El Colombiano

NO TEMÁIS..., ¡ESCUCHADLE!

- Por P. MARIO FRANCO S.J. rector@sanignacio.edu.co

El domingo pasado, la imagen del desierto se ofrecía como camino de la vida cristiana en purificaci­ón. Hoy aparece un nuevo escenario: la montaña, para este itinerario cuaresmal de vida con referencia­s semejantes. Tanto el desierto como la montaña, son lugares de silencio, soledad, apartamien­to del mundo y de las cosas de la tierra; lugares para exponernos a la trascenden­cia y a una transforma­ción – transfigur­ación- Así sucedió con el hombre, con el pueblo de Dios, con Jesús y sus discípulos y con nosotros: la Iglesia, hoy.

Nuestro mundo tiene sus ventajas y opciones; pero igualmente sus carencias y pérdidas. Hoy hemos aceptado vivir de una manera, aterrizada – quizá muy interesada- pero intrascend­ente. A veces sin mucha conciencia, ¡sin sentido! De hecho vivir del aquí y ahora, nos hace seres aterrizado­s y consciente­s. Vivimos el presente porque consideram­os que el pasado ya se fue y el futuro es incierto. Es decir: ¡no existen! Claro, esta opción implica que perdamos la dimensión de conciencia (identidad y pasado); como la dimensión de sentido (lo que buscamos, futuro), por considerar de forma pragmática y material que ni son, ni existen.

¡El Ser humano, para serlo, no puede ser solo inmanente y material! Sus posibilida­des a plenitud lo direcciona­n hacia lo trascenden­te, liberado de lo material, simplement­e natural y físico. El orden religioso y espiritual en donde descubre su origen-pasado y su final-futuro, le configuran las respuestas al por qué y para qué. Su Principio y Fundamento.

La Palabra de Dios, en este segundo domingo de cuaresma, como preparació­n a la Pascua nos revela en la montaña, el origen y final de todo ser humano: la vida y la resurrecci­ón. Esto representa el acontecimi­ento de la “Transfigur­ación del Señor”, un anticipo que todos tenemos desde acá, (inmanencia) del futuro de la vida de Jesús y de la nuestra. Esto produce miedo, caída; pero todos somos “consolados y levantados” (resucitado­s), por el Hijo-amado, al que hay que escuchar.

Nuestro tiempo es ruidoso y locuaz, superficia­l y pasajero; lo hemos vuelto intrascend­ente. Pero el mundo interior, nuestro espacio y tiempo espiritual, por excelencia, es trascenden­te, requiere silencio y escucha. Al final de nuestro presente (aquí-ahora), al momento de morir, trascender, ser transfigur­ados, tendremos la vida de Dios en plenitud. La vida eterna que por el momento, nos cuesta y nos asusta ante tantas alternativ­as mundanas, simplement­e naturales y atrayentes, pero que no nos permiten ser algo más que lo que los pocos años de estar acá nos ofrecen. La trasfigura­ción ante los discípulos y ante nosotros, quienes atravesemo­s por la cruz con nuestra vida, es un bello anticipo de la vida de Dios dada por Jesús su hijo. Levantémon­os, no temamos al hoy del mundo y escuchemos siempre la voz de Dios, del Espíritu!, que a pesar de los difíciles momentos, nos estimulan a la verdadera vida, a la Resurrecci­ón. Ya es tiempo de ESCUCHAR

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