Mujeres protagonistas
Aunque en algunos países leyes y costumbres retrógradas limitan su participación, libertad e independencia, las mujeres avanzan firmes en la consolidación de sus derechos e igualdad.
El 8 de marzo no fue una fecha de celebración rutinaria y comercial, se trató de una jornada que reivindicó las conquistas pacientes de las mujeres en el escenario de la sociedad y la cultura universales. Aunque los logros son numerosos y marcan una humanidad contemporánea en la que ellas ganan horizontes más igualitarios, aún son notorias las brechas que en algunas naciones y comunidades les significan atropellos, sometimientos y diferencias impresentables frente a sus pares de especie, los hombres.
Todavía se perciben, como lo advierte Naciones Unidas, “contraataques” contra las garantías que deberían rodear a las mujeres, las mismas de cualquier ser humano en condiciones de equidad ante la ley y la vida. Por eso el avance, necesario y cierto, también es “lento y sumamente desigual”.
En Europa la diferencia salarial entre hombres y mujeres alcanza el 17% en promedio, pero en los países menos desarrollados de ese continente la distancia es del 20 y 25% y en Latinoamérica registra entre 30 y 35%. Es en el ámbito laboral en el que nacen las reclamaciones históricas que dan sentido y relevancia a un Día Internacional de la Mujer.
En Colombia, según el Dane, aun en funciones similares, las mujeres perciben un 20% menos de ingresos que los hombres. En muchos casos trabajan más, pero ganan menos. Desigualdad cabalgante.
Es desde ese empoderamiento económico, que proyectan los salarios y las garantías laborales, que se mantienen y reproducen ciertos modelos de hegemonía (pa- triarcales) que recortan independencia y oportunidades a las mujeres. También es desde allí que se fundan muchas de las imposiciones y ataduras socioculturales que sufren las mujeres en diferentes roles, escalas y países.
Sigue siendo una constante que la mujer responda por la mayor parte de las cargas del trabajo doméstico. Un retrato de ello lo constituyen las madres e hijas en comunidades rurales, en las cuales la división del trabajo reduce a la mujer a funciones hogareñas y, en consecuencia, casi exclusivamente reproductivas. La Colombia campesina y periférica es doblemente marginal para la mujer en materia de estudio, trabajo y otros emprendimientos familiares, sociales y productivos.
Los otros extremos frente a los cuales cabe plantear reflexiones, en particular en una Medellín y una Antioquia en las que la mujer se ve afectada y reducida por estereotipos, son su cosificación y su explotación sexual. Mujeres a las que el discurso consumista y de estética idealizada las convierte en meros objetos de deseo y placer, o que son arrastradas, por diferentes dinámicas económicas (con frecuencia ilegales), a la mercantilización de sus cuerpos.
Hay que traer a escena la sostenida violencia de género que se invisibiliza con la falta de denuncia. La agresión intrafamiliar que golpea por igual a mujeres y niñas y que en el extremo de sus manifestaciones se convierte en violaciones y feminicidios (con aumentos respectivos en el país, en 2016, del 7% y del 22%). Una nación nada recomendable, y mortal, para las menores.
Contra esa radiografía penosa actúan decenas de activistas, que validan y alientan la movilización femenina que a veces no cuenta con la difusión y los recursos necesarios, pero que tiene el tacto y la firmeza para continuar la lucha por los derechos de las mujeres y una equidad de género que resultan impostergables en la sociedad moderna