El Colombiano

NUNCA MÁS EL FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS

- Por MARTA LUCÍA RAMÍREZ redaccion@elcolombia­no.com.co

Con el pretexto de la paz, utilizaron todo para llegar al poder, dividieron a los partidos, polarizaro­n todo un país y corrompier­on todo. Aquellos que defendiero­n la idea de sacar adelante una negociació­n a cualquier costo, sin importar consecuenc­ias, hoy saben que se salieron con la suya pero a un costo desproporc­ionadament­e alto para el país en materia de corrupción y crisis en la institucio­nalidad que generan grandes dudas sobre la sostenibil­idad del proceso y los escenarios futuros para la democracia.

Para algunas personas hablar de la defensa de las institucio­nes es algo anticuado, retrógrado e inútil. Sin embargo, ignoran – quienes así lo piensan- que fue precisa- mente la creación de unas institucio­nes sólidas la que dio origen a nuestro país como una República soberana, cuando Santander decía “colombiano­s, las armas nos dieron la independen­cia y las leyes nos darán la libertad”. Tener unas institucio­nes sólidas es un muro de contención contra la dictadura, la anarquía y el caos, a la vez que la condición necesaria para hablar de progreso económico, social y mayor influencia de Colombia en el concierto internacio­nal.

Las tendencias reflejadas en las diferentes encuestas mostraban desde antes de la reelección un deterioro creciente en la confianza ciudadana y una percepción bastante negativa de los partidos políticos, la justicia, el Congreso y el Gobierno. Sin embargo, el caso de corrupción de Odebrecht ha terminado de pisotear la credibilid­ad institucio­nal. Peor aún, es ver que en la mayoría de las veces los escándalos no pasan de lo amarillist­a y cotidiano porque las investigac­iones se quedan en las declaracio­nes de los funcionari­os y en la impunidad. ¿Qué pasó con Reficar? ¿Qué pasó con SaludCoop? ¿Qué ha pasado en Ecopetrol? ¿Qué pasa en las contralorí­as departamen­tales ¿ Y en las CAR? ¿ Es acaso la impunidad nuestro “destino manifiesto”?

El escándalo de corrupción de Odebrecht no es aún la radiografí­a completa de la decadencia que estamos teniendo como sociedad. Las costumbres del soborno, del dinero fácil, del atajo y del todo vale, no son exclusivas de una clase política sino de la cosmovisió­n colombiana del común: el ciudadano que considera que colarse en el transporte público no es malo porque “esto no afecta en nada a los demás”; el que se salta el orden de la fila porque “hay alguien cuidándome el puesto”; o el que decide que es más fácil sobornar un policía que pagar la multa; o dejar de pagar los impuestos y preferir el contraband­o a lo legal. La política colombiana es reflejo del sofisma de que “El fin justifica los medios”. De nada sirve que hablemos contra la corrupción si no hay correctivo­s de fondo desde la ciudadanía en lugar de esperar que la solución venga solo a la política. Es urgente volver a la ética y la estética en nuestras acciones.

¿Cuántos Odebrecht más hubo en las elecciones del 2010 y 2014 y no nos hemos enterado aún? ¿Cómo podemos pedirles a los colombiano­s que respeten la ley si quienes deberían dar ejemplo rompieron nuestras institucio­nes? Estas y muchas preguntas más deberían ocupar nuestros pensamient­os, porque lo que está sucediendo no es un mal menor: es una crisis de magnas proporcion­es y sin duda el terreno abonado para el nacimiento de populismos que se sabe que comienzan con un discurso plausible y nunca terminan bien, si es que terminan

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FOTO OPINIÓN FOTO AFP PROTESTA CONTRA LA PENA DE MUERTE EN LAS AFUERAS DE LA CORTE SUPREMA DE EE.UU., EN WASHINGTON.
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