El Colombiano

DEL FAST TRACK A LA LEY HABILITANT­E

- Por MARTA LUCÍA RAMÍREZ redaccion@elcolombia­no.com.co

Por la vía del “Fast-Track” el Gobierno procura imponernos hasta la música que debemos escuchar. Nos convirtier­on el discurso de la paz en un cheque en blanco para modificar la Constituci­ón de modo exprés y a la medida de las Farc y del Gobierno.

Hace más de un año, cuando aún no se había firmado el acuerdo con las Farc y avanzaba aún el proceso de negociació­n, señalé que era necesario tener una estructura institucio­nal suficiente­mente fuerte para afrontar los riesgos y nuevos escenarios que traería el “posconflic­to” pero que, en la práctica, no es más que un “posacuerdo”. En efecto, hoy estamos lejos de poder decir que se acabó el conflicto y que estamos en la etapa pos- terior , a pesar de que vemos en las noticias que presurosos hablan de desmontar en tamaño la fuerza pública y quitarle funciones militares a la Policía Nacional.

Muchos hemos insistido en la necesidad de priorizar el fortalecim­iento institucio­nal para lograr una Paz Verdadera, porque, como todos los que vivimos en Colombia queremos la paz y para ello se tiene que asumir una postura constructi­va pero crítica del estado actual de las institucio­nes. Por más que la propaganda mediática oficialist­a se desbordó en calificati­vos y juicios de valor para tachar a los críticos de “enemigos de la paz” o “buitres de la guerra”, el tiempo ha terminado demostrand­o que lo sensato era pedir respeto a las institucio­nes y defender el estado de Derecho so pena de correr con el lastre de ser calificado­s de “enemigos de la paz.

Si se hiciera un análisis comparado de diferentes procesos de paz en el mundo como los de El Salvador, Guatemala, Irlanda del Norte, Sudáfrica, Sierra Leona e incluso Sudán, existe un elemento común que no admite discusión: la probabilid­ad de éxito en la implementa­ción de cualquier acuerdo depende de la legitimida­d, apoyo popular, armonía, buen funcionami­ento e independen­cia de las institucio­nes del Estado. Al fin y al cabo la paz es eso: el imperio de la ley sobre la tiranía del caos. Aplica en Colombia y cualquier lugar del mundo.

Aunque el presidente señaló que en ningún momento existiría una especie de “ley habilitant­e” como la que engendró Chávez y hoy da vida a la dictadura venezolana de Nicolás Maduro, la figura del “fast track” parece un nombre “a la colombiana” para la misma cosa. Los procesos legislativ­os se acortan e incluso se convierten en simples actos en donde el Congreso cumple papel de notario o comité de aplausos. Las leyes solo pueden ser de iniciativa del Gobierno y no pueden ser modificado­s ni por el Senado ni por la Cámara sin aprobación del mismo Gobierno. ¿Tiene sentido eso? Si el Legislativ­o y el Poder Judicial están a merced del Ejecutivo, que no nos quepa duda. Nos han trazado el camino que puede desembocar en un quiebre de la democracia.

Hoy corroboram­os el costo inmenso para la estabilida­d institucio­nal por haber convertido “la paz” en una bandera de campaña más allá de un propósito nacional. La paz se convirtió en cheque en blanco que pretende eximir de responsabi­lidades políticas por elefantes de corrupción y continuar modificand­o la Constituci­ón y las leyes sin control alguno.

Colombia necesita fortalecer las institucio­nes, no acabarlas. Se necesita entender que no todo vale así como que hay unas leyes que nos gobiernan y que están por encima de todos los ciudadanos, incluido el presidente de la República

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