EDITORIAL
La crisis ambiental por la que atravesamos pone en riesgo la reputación de Medellín como marca de ciudad amigable. El problema exige decisiones estructurales y de educación ciudadana.
“La crisis ambiental por la que atravesamos pone en riesgo la reputación de Medellín como marca de ciudad amigable. El problema exige decisiones estructurales y de educación ciudadana”.
Con una pésima calidad del aire, como la que registra estos días la ciudad, que obligó a la declaratoria de la alerta roja ambiental en fase uno, el cuarto de hora de elogios a Medellín desde el resto del país y el mundo puede quedar en veremos.
Con un aire que amenaza la salud, noticia que empieza a darle la vuelta al planeta, en una sociedad en la que todo se globaliza y viraliza en segundos, quedan en riesgo muchos de los activos que hoy hacen de Medellín un referente mundial por sus logros en megaproyectos, innovación social, desarrollo científico, médico e infraestructura que llevaron a una reducción significativa de la violencia y la dignificación de la vida de miles de familias, que ven su futuro con esperanza.
Incluso, de no controlar los agentes contaminantes, se pierde aquella estampa de ser la “ciudad de la eterna primavera”, rodeada de montañas de verdes infinitos, que ha motivado a tantos ciudadanos nacionales y extranjeros a venir a vivir en este valle, muchos de ellos con el sueño de envejecer en un clima ideal.
Se necesita adoptar una decisión que no admite espera, para que todas las chimeneas rodantes, industrias y demás agentes que convierten el aire en un riesgo para la salud salgan de circulación o se ajusten a las normas ambientales.
Por sus características naturales, Medellín, una ciudad entre montañas, en un valle estrecho por el que difícilmente corre el aire, con un alto nivel de urbanización (98 por ciento) y sobre la que circulan 1,2 millones de vehículos, debe ser declarada libre de carros chimeneas que, según las autoridades ambientales, son menos del 2 por ciento del total de vehículos, pero generan el 90 por cien- to del material particulado, que es el más nocivo para el ser humano y el medio ambiente.
Así como se acató e hizo cumplir la norma de la Organización Mundial de la Salud, que prohibe fumar en espacios cerrados, debe prohibirse que estas chimeneas rodantes, que generan la mayoría de partículas PM2.5, las más peligrosas, salgan del Aburrá.
No puede pensarse en lo que sucede como un asunto pasajero, que desaparecería con las lluvias que se avecinan y una me- jor circulación del aire, que volverá en un año para adoptar medidas de choque. Hay que tomar acciones estructurales, recuperar los árboles, apostarle a la implementación de tecnologías limpias, amigables con el medio ambiente y activar un programa de educación ciudadana para que se utilice el servicio público de transporte y no se termine, en algunos casos, por comprar dos carros para burlar el pico y placa. Lo cual no es otra cosa que jugar con la vida.
El tema de la contaminación es grave y exige medidas urgentes. Una investigación de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Antioquia da cuenta de que uno de cada cinco fallecidos por enfermedades cardiorrespiratorias se asocia a la contaminación del aire, fenómeno que incluso va en aumento.
La pérdida en la calidad del aire en el Aburrá no es de ayer: lleva cerca de tres décadas, pero la ciudadanía y sus autoridades estaban embebidas en la construcción de la gran ciudad-región conurbada.
Los recursos destinados a la defensa del medio ambiente fueron monedas si se les comparan con los dedicados a los megaproyectos de infraestructura. La semana pasada EL COLOMBIANO informó que en Medellín se agotaron los espacios para sembrar árboles.
La crisis ambiental pone en riesgo la reputación de Medellín como marca de ciudad amigable. El patrimonio acumulado durante 20 años para atraer turismo, conquistar avances sociales y ser una urbe de talla mundial se verá gravemente afectado si no se logra desarrollar un modelo sostenible. El daño al medio ambiente no solo provoca ya lamentables daños a la salud humana sino que puede llegar a sentirse en pérdidas sociales y económicas hasta ahora desestimadas