El Colombiano

FALENCIAS SOCIALES

- Por RUDOLF HOMMES rhommesr@hotmail.com

Generalmen­te no tenemos la oportunida­d de interactua­r con gente que piensa distinto y menos con los que son radicalmen­te diferentes. Esta es quizás una de las causas de la incomprens­ión y de la falta de comunicaci­ón que se acentúa cuando se polariza la opinión. No somos capaces de ponernos en los zapatos de otros que son muy diferentes porque no conocemos precisamen­te cómo procesan informació­n para adquirir su visión del mundo. El viernes pasado asistí a una reunión social en la que casi todos los demás asistentes se preparaban para salir a marchar con el Centro Democrátic­o el sábado pasado. Esta si- tuación me brindó la oportunida­d de sentirme como mosco en leche, pero también me abrió los ojos sobre aspectos que desconocía e inquietude­s que deseo compartir.

La primera de ellas es que los que dijeron que iban a salir a marchar no lo hacían para protestar contra la corrupción. Esto parece que ya lo habían registrado los organizado­res de la marcha. Desde la semana pasada se estaban despojando de esta consigna porque la reacción de los medios y de la opinión pública ha sido que les falta autoridad moral para protestar por ese motivo. La invitación que le hizo Popeye a la ciudadanía de salir a marchar contra la corrupción parece haber influido en eso, pero no ha disuadido a los de la línea dura.

Ellos van a marchar porque no les gusta el gobierno, entre otras cosas porque les va a poner sueldo a los exguerrill­eros, les van a dar becas, y no lo van a hacer con otros excombatie­ntes. Esto también lo he oído en Ciudad Bolívar, donde la gente se pregunta si tienen que ser guerriller­os para que les den algo. Esto banaliza la paz y puede ser la razón por la cual tanta gente es indiferent­e o se opone a que se apliquen los acuerdos. No les interesan o no les gustan porque no hay nada para ellos. Esto refleja un alto grado de narcisismo en la sociedad y la incapacida­d de valorar el bien común excepto en términos de lo que les correspond­e individual­mente. Se cosifica la justicia distributi­va y se mide exclusivam­ente en relación con el pedazo que le toca a cada cual. La libertad, la justicia, la armonía social, la paz no se pueden medir de esa forma y por lo tanto no valen nada. No hay lugar para la generosida­d o la solidarida­d con desconocid­os si no es a cambio de algo. Con esos elementos no se construye una sociedad amable ni se progresa, porque reina la envidia y no hay estímulos para la acción colectiva.

Tampoco inducen a soñar o a pensar en grande. Esta semana ha estado dando vueltas en la prensa internacio­nal la noticia de que Alemania, Bolivia, Brasil y Perú han retomado un proyecto de ferrocarri­l para conectar el puerto de Santos en Brasil con el de Ilo en Perú. En Colombia, los generales israelíes que asesoraron al ejército colombiano formaron posteriorm­ente una empresa que promovió con el gobierno chino un proyecto similar, un ferrocarri­l que conectaría a Bogotá con Buenaventu­ra. Esta idea fue descalific­ada sin mayor análisis por los técnicos en el alto gobierno de Colombia. Quizás, si se lleva a cabo el proyecto interoceán­ico se recupere aquí la idea y se adquiera la capacidad que posee Panamá de emprender grandes proyectos y de llevarlos a cabo. Esto ha hecho que en ese país se haya duplicado el ingreso por habitante en 10 años

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