AJEDRECISTAS
Como ciudadano preocupado, me siento desmoralizado, pensando en lo compleja que es la administración de un país, y el hilo tan delgado de tiempo para ejercer la gobernabilidad. Por momentos, he tenido la sensación de que en la vida nacional van surgiendo hechos, investigaciones y escándalos que distraen o tapan lo que realmente subyace en la vida del país. Algunas veces he tenido la sensación de que son, simplemente, picos altos y bajos del acontecer nacional. Pero ahora tengo la certeza de que esos angustiosos sobresaltos son el modo de nuestro día a día. Vivimos de escándalo en escándalo, de corrupción en corrupción, de la Fiscalía a la Contraloría, de los comités de ética de los partidos a la Corte Suprema.
Y me pregunto en qué momento los ministros, los gerentes, el Presidente, el Congreso o la Cámara de Representantes ejercen la gobernabilidad, cuándo despliegan el sentido de la política. Veo un país dando tumbos. Y cuando no son suficientes los escándalos del día, damos zancadas atrás, y reciclamos por ene veces las rencillas partidistas, las historias del Palacio de Justicia, del Caguán o del Proceso 8.000 para que la gente esté en vilo, a la expectativa, para que la gente se distraiga y no entienda lo que realmente sucede.
Veo, como también lo ven muchos ojos extranjeros, un país con enorme potencialidad, la esquina de América exótica y bella que tanto extrañamos cuando estamos por fuera, que nos da vitamina existencial con sus recursos naturales, su paisaje, su privilegiada ubicación en la geografía mundial y la gente bella que lo habita.
Y confirmo, preocupado, que persistimos en adormecer esa potencialidad. Como cantaba Piero para su Argentina en algún momento de los años 70: “Ay país, país, país”.
La ausencia de gobernabilidad corta el brío a todos los esfuerzos que se hacen desde los hogares, las escuelas, las universidades, las ONG, desde esos movimientos plausibles que surgen en los barrios, sobre todo en aquellos que tocaron fondo y resurgen de las cenizas, como es el caso de la Comuna Trece que, con sobrada razón, fue reconocida recientemente en la ceremonia del Colombiano Ejemplar, realizada por este diario.
Sin embargo, parece que en las altas esferas, en el Congreso, la Presidencia, los ministerios y los grupos de oposición viéramos ajedrecistas moviendo piezas para distintos intereses partidistas, aspiraciones y beneficios particulares. Ajedrecistas son todos esos personajes que desfilan por los medios de comunicación. Son magos del tablero blanco/negro, saben dónde ponen los peones y los alfiles, a dónde mueven cada pieza para avanzar al jaque mate, que no es otra cosa que su propio beneficio; son expertos en el bolabola de billar para rebotar responsabilidades.
La rendición de cuentas del vicepresidente Vargas Lleras es un claro ejemplo de esas jugadas maestras sobre el tablero. Es evidente, para cualquier ciudadano inteligente, que aquello no fue un procedimiento administrativo, sino una clarísima actividad proselitista, el lanzamiento oficial de su candidatura presidencial.
Preocupa cómo se adelgaza el tiempo para la gobernabilidad, que está siempre saturado de mentiras, patrañas, teatro barato, tramas, triquiñuelas y ventajas mimetizadas. Seguramente no se recorta el tiempo para el golf y los banquetes de bancada. Para tanto estrés, son la medicina perfecta.
Imagino con qué problemas del país se acuesta o se levanta el Presidente de la República. Seguramente será con asuntos que no tienen que ver con la vida real del país, sino con todo ese marco teatral y ficticio que pone entre bastidores la vida real de la nación. Jamás había visto de forma tan clara la política -o, mejor, la politiquería- como un juego de ajedrez en simultánea
Preocupa cómo se adelgaza el tiempo para la gobernabilidad, que está siempre saturado de mentiras, patrañas, teatro barato, tramas, triquiñuelas y ventajas mimetizadas. Seguramente no se recorta al tiempo para los partidos de golf y los banquetes de bancada.