LA MATRIZ DEL ANIMAL
Existe un boicot contra “La mujer del animal”. No político, no es censura oficial ni intriga de la derecha. Se trata de un complot estético contra la cuarta película de Víctor Gaviria.
Alguien sale de su exhibición con el estómago revuelto por la violencia reiterada. De inmediato esparce la alarma: “¡ No la vean, es terrible, pura pornomiseria!”. Entonces la gente, edulcorada por Hollywood y hastiada de la sangre de la realidad y de los telenoticieros, se cierra por dentro. No saben lo que se pierden.
Las feministas contribuyen. Se fijan únicamente en el relato evidente sobre la mujer apaleada. Piensan que la violencia contra la mujer es el único tema del filme. Les parece excesiva. Así, escamo- tean la lectura poética que suministra la cinta, a la cual es preciso llegar con un poco de reflexión y de comprensión de los resortes del arte.
De ahí que el boicot sea de naturaleza estética. Está instalado en el inconsciente colectivo, se alimenta del rumor. Se deja amedrentar por el miedo que muestran las imágenes. Impide que los colombianos nos interroguemos sobre las raíces íntimas de tanta sangre vista.
Pues bien, “La mujer del animal” es una indagación por el origen seminal de las violencias de Colombia. Un barrio pobrísimo de las comunas del Medellín de hace 40 años sufre confinado por el pavor. Nadie puede hablar ni irse ni acusar. Un poder ominoso clausura la esperanza.
Los ojos del “mal encar- nado”, como llama el propio director al Animal protagonista, se encargan de vigilarlo todo, de aterrorizar el aire. Su lenguaje es igualmente demoledor. Las puteadas son la única manera de nombrar a las personas y de suprimirles la humanidad.
Lo secunda y protege una cáfila de cuchilleros que ro- ban carteras y cadenas. Lo datea un muchachito gordo que aprende cómo continuar el asedio del terror por generaciones. Este terror asoma desde los genes en la cara espantosa de la mamá del Animal, fiel transmisora de quién sabe qué pavores y rabias ancestrales.
La historia de la mujer del título es la singularización de esta elegía. Es el Cristo, el chivo expiatorio. Ella representa la tribulación de una estirpe condenada en que hombres y mujeres padecen por parejo. Ante una pregunta de Semana sobre la reacción feminista, Víctor
Gaviria así lo asumió: “Algunas activistas dicen que la violencia de género es la matriz de todas las violencias”
Piensan que la violencia contra la mujer es el único tema del filme. Les parece excesiva. Así, escamotean la lectura poética que suministra la cinta.