PENSAMIENTOS MIENTRAS TE AHOGAS
Desde que era estudiante de periodismo, tengo la costumbre de leer los periódicos a destiempo y al revés. Primero, leo las últimas páginas. Luego, me detengo en las del medio. Solo al final repaso los titulares de la primera página.
Lo hago porque pienso que las noticias más importantes son las que nos cuentan lo que le pasa a la gente y casi nunca están en las portadas.
También me gusta leer los periódicos viejos. Después de unos días, unas semanas o unos años, las noticias que ellos guardan entre sus pliegos ya amarillos revelan su verdadero valor y adquieren su justo brillo.
Esta semana, por ejemplo, mientras en la primera página de EL COLOMBIANO se anunciaba el levantamiento de las medidas restrictivas impuestas por los alcaldes del Valle de Aburrá para enfrentar la emergencia ambiental, en una de sus páginas interiores hallé una noticia informando que el Área Metropolitana había otorgado licencia a una empresa urbanizadora para talar 224 árboles en el cerro La Asomadera, en las lomas orientales de nuestra ciudad, con el fin de que pudiera construir un nuevo edificio de apartamentos.
En letras pequeñas, la periodista que escribió la noticia deploraba que, en medio de la crisis ambiental que vive Medellín, no solo desde los últi- mos días sino desde el año pasado, “quieran talar bosque para poner más ladrillos”.
En la misma sección, en una carta enviada a la redacción del periódico, un lector se preguntaba: “¿Dónde está la coherencia entre las medidas que tomó el Área Metropolitana para mejorar la calidad del aire de la ciudad, con los permisos que otorga la misma entidad para la tala de árboles?”.
Otro advirtió: “Si seguimos destruyendo nuestra naturaleza, en el futuro ni el pico y placa ni las máscaras nos salvarán”. Uno más pidió suspender la expansión del concreto: “Aún se siguen tumbando parques arborizados para saturarnos de centros comerciales, aún amputan los bosques de nuestras montañas para asentar urbanizaciones… Es como si cada espacio verde que vieran, quisieran llenarlo obsesiva y codiciosamente con cemento y productos para vender…”.
“Si las administraciones municipales hubieran sido más drásticas y juiciosas a la hora de otorgar licencias y ceder ante constructores y urbanizadores, otro gallo estaría cantando entre la neblina ácida” decía en otra página el columnista Ernesto
Ochoa. El periodista recordaba la tala de árboles del año pasado en el sector de La Mota, donde las autoridades ambientales permitieron la destrucción de un bosque en un sector altamente contaminado para dar paso a la construcción de un nuevo centro comercial. Según Ochoa, “fue otro de los grandes crímenes ecológicos cometidos en esta Medellín que ahora tose y se ahoga entre el smog y la calima”.
Apenas acabé de leer en desorden el periódico, siguiendo mi costumbre, busqué un arru- me de periódicos viejos. Desde comienzos de febrero, en sus páginas estaba descrita, paso a paso, la emergencia ambiental que vivimos en marzo los habitantes de Medellín y el Valle de Aburrá. La segunda de grandes proporciones en un año.
También aparecían las causas: el 80 % de la contaminación del aire es causada por 1.348.000 vehículos que circulan a diario por el Valle de Aburrá quemando combustibles de origen fósil. Son casi un millón y medio de camiones de carga, motos, automóviles, buses y taxis a los cuales en 2030 se sumarán un millón de vehículos más.
Todo esto lo olvidaremos cuando acabe el invierno y el cielo de nuestra ciudad vuelva a ser azul. Mientras tanto, los árboles seguirán cayendo para ceder su lugar a los nuevos edificios y los carros seguirán circulando como todos los días.
Por eso guardaré estos periódicos para reírme a solas cuando las autoridades declaren por tercera vez la emergencia ambiental cuando vuelvan las lluvias al final del año
Guardaré estos periódicos para reírme a solas cuando las autoridades declaren por tercera vez la emergencia ambiental.