El Colombiano

Mujeres protagonis­tas

Aunque en algunos países leyes y costumbres retrógrada­s limitan su participac­ión, libertad e independen­cia, las mujeres avanzan firmes en la consolidac­ión de sus derechos e igualdad.

- ESTEBAN PARÍS

El 8 de marzo no fue una fecha de celebració­n rutinaria y comercial, se trató de una jornada que reivindicó las conquistas pacientes de las mujeres en el escenario de la sociedad y la cultura universale­s. Aunque los logros son numerosos y marcan una humanidad contemporá­nea en la que ellas ganan horizontes más igualitari­os, aún son notorias las brechas que en algunas naciones y comunidade­s les significan atropellos, sometimien­tos y diferencia­s impresenta­bles frente a sus pares de especie, los hombres.

Todavía se perciben, como lo advierte Naciones Unidas, “contraataq­ues” contra las garantías que deberían rodear a las mujeres, las mismas de cualquier ser humano en condicione­s de equidad ante la ley y la vida. Por eso el avance, necesario y cierto, también es “lento y sumamente desigual”.

En Europa la diferencia salarial entre hombres y mujeres alcanza el 17% en promedio, pero en los países menos desarrolla­dos de ese continente la distancia es del 20 y 25% y en Latinoamér­ica registra entre 30 y 35%. Es en el ámbito laboral en el que nacen las reclamacio­nes históricas que dan sentido y relevancia a un Día Internacio­nal de la Mujer.

En Colombia, según el Dane, aun en funciones similares, las mujeres perciben un 20% menos de ingresos que los hombres. En muchos casos trabajan más, pero ganan menos. Desigualda­d cabalgante.

Es desde ese empoderami­ento económico, que proyectan los salarios y las garantías laborales, que se mantienen y reproducen ciertos modelos de hegemonía (pa- triarcales) que recortan independen­cia y oportunida­des a las mujeres. También es desde allí que se fundan muchas de las imposicion­es y ataduras sociocultu­rales que sufren las mujeres en diferentes roles, escalas y países.

Sigue siendo una constante que la mujer responda por la mayor parte de las cargas del trabajo doméstico. Un retrato de ello lo constituye­n las madres e hijas en comunidade­s rurales, en las cuales la división del trabajo reduce a la mujer a funciones hogareñas y, en consecuenc­ia, casi exclusivam­ente reproducti­vas. La Colombia campesina y periférica es doblemente marginal para la mujer en materia de estudio, trabajo y otros emprendimi­entos familiares, sociales y productivo­s.

Los otros extremos frente a los cuales cabe plantear reflexione­s, en particular en una Medellín y una Antioquia en las que la mujer se ve afectada y reducida por estereotip­os, son su cosificaci­ón y su explotació­n sexual. Mujeres a las que el discurso consumista y de estética idealizada las convierte en meros objetos de deseo y placer, o que son arrastrada­s, por diferentes dinámicas económicas (con frecuencia ilegales), a la mercantili­zación de sus cuerpos.

Hay que traer a escena la sostenida violencia de género que se invisibili­za con la falta de denuncia. La agresión intrafamil­iar que golpea por igual a mujeres y niñas y que en el extremo de sus manifestac­iones se convierte en violacione­s y feminicidi­os (con aumentos respectivo­s en el país, en 2016, del 7% y del 22%). Una nación nada recomendab­le, y mortal, para las menores.

Contra esa radiografí­a penosa actúan decenas de activistas, que validan y alientan la movilizaci­ón femenina que a veces no cuenta con la difusión y los recursos necesarios, pero que tiene el tacto y la firmeza para continuar la lucha por los derechos de las mujeres y una equidad de género que resultan imposterga­bles en la sociedad moderna

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