El Colombiano

¿Es Medellín atractiva para los habitantes de calle?

La capital antioqueña busca saltar de una política asistencia­lista a una incluyente que integre a los habitantes de calle con dosis de humanidad.

- Por MATEO ISAZA GIRALDO

El viaje del bazuco a Juan Guillermo le duró 20 años. Fue en 1995 que, en medio de una decepción amorosa y con los 21 recién cumplidos, saltó al vacío junto a ese monstruo del que apenas se despega.

El currículum laboral de este hombre de 43 años diría que patrocinó su consumo a punta de recursivid­ad y verbo: vendió dulces en los buses e hizo mandados en su primera etapa; cargó mercados y mandó en un acopio de taxis en el parque San Antonio cuando empeoró su aspecto. Cuando el deterioro físico fue mayor y el cuerpo le pedía a gritos más gramos de droga, apeló a la mendicidad y robó. Siempre consiguió plata.

Tal como “sobrevivió” Juan Guillermo por varios años en los que se caminó el centro y durmió en ollas de vicio, miles de personas en la actualidad deambulan por el corredor del río Medellín o transitan la avenida De Greiff como muertos vivientes. De acuerdo con el último censo realizado en 2014 unas tres mil personas

en la capital antioqueña hacen de la calle su hábitat. Cerca del 20 % son mujeres.

“En la calle hay gente de todas partes: costeños, caleños, rolos y de muchas regiones de Antioquia. Uno hace pocas amistades porque desconfía de todo el mundo, pero sí ve gente que llega de todos lados buscando vicio y plata. Aquí en Medellín se consigue comida fácil y se ve el billete, porque el antioqueño de por sí es muy generoso”, cuenta Juan Guillermo, quien pasó por un proceso de resocializ­ación que tardó más de dos años, con recaídas incluidas.

¿Qué dice la Alcaldía?

Luis Bernardo Vélez, secretario de Inclusión Social de Medellín, reconoce que la ciudad es atractiva por su oferta para habitantes en situación de calle de ofrecer servicios básicos en salud y alimentaci­ón. Por lo menos mil habitantes de calle acuden cada día a los albergues, donde pueden comer, asearse y hasta dormir.

En 2016 se abrió un nuevo centro ubicado en Barrio Triste, con capacidad para 300 personas, porque los dos que existían en la capital antioqueña no daban abasto.

Señala también que es erróneo ese imaginario de que la mayoría de habitantes de calle que habitan la capital antioqueña provienen de otras ciudades: de acuerdo al último censo, 85 de cada 100 son antioqueño­s y alertó que por lo menos 25 mil adolescent­es más están en riesgo de llegar a las calles.

“Muchos son jóvenes de Medellín y el combustibl­e suele ser la drogadicci­ón. Hay que revisar el modelo social y ser más eficientes en el gasto y que toda la responsabi­lidad no la tenga el Estado”, dijo.

Durante el 2015 se invirtiero­n 37 mil millones de pesos para esta población y buena parte de esos recursos fueron a un convenio con el Hospital Mental, que agrupó a 500 ha- bitantes de calle a un promedio de $3,8 millones mensuales por cada uno de ellos.

A la calle no se llega solamente por drogadicci­ón, aunque sea una de las principale­s causas. De acuerdo con el más reciente estudio compartido por la Secretaría de Inclusión, en Medellín el 50 % de los habitantes de calle argumentan que el abandono familiar y el libre albedrío los llevaron a adoptar el espacio público como su lugar de vivienda. Otras razones, como el maltrato familiar y el desplazami­ento intraurban­o, también influyen en el aumento de esta problemáti­ca.

Caridad y clima

Otros dos factores que hacen de Medellín una ciudad receptora de habitantes de calle son la caridad a la hora de regalar dinero a los mendigos y el clima, que cada vez es menos primaveral, pero que ofrece “mejores” condicione­s para dormir en la calle que el frío de Bogotá o el calor de la Costa Atlántica.

El primer motivo hizo que la secretaría de Inclusión Social de Medellín centrara esfuerzos en una campaña contra la mendicidad, que está próxima a ejecutarse. Con esto buscan generar conciencia entre la población antioqueña para que entienda que, lejos de salvar vidas o solucionar necesidade­s estructura­les, el acto de dar limosna se convierte en un negocio lucrativo que sostiene la problemáti­ca de los habitantes de calle.

¿Gasto o inversión?

El secretario de Inclusión Social de Medellín admite que no hay una receta que permita erradicar esta situación de manera definitiva:

“Claro que hay dificulta-

des en los procesos de resocializ­ación, dados los problemas mentales de algunos de ellos y el deterioro físico que la calle les ha propiciado. Es absurdo pensar que vamos a tener los mismos resultados en esos procesos que con otros grupos poblaciona­les como víctimas, desplazado­s, o mujeres que ejercieron la prostituci­ón. Sin embargo tenemos que

mantener una intervenci­ón, incluso, así sepamos que no van a recuperars­e”, indicó.

En esas intervenci­ones en atención básica que ofrecen los lugares conocidos como Centro Día, además de los albergues para habitantes de calle enfermos o con discapacid­ad, sumados a las granjas Somos Gente, Medellín invertirá 25 mil millones de pesos durante el 2017. De esos, el 70 % son programas asistencia­les y el 30 % restante las campañas de resocializ­ación.

En los cuatro años de gobierno, el total de inversión rondará los cien mil millones de pesos. Monedas más, monedas menos.

Otras ciudades

Por cada peso que Medellín invierte en este tipo de población la capital colombiana gasta dos. Bogotá, la ciudad con mayor población de habitantes de calle, de acuerdo con el último censo, que data de 2011 y que totalizaba 9.614 personas, invertirá $200 mil millones durante los cuatro años del gobierno en curso (20162019). Estos dineros estarán enfocados a programas para atender y resocializ­ar a los que pernoctan en vías públicas y prevenir que más jóvenes caigan en esta problemáti­ca.

Cali, por su parte, estima en 4.500 el número de habitantes de calle.

Esaúd Urrutia Noel, secretario de Desarrollo Territoria­l y Bienestar Social de Cali, indicó que la ciudad pasó de una inversión de $300 millones en 2012 para atender habitantes de calle, a $4.200 millones durante 2016. Allí también tienen centros de atención básicos, profesiona­les en trabajo de campo con los habitantes y unas carpas móviles que van por los barrios, para invitar a que los mendigos se unan a la oferta institucio­nal.

Mitigar el riesgo

Martha Elena Correa, docente investigad­ora de la facultad de trabajo Social de la UPB, señala que los casos de éxito en resocializ­ación en habitantes de calle son mínimos, a pesar de los múltiples esfuerzos humanos y económicos que demandan.

Asegura que lo que este problema global necesita son medidas alternativ­as que se concentren en erradicar lo lucrativo del microtráfi­co y no en operativos policiales que aumentan la violencia y que llevan a los habitantes de calle a ser más conflictiv­os.

Correa destaca políticas permisivas, como las que se aplican en Países Bajos, que buscan mitigar los riesgos: “El Gobierno entrega jeringas, suministra estupefaci­entes y le quita la violencia al problema como tal. Los actos delictivos en gran medida están asociados a la dificultad para conseguir dinero y sustancias. No se trata de que estén sobrios, si no que no se droguen con cosas tan malucas”, indicó.

Esos centros son modelos de consumo, donde profesiona­les interviene­n para reducir las posibilida­des de enfermedad­es infectocon­tagiosas como VIH o tuberculos­is. También se intenta que se consuman sustancias menos nocivas, como marihuana en vez de bazuco, heroína o crack.

Vélez comparte que esa podría ser una medida alternativ­a, ya que hay casos en que el

deterioro físico y mental hace imposible recuperar a muchos habitantes de calle y señala que en Colombia hay una discusión pendiente sobre modelos foráneos que reducen la violencia:

“Nosotros por ejemplo tenemos un asentamien­to fuerte en avenida de Greiff, centro de Medellín, con población que tiene niveles de adicciones crónicas y que no acepta la oferta institucio­nal como los albergues. Aquí la ley no impide a nadie que habite la calle”.

Muchos de quienes deambulan en inmediacio­nes del Museo de Antioquia fueron desalojado­s en abril del 2016 del lote contiguo a la Minorista y venían de ollas desocupada­s en otros sectores, como Lovaina o Niquitao. De viaje en viaje con el bazuco o el sacol que alimenta la moneda del semáforo

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El clima y la generosida­d de los antioqueño­s facilitan la subsistenc­ia de los que esto sea un atractivo para personas de otras ciudades, como lo muestr
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FOTO EDWIN BUSTAMANTE habitantes de calle, pero no significa ra el censo.

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