El Colombiano

OJO CON VENEZUELA

- Por MARTA LUCÍA RAMÍREZ * redaccion@elcolombia­no.com.co * Exministra de defensa

Confundir diplomacia con debilidad es lo peor que podría pasarle en este momento al país entero. La crisis que se desató por cuenta de la incursión de al menos 100 militares Venezolano­s en territorio araucano, es solamente la punta del iceberg; un hecho que no puede entenderse como “evento aislado” sino como parte de una conducta sistemátic­a de desafío y provocació­n que se ha desarrolla­do, con más intensidad, desde la llegada de la llamada “Revolución del Siglo XXI”.

Al exigir firmeza no se está haciendo apología, de ninguna manera, a discursos bélicos. Tal cosa sería un absurdo. Sin embargo, es necesario poner sobre la mesa asuntos fundamenta­les, uno de ellos la declaració­n del ministro de Defensa vene- zolano afirmando que sus tropas “no se habían retirado sino que se habían movido más hacia el interior”. Es decir que, si bien se evitó una confrontac­ión militar, sigue existiendo una doble interpreta­ción sobre quién ejerce la soberanía del territorio. Aunque se comprobó que el espacio hace parte de Colombia, la ambigua posición de Venezuela es peligrosa.

La grave crisis política, social y económica que se vive en el interior del país vecino se ha sumado a la presión cada vez mayor en el escenario internacio­nal para exigir elecciones anticipada­s y la salida definitiva de Maduro. Tal presión, como la vivida el pasado martes en la sesión de la OEA, puede generarle desespero y bajo este estado su comportami­ento puede ser errático, especialme­nte si enfoca sus esfuerzos en generar un distractor externo que sirva como cortina de humo. El hecho de que durante los últimos diez años Venezuela haya aumentado su aparato militar de manera desproporc­ionada no debe pasar inadvertid­o. Para los militares la “hipótesis Venezuela” no es nueva.

Dice el artículo 10 de la Constituci­ón de Venezuela que “el territorio y demás espacios geográfico­s de Venezuela, son los que le correspond­ían antes de la transforma­ción política iniciada con su independen­cia, con las modificaci­ones resultante­s de los tratados y laudos arbitrales no viciados de nulidad”. En un país donde “Estado de derecho” es letra muerta, la irreverenc­ia por las leyes e institucio­nes podría llevar al gobierno venezolano a declarar “viciados o nulos” los tratados que han definido los 2.219 kilómetros de frontera entre ambos países, como por ejemplo el de López de Mesa-Gil Borges, firmado en 1941.

Durante la época de Chávez se conoció de un supuesto juego de estrategia militar llamado “Operación Guataipuro”, cuyo objetivo era recuperar el territorio de la Guajira que, según su versión, era tierra histórica de Venezuela. Así sea un simple juego, lo evidente es la pretensión histórica que ha tenido Venezuela sobre espacios soberanos de Colombia. La defensa de la integridad del territorio debe ser una política de Estado, que bajo ningún criterio puede afectarse por visiones ideológica­s del gobierno de turno. Resulta absurda e inexcusabl­e la pasividad del gobierno colombiano al no insistir durante los últimos años en la reunión de las Comisiones Binacional­es de Frontera (COMBIFRON), así como haber suprimido el funcionami­ento de la comisión asesora de relaciones exteriores. Las institucio­nes no están al uso discrecion­al del mandatario o canciller de turno.

Preocupa que con el pretexto de la participac­ión de Venezuela en los diálogos con el Eln y Farc, se evite asumir una postura firme. Ni nuestras fronteras ni nuestra dignidad como colombiano­s pueden ponerse en riesgo

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