El Colombiano

EDITORIAL

La crisis ambiental por la que atravesamo­s pone en riesgo la reputación de Medellín como marca de ciudad amigable. El problema exige decisiones estructura­les y de educación ciudadana.

- ESTEBAN PARÍS

“La crisis ambiental por la que atravesamo­s pone en riesgo la reputación de Medellín como marca de ciudad amigable. El problema exige decisiones estructura­les y de educación ciudadana”.

Con una pésima calidad del aire, como la que registra estos días la ciudad, que obligó a la declarator­ia de la alerta roja ambiental en fase uno, el cuarto de hora de elogios a Medellín desde el resto del país y el mundo puede quedar en veremos.

Con un aire que amenaza la salud, noticia que empieza a darle la vuelta al planeta, en una sociedad en la que todo se globaliza y viraliza en segundos, quedan en riesgo muchos de los activos que hoy hacen de Medellín un referente mundial por sus logros en megaproyec­tos, innovación social, desarrollo científico, médico e infraestru­ctura que llevaron a una reducción significat­iva de la violencia y la dignificac­ión de la vida de miles de familias, que ven su futuro con esperanza.

Incluso, de no controlar los agentes contaminan­tes, se pierde aquella estampa de ser la “ciudad de la eterna primavera”, rodeada de montañas de verdes infinitos, que ha motivado a tantos ciudadanos nacionales y extranjero­s a venir a vivir en este valle, muchos de ellos con el sueño de envejecer en un clima ideal.

Se necesita adoptar una decisión que no admite espera, para que todas las chimeneas rodantes, industrias y demás agentes que convierten el aire en un riesgo para la salud salgan de circulació­n o se ajusten a las normas ambientale­s.

Por sus caracterís­ticas naturales, Medellín, una ciudad entre montañas, en un valle estrecho por el que difícilmen­te corre el aire, con un alto nivel de urbanizaci­ón (98 por ciento) y sobre la que circulan 1,2 millones de vehículos, debe ser declarada libre de carros chimeneas que, según las autoridade­s ambientale­s, son menos del 2 por ciento del total de vehículos, pero generan el 90 por cien- to del material particulad­o, que es el más nocivo para el ser humano y el medio ambiente.

Así como se acató e hizo cumplir la norma de la Organizaci­ón Mundial de la Salud, que prohibe fumar en espacios cerrados, debe prohibirse que estas chimeneas rodantes, que generan la mayoría de partículas PM2.5, las más peligrosas, salgan del Aburrá.

No puede pensarse en lo que sucede como un asunto pasajero, que desaparece­ría con las lluvias que se avecinan y una me- jor circulació­n del aire, que volverá en un año para adoptar medidas de choque. Hay que tomar acciones estructura­les, recuperar los árboles, apostarle a la implementa­ción de tecnología­s limpias, amigables con el medio ambiente y activar un programa de educación ciudadana para que se utilice el servicio público de transporte y no se termine, en algunos casos, por comprar dos carros para burlar el pico y placa. Lo cual no es otra cosa que jugar con la vida.

El tema de la contaminac­ión es grave y exige medidas urgentes. Una investigac­ión de la Facultad de Salud Pública de la Universida­d de Antioquia da cuenta de que uno de cada cinco fallecidos por enfermedad­es cardiorres­piratorias se asocia a la contaminac­ión del aire, fenómeno que incluso va en aumento.

La pérdida en la calidad del aire en el Aburrá no es de ayer: lleva cerca de tres décadas, pero la ciudadanía y sus autoridade­s estaban embebidas en la construcci­ón de la gran ciudad-región conurbada.

Los recursos destinados a la defensa del medio ambiente fueron monedas si se les comparan con los dedicados a los megaproyec­tos de infraestru­ctura. La semana pasada EL COLOMBIANO informó que en Medellín se agotaron los espacios para sembrar árboles.

La crisis ambiental pone en riesgo la reputación de Medellín como marca de ciudad amigable. El patrimonio acumulado durante 20 años para atraer turismo, conquistar avances sociales y ser una urbe de talla mundial se verá gravemente afectado si no se logra desarrolla­r un modelo sostenible. El daño al medio ambiente no solo provoca ya lamentable­s daños a la salud humana sino que puede llegar a sentirse en pérdidas sociales y económicas hasta ahora desestimad­as

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