El Colombiano

Clases de yoga para enseñar a los niños sobre la no violencia

- Por JUAN DAVID UMAÑA GALLEGO EDWIN BUSTAMANTE

El español Alberto Molina desea formar pequeños en esta disciplina y expandir su pedagogía por todo el país.

Hace tres años atrás el español Alberto Molina trabajaba como ejecutivo en una multinacio­nal. Un día, como llamándolo con la mente, llegó el yoga a su vida. Dice que apareció cuando más lo necesitaba.

Inició su práctica y conocimien­to, le cambió la vida y decidió renunciar a su empleo para viajar por el mundo y aprender de esta disciplina milenaria que lo trajo a Colombia y que ahora enseña a los niños del país.

“Estando en Colombia, más exactament­e en Sucre, una amiga me invitó a dar una clase de yoga a los pequeños que visitan la Biblioteca María Mulata en el sector de Rincón del Mar. Y desde la primera vez que lo hice quedé enamorado de los pequeños y su disposició­n para aprender yoga. Ahí empezó todo”, explica el maestro Alberto.

Esa primera clase se convirtió en una bola de nieve que ahora abarca la formación de unos 100 niños en cuatro organizaci­ones (una en el departamen­to de Sucre y tres en Medellín: dos en el barrio Belén y una en Manrique), donde Alberto acompañado de algunos voluntario­s imparte el hatha yoga.

La fundación

Para apoyar su propuesta de enseñanza del yoga, el maes- tro creó la Fundación Enciendo mi Corazón.

A través de ella fomenta el amor, el respeto y la no violencia a niños en situación de vulnerabil­idad: los tres pilares de su pedagogía.

La enseñanza es diferente a como se realiza con los adultos. Con juegos y diversión, donde a los niños no se les dice “no hagas esto”.

Clared Patricia Jaramillo, directora de la Fundación Po- der Joven, una de las institucio­nes a la que Alberto llegó con el yoga, ha notado el cambio de los niños que participan de las clases.

Asegura que lo que hacen con esta disciplina es generar un equilibrio en el desarrollo de los pequeños, enfocando todo su desarrollo educativo desde tres aspectos primordial­es: el cuerpo, la mente y la espiritual­idad.

“Desde que se implemen-

taron las clases de yoga vemos niños más equilibrad­os en su comportami­ento y con mayor interés por aprender. Además, valoran más esos momentos de silencio y quietud”, expone Clared, quien agrega que son unos 40 estudiante­s los que se benefician de las clases.

Expandir la enseñanza

Alberto piensa en expandir su labor a otras fundacione­s, pero en ese caso la escasez tanto de maestros voluntario­s como de dinero lo detienen. Añade que lo han contactado otras entidades que trabajan con jóvenes que estaban en el conflicto armado y quieren trabajar con apoyo del yoga.

“Enseñando yoga y meditación en los niños podríamos acabar con la violencia en toda una generación. Los niños de nuestras clases dicen sentirse más calmados y concentrad­os. Creamos en ellos un rinconcito de paz”, concluye Alberto

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FOTO Alberto desea expandir su enseñanza del yoga a otros lugares. En la imagen se encuentran durante una clase en la Fundación Poder Joven ubicada en Manrique.

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