Con destrucción de patrimonio se borra la historia mundial.
Además de crisis humanitaria, ciudades en guerra enfrentan ataques a su patrimonio que son irreversibles.
Encontrar hecho polvo el antiguo templo de Bel, el corazón de la vida religiosa de la ciudad siria de Palmira, fue para Maamoun Abdulkarim, director de Reliquias y Museos en ese país, “como ver expirar una grandiosa historia de 4.500 años”.
Sucedió en septiembre de 2015. El grupo Estado Islámico (EI) instaló explosivos en aquel monumento grecorromano, porque para sus miembros es prioridad borrar identidades distintas a la del fundamentalismo islámico y porque su aversión a las figuras de idolatría es extrema.
Aunque por su antigüedad aquel baluarte, incluido en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, ya estaba en ruinas, quedaron aún menos vestigios de una espléndida época para la arquitectura y el comercio de seda.
Lo mismo experimentó Abdulkari cuando el templo Baal, ten Palmira, se vino abajo por acción del EI; con la ciudad de Mari, al oeste del río Éufrates, cuyos registros de 5.000 años se perdieron, y con todo aquello que se ha perdido por excavaciones secretas de los grupos armados y de aventajados traficantes de patrimonio.
Y es que aunque ni la Unesco ni el Gobierno sirio han podido medir las pérdidas de seis años de conflicto en ese país de Medio Oriente, el director tiene un cálculo pavoroso: cerca de 300 sitios arqueológicos han sido destruidos por bombardeos, por actos ideológicos o por saqueos.
El EI, otros grupos extremistas y las pandillas de antigüedades de Siria y de países vecinos ( Irak, Turquía, Líbano y Jordania) constituyen, según el director de Museos, la mayor amenaza para el patrimonio sirio. Entretanto, las ciudades de Palmira (centro) y Alepo (norte) son las más vulnerables, pero hay cada vez mayor preocupación por Bosra (sur).
Saqueo de la memoria
En todos los conflictos, desde la Primera y Segunda Guerra Mundial hasta las tensiones civiles más recientes, el patrimonio material e inmaterial de la humanidad ha estado bajo acecho (ver infografía).
Así lo explica Hermann Par- zinger, presidente de la Fundación del Patrimonio Cultural Prusiano, que coordina todos los museos estatales alemanes. Sin embargo, advierte, lo que sucede en la actualidad con Siria y con otros países de Medio Oriente y del Norte de África “ya no es una destrucción como efecto colateral de la guerra, sino un acto intencionado de acabar con el patrimonio cultural y la memoria colectiva de los pueblos”.
Como los nazis, que destruyeron el arte de los surrealistas del siglo pasado, por considerarlo “degenerado”, los miembros de grupos como el EI lo hacen con monumentos por absoluta intolerancia religiosa, política y étnica.
Más allá de eso, tanto para los antiguos nacionalistas alemanes como para los terroristas de hoy, el objetivo es desmantelar y cambiar la historia de un pueblo. “Hay poderes que quieren dar a la gente otra arista del pasado y otra identidad y, por eso, acaban con la que existe”, sugiere Parzinger, y añade que en estados tan heterogéneos como Siria, donde la historia ha sido el lazo para congregar a la gente, la intención es cortarla. “Si se corta esa memoria colectiva será mucho más fácil implantar otra, la que quiere el terrorismo”, concluye.
En eso coincide Peter Stone, profesor de la Cátedra Unesco de Protección de Bienes Culturales y Paz de la Universidad de Newcastle. Según él, lo que logran los terroristas arrasando con el patrimonio es dejar a los sirios sin memoria, “y un individuo sin memoria es un individuo disfuncional que no puede existir por sí solo”.
Robo a nivel industrial
La propaganda y la imposición de visiones de los armados es sin duda un detonante para la destrucción intencionada y profanación del patrimonio sirio. No obstante, no hay que ignorar que en ese país hay prácticas de larga data de saqueo y de apropiación de monumentos antiguos e imágenes, que se han exacerbado con el conflicto.
“Hay pruebas claras de que Estado Islámico ha participado en el saqueo y el tráfico de artefactos arqueológicos y piezas de museo. Algunos informes sugieren que los objetos se han exportado de Siria hacia Turquía”, apunta Fiona Rose-Greenland, experta en arqueología del Medio Oriente en la Universidad de Chicago, y añade que aunque es difícil decir con certeza a dónde van los objetos, “la práctica ha llegado a una nivel casi industrial”.
De hecho, la Escuela Americana de Investigación Oriental (ASOR) evaluó 945 sitios antes y después de 2011 (cuando inició la guerra en Siria) y dejó en evidencia que 227 de estos lugares tuvieron un saqueo arqueológico visible en satélites y fotografías: la mayoría, con menos de 15 excavaciones (saqueo menor); otro tanto, con saqueo moderado (con un número indefinido de pozos), y, en menor cantidad, con saqueo grave.
Si bien la Escuela no ha po- dido determinar con precisión lo que se pierde con el tráfico ilícito, la oficina del Sector Cultura de Unesco en Ginebra le respondió a EL COLOMBIANO que las excavaciones ocupan el 25 % de los sitios arqueológicos sirios y confirma que son “de un nivel industrial”.
En esa actividad no solo participa el EI y mafias de traficantes. De acuerdo con Abdulkarim, hay indicios de un apoyo “sutil” de las autoridades sirias y de miembros de ejércitos internacionales, que aprovechan la falta de control estatal y el caos social e institucional para aliarse con los extremistas locales.
Pese a que se conoce poco sobre la forma en que operan estas mafias, el director de Museos cuenta que una vez las piezas entran al mercado negro por fronteras muy porosas (las del norte de Siria viajan a través de Turquía; las del occidente, por medio de Líbano, y las del sur, por Jordania e Israel), hay certeza de que llegan al mercado regulado.
“Estamos seguros que van a Londres, París, Berlín, Suiza, Nueva York y Dubai”, asevera, y sugiere que aunque se desconoce la cantidad de dinero que se mueve en esas rutas, “las ganancias serían millonarias”.
Los salvadores
Con ese escenario de conflicto, profanación y saqueo, en el que pareciera imposible proteger el patrimonio, Abdulkarim y su equipo de historiadores y arqueólogos lograron lo impensable. Desde finales del verano de 2012, iniciaron el cierre de los museos de Siria, fotografiaron y trasladaron las piezas cuando la violencia se intensificó y las ocultaron entre muros improvi-
“Si Estado Islámico dedica tanta fuerza para destrozar el patrimonio, significa que la cultura tiene un poder legítimo”. HERMANN PARZINGER Presidente de la Fundación del Patrimonio Cultural Prusiano
sados de ladrillo en Damasco.
“Salvamos la mayoría absoluta de los objetos en los museos de Siria, el 90 %, 321.000”, dice aún con orgullo el director, días después de que la cooperación italiana les enviara de vuelta dos bustos que el EI había destruido EI a martillazos.
“Vivimos momentos difíciles, nuestra integridad está en riesgo, pero afortunadamente hemos tenido éxito evitando que nuestra historia muera en manos de terroristas y vándalos”, concluye.
El peligro sigue existiendo, sobre todo en los dos museos del norte de Siria, en la región de Idlib, donde los grupos de rebeldes aún ejercen el control. Sin embargo, los diálogos de paz que tienen lugar en Ginebra entre el Gobierno y los insur- gentes prometen. “Los negociadores deberán entender que la protección del patrimonio significa proteger el país y a la identidad, que combina a todos los sirios en la protección de su historia, y por lo tanto de la humanidad”, resalta Stone