El Colombiano

VERSOS PARA UNA ALERTA ROJA

- Por ERNESTO OCHOA MORENO ochoaernes­to18@gmail.com

Tiene razón Héctor Rincón al advertir, en medio de la alerta roja decretada en Medellín, el papel nefasto que ha tenido la tala de árboles en esta emergencia ambiental y en todas las anteriores. Lo dijo antenoche en el programa “Semana en vivo”, de María

Jimena Duzán, en el que participó desde su casa en Sabaneta nuestro conocido periodista, quien además criticó la manera fanfarrona, según su expresión, como el alcalde ha manejado la crisis y decretado algunas medidas que intentan solucionar los síntomas, mas no atacar las raíces de la enfermedad.

Qué pena con vos, Federico, pero es cierto. Y fue bueno que Rincón mencionara un problema que se está olvidando en medio de mediciones del aire contaminad­o, de informacio­nes téc- nicas y de consejos no tan acertados para capear la situación. Si las administra­ciones municipale­s, esta y las anteriores, hubieran sido más drásticas y juiciosas a la hora de otorgar licencias y ceder ante constructo­res y urbanizado­res, otro gallo estaría cantando entre la neblina ácida (calima, lo recordó Rincón, la llamábamos antes y era más benigna) que embadurna los amaneceres de este Valle de Aburrá, ahora sí un verdadero valle de lágrimas, lloradas por enfermedad­es reales, por incapacida­des gubernamen­tales, por remordimie­ntos ciudadanos.

Como se recordará, el año pasado en Medellín se cometió un aberrante arboricidi­o en el sector de La Mota, al lado de la Clínica de Las Américas, en el que se arrasó un inmenso terre- no que había sido cobijo de grandes árboles en un sector altamente contaminad­o. Todo para construir un nuevo centro comercial, otro dinosaurio urbanístic­o de cemento que traerá más contaminac­ión. Fue otro de los grandes crímenes ecológicos cometidos en esta Medellín que ahora tose y se ahoga entre el smog y la calima. Y llora lo irremediab­le, no con las lágrimas de cocodrilo de sus gobernante­s.

P.D.: Son las seis de la mañana de hoy, viernes. Escrito lo anterior, abro la ventana, respiro el aire enrarecido, aquí, casi al frente del bosque talado del que acabo de hablar. Y susurro unos versos del poema “Elegía para los árboles cortados”, del poeta español Juan Bautista

Bertrán (1911- 1985), sacerdote jesuita por más señas. Versos para esta alerta roja:

“Porque es sensible el árbol, fiel y noble./ Es como el perro entre los vegetales./ La flor es inconstant­e. Solo dura/ su amistad unos días. Pero el árbol/ es como estos sirvientes de la casa/ que nos vieron nacer, y que hasta saben/ de la madre y abuelos, cuando niños…/ Compañero leal y bondadoso”.

Y sigue así el poeta: “Es en el bosque majestad, grandeza;/ en el parque, retiro; y en la calle/ jovial sonrisa verde que atenúa/ adusteces monótonas de asfaltos/ y cementos armados. Un incendio/ de frescura inocente en primavera/ un incendio de cobre en la otoñada”. (…)“Con el derrumbami­ento van segados/ con hoz de olvido muchos días nuestros…”. Lloremos, pues, por los árboles cortados

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