimiento en los sistemas de salud, como tampoco políticas benéficas de generación de empleo. Y como marco a tanta desesperanza, el 85 % considera que la corrupción empeora.
Balance tan malo quizá no había registrado presidente alguno desde que existen las encuestas. Todos los indicadores de opinión lo rajan. Si internacionalmente sacaba su medalla/escudo de Nobel de Paz para restregársela a los colombianos inconformes con su gestión, ahora con tanto desprestigio evidente, sumado al escándalo internacional de Odebrecht, externamente su galardón empieza a deslustrarse. Con su menguado prestigio y la impudicia que asfixia para agudizar la decadencia nacional –replicada por Vargas Llosa– bien podría este escribir una nueva versión, a la colombiana, de La fiesta del Chivo.
El país está, más que descorazonado, indignado. Tan negras percepciones abonan el campo para que broten semillas de retaliaciones electorales contra el sistema político vigente. Los partidos, desprestigiados, son “mulas cansadas”. Los aspirantes a la presidencia y jefes de los partidos caen en su imagen. A las dos campañas presidenciales –la de Santos y la de Zuluaga– habrían entrado, según el fiscal general, millones de dólares de Odebrecht, penetración que moralmente las deslegitima. El establecimiento cruje hundiéndose en medio de la corrupción.
Ya se le agota al presidente su discurso maniqueo para señalar que los malos vienen de gobiernos anteriores y que la pulcritud administrativa es un monopolio de su gestión. En su desfachatez puede que al fin lo preocupe el hecho de que gobernando al mayor país productor y exportador de coca en el mundo –como lo denuncia la ONU-, pueda llevarlo a la descertificación del gobierno gringo…
Santos, en noches de insomnio, debe abrir estas encuestas para llevarse las manos a la cabeza y repetir con el poeta cartagenero: ¡Diablos, estas cosas dan ganas de llorar!