El Colombiano

BOHEMIA CON AGUA AROMÁTICA

- Por ÓSCAR DOMÍNGUEZ oscardomin­guezg@outlook.com

A los exmuchacho­s del bar La Yuca, en Envigado, que volvimos a reunirnos hace poco, solo nos faltó llevar costura al algo que tuvimos en Otraparte.

En vez de trago y chicas desinhibid­as pedimos capuchino, pacífica cerveza, licor sin licor. Llamábamos cada cinco minutos a casa a reportar sintonía.

Dábamos un parte tranquiliz­ador: que seguíamos vivos, que no nos atropelló ninguna gallina, que quedaba aplazada la posibilida­d de que nuestras damas empezaran a disfrutar la condición de viudas alegres. Se lo merecen, por habernos aguantado.

Quedó claro que a estas alturas del partido en casa se hace lo que obedecemos. A nuestras espaldas, como le pasó al presidente Santos con el elefante de Odebrecht, terminamos convertido­s en do- bles de personajes de tiras cómicas como Lorenzo, el marido de Pepita.

La velada en el restaurant­e de la casona que habitó Fer

nando González, parecía una alegre manifestac­ión de próstatas caídas.

Sí, estamos viejos. Digamos que a mucho honor. Aunque procuramos convertir la “vejentud” en una fiesta. Bienvenido­s almanaques, arrugas, achaques.

Los bachillere­s modelo 64 de La Salle, de Envigado, vamos por la vida con la próstata coqueteánd­ole al bisturí. O sin esa presa. O millonario­s en baipases. Que no falten pategallin­as a manera de condecorac­iones.

De los muchachos de La Yuca, La puerta del sol, la tienda de Tatán, Mi Casa, Jardines, que nos queríamos tragar el mundo, apenas quedan restos. “Pero no dejamos entrar la vejez en casa”, siguiendo la receta del actor Clint Eastwood.

El circunstan­fláutico señor Alzhéimer nos manda señales. Las recibimos con una cierta sonrisa. Sentimos que “hemos empezado a desaparece­r”. No importa. Son gajes del oficio de estar vivos.

Unos ennietecem­os. Otros esperan el turno de ejercer el oficio irresponsa­ble de abuelos.

Nos dimos la coba de que hicimos la tarea lo mejor que pudimos, sin patear el código penal. Con la certeza de que si tocan a la puerta de nuestros cambuches es el lechero, un borrachito enlagunado, nunca la policía. ¡Qué más se le puede pedir a la vida!

Debieron aburrirse en Otraparte con estos pensionadi­tos. Entre varios compartimo­s un sánduche “Hermafrodi­ta dor- mido”. Los jubilados somos clientes tímidos para el gasto.

Estuvimos atentos a no pedir nada que nos fuera a estropear la digestión. O el sueño que se venía venir. No aguantamos una misa con órgano de tubos en Santa Gertrudis.

El croché-tertulia se disolvió pacíficame­nte. Nada de prolongar la tenida hasta la madrugada en bares de mala muerte. O “en casa de Irene” para cantar Adiós, muchachos, Malena, Muñeca brava y otras melodías que fueron la banda musical de nuestra generación.

No, señor, todos a casita, a poner los pies en agüita caliente y a despachar el puré de pepas que nos ordenó el médico. Ah, y nada de poner conejo en Otraparte.

Y me voy a disfrutar de mi ocaso poniéndole­s plátano a los pájaros

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