El Colombiano

Los más de siete millones de afectados por el conflicto y 59 líderes asesinados en 2016, según la ONU, deben ser prioridad del Estado y de unas Farc que produjeron tanto sufrimient­o a los civiles.

Los más de siete millones de afectados por el conflicto y 59 líderes asesinados en 2016, según la ONU, deben ser prioridad del Estado y de unas Farc que produjeron tanto sufrimient­o a los civiles.

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La situación humanitari­a aún es muy preocupant­e. Lo advierten informes de organismos internacio­nales. La semana pasada lo dijo el Comité Internacio­nal de la Cruz Roja ( Cicr) y anteayer lo ratificó la Oficina del Alto Comisionad­o de ONU para los Derechos Humanos. No tenemos un país ideal. Más bien se idealiza el acuerdo de fin del conflicto con las Farc, cuya implementa­ción está retrasada, y frente al cual se descubre a un país dividido.

La nuez de las denuncias y de las recomendac­iones al Estado, pero también a las Farc, está en que las víctimas participen en los planes de reparación. Que la oficialida­d y la misma guerrilla reconozcan ser responsabl­es de graves violacione­s de d. h. e infraccion­es al DIH. Pero los pedidos de perdón de las Farc, el reconocimi­ento de sus atrocidade­s, siguen siendo tímidos.

No hay consensos y con excepción de algunas audiencias en La Habana, además de algunas ceremonias privadas de encuentro, en Bojayá y en Urabá, por ejemplo, las heridas continúan abiertas, la impunidad persiste y la reparación es apenas una promesa.

Es entendible que la ONU inste al Estado y las Farc a priorizar la “responsabi­lidad superior por violacione­s graves” de derechos humanos y

del DIH. Que se incluya a las víctimas en la planificac­ión y elaboració­n de presupuest­os y se dé una rendición periódica de cuentas.

EsE que, sin desconocer la concentrac­iónconc en marcha de los combatient­es,c la guerrilla no a acaba de entender la brecha enormee que la separa del país que la sufrió. Silenciar sus fusilesf y entregarlo­s no significas­ign la integralid­ad del perdón,perd la justicia y la reconcilia­ción.ciliac Por eso la comprensió­n y la atención no deben estaresta volcadas, sin críticas, sobresobr los victimario­s sino que las merecen quienes sufrieronf­rier daños profundos ( (mu muchos irreparabl­es) por partepar de las Farc.

La paz no se va a tejer co con la desaparici­ón de la ve versión armada de esa gu guerrilla. Será posible sí, y so solo sí, con la sanación y de desvanecim­iento del cúm mulo de daños morales, hu humanos y económicos qu que se produjeron a personas de todas las condicione­s. Y las Farc han hecho poco poco, poquísimo, para produci ducir ese alivio.

SeS están evitando ahora más asesinatos en el desarroll rrollo de la que fuera su confron frontación con el Estado, es ciert cierto. Pero es que no hay una línea divisoria trazada para que el presente y el futuro se deslinden de un pasado que guarda tanta sangre y sufrimient­o.

Igual pasa con el Estado entre quienes han sufrido las tropelías y la persecució­n de grupos ilegales que han querido imponer no solo el silencio y el despojo, sino también una hegemonía y un unanimismo políticos que impiden ejercer las libertades democrátic­as.

Una maquinaria oscura de hostilidad y asesinatos que se reactiva sin que haya una respuesta oportuna del Estado y la institucio­nalidad. La ONU en el informe citado confirmó 59 líderes asesinados en 2016. Cauca, Antioquia y Norte de Santander fueron, en su orden, las regiones más afectadas, en especial en áreas rurales. Por eso se requieren cambios y medidas urgentes de protección para los activistas.

En este contexto se infiere, sin lugar a especulaci­ones ni exageracio­nes, que normalizar el país, recomponer­lo en torno a la construcci­ón de la paz, con garantías y confianza para los ciudadanos, todos, está lejos.

No se debe dejar de trabajar en el proceso, los acuerdos y la reconcilia­ción, pero mucho menos ahorrarse alertas en condicione­s aún tan desfavorab­les para proteger los derechos de las víctimas

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