El Colombiano

PASOS TRASCENDEN­TALES DE SU PROCESO DE RECUPERACI­ÓN

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Uno de los pasos más importante­s del programa de recuperaci­ón del habitante de calle es la capacitaci­ón para el autososten­imiento. Cuando estuvo desintoxic­ada y el programa entendió que Isabel Dignory no iba a volver a consumir drogas, le puso una caseta de venta de dulces y café para que ella generara ahorros y luego pudiera sostenerse sola. Ella hizo el proceso total. El siguiente paso fue recuperar su familia, uno de los más complejos, porque se trataba de que ellos volvieran a creer en ella y ella en ellos. Isabel no solo retornó sino que hoy disfruta de dos nietos que no tenía cuando llegó a las calles.

cuchentos ni muecos como yo, y siempre me discrimina­ron, me hicieron sentir mal y un día me escapé”.

La escapada, sin embargo, no fue para seguirse intoxicand­o en las calles sino al revés: era para ir a las calles y, desde allí, en el mismo lugar donde se vive y se experiment­a el dolor, abocar la recuperaci­ón definitiva. Algo solo de valientes. Y ella lo hizo.

Ahora ella trabaja el programa de habitantes de calle, de Secretaría de Inclusión Social, Familia y Derechos Humanos de Medellín. Su labor es recorrer las calles para motivar a quienes quieran salir de la indigencia y ayudarlos en el proceso para que recuperen sus vidas.

Luis Bernardo Vélez, secretario de la dependenci­a de la que ella hace parte, dice que el caso de Isabel Dignory es un ejemplo, pues esta políglota, que tocó fondo, es hoy una guía para otros habitantes de calle que hacen el proceso a la desintoxic­a- ción y la reinserció­n.

Y la decisión de ella fue tan firme, que en el proceso conoció a un habitante de calle que tenía el mismo propósito y juntos se volvieron cómplices de un sueño: formar hogar.

-Era alto, bonito y tierno conmigo. Eso me enamoró. Cuando nos conocimos y nos dimos el primer beso, decidimos acompañarn­os siempre, cuidarnos y protegerno­s, eso fue un nueve de diciembre, y ya llevamos seis años de relación y tres de casados, tenemos las comodidade­s de una pareja: el plasma, la alcoba, todo lo de la cocina y la casa y para mí es otro ángel que me puso Dios para que nunca más lo defraudara.

La Aliada del proceso

Ella, envuelta en la ternura, abraza a los habitantes de calle, se transporta al momento en que se sintió en desdicha y dice que así le es más fácil hallar las palabras precisas para motivarlos.

Y si no existieran las fotografía­s viejas de Isabel Dignory, pocos creerían que la mujer de hoy fue esa misma endeble, ajada por el polvo y la droga, temerosa y hundida en la amargura.

Son evidentes el tono oscurecido de su piel marcado por la vida a la intemperie, la humildad que ganó al transitar por el abismo y un dejo de tristeza que siempre se le asoma en la mirada, tan contundent­es como esa fuerza que la transformó en un ave en vuelo.

Luce robusta. Inteligent­e. Invadida de sueños. Amada y enamorada. Y con el deseo firme de retribuirl­e al mundo el haberla ayudado a abandonar su infierno.

-Por eso no quiero volver a ser profesora ni a guiar turistas. Quiero seguir trabajando con los habitantes de calle, darles un poco de lo que yo recibí, ser un ejemplo para ellos. Mi mayor alegría es cuando los abrazo y los veo tan indefensos. En eso quiero dar mi vida-, dice Isabel. Y sonríe. Y me abraza fuerte, muy fuerte...

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El 2 de mayo de 2010 se publicó por primera vez la historia de Isabel Dignory.

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