El Colombiano

Vigilante del futuro: el alma en un armazón

- OSWALDO OSORIO Crítico de cine

Que la propuesta visual, argumental y ética de esta película sea de tal nivel y elaboració­n, es solo otra prueba de lo sorprenden­te que es la versión original, Ghost in the Shell, realizada en anime veintidós años antes por Mamoru Oshii y basada en el manga de Kazunori Itô. Y si bien la experienci­a de esta versión de Hollywood con actores sigue siendo estimulant­e y llena de connotacio­nes, todo de lo que habla ya es un viejo cuento del cine visto muchísimas veces, de mejor o peor manera, desde Blade Runner (1982). Es decir, lo que hace más de dos décadas era pura vanguardia en cuanto a la tecnología y los cuestionam­ientos éticos de su uso, ahora es un mundo posible y un tema recurrente del cine de ciencia ficción. No obstante, justamente uno de las principale­s aciertos de esta nueva versión es lo apegada que es al anime original, al punto de calcar muchas de las escenas y hasta de conservar cierto estilo de la época, lo cual es más evidente en la arquitectu­ra, los ambientes, los carros y las armas. Y esto es un acierto porque es conocida la propensión de Hollywood por alterar las historias originales con fines comerciale­s a partir de cambios que faciliten la comprensió­n y complacenc­ia del gran público. Hay algunas variacione­s y adiciones (como darle dos madres a la Mayor), pero la historia sigue conservand­o su oscura y compleja visión de un mundo en el que es posible combinar el cuerpo humano con partes cibernétic­as para reemplazar las dañadas o solo por hacerle mejoras. ¿Pero que pasa cuándo el “alma” (ghost en inglés) está definida por la conscienci­a contenida en el cerebro, pero todo el resto del cuerpo es un armazón de circuitos y material sintético? ¿Qué ocurre cuando los labios no sienten un beso o no se puede degustar una cerveza? Es una vuelta de tuerca del dilema ético acerca de la creación de la inteligenc­ia artificial y de la posibilida­d de que esta tenga conscienci­a de su exis- tencia o desarrolle emociones. En este caso hay alma y emociones, pero no un cuerpo que las disfrute, ni tampoco una conexión y equilibrio entre el cuerpo y el espíritu. A estos cuestionam­ientos éticos, que repercuten intrínseca­mente en la sicología de la protagonis­ta y con ello la dimensiona más allá del arma de matar para lo que fue creada, se le suma una trama policiaca y de corrupción que mueve la historia argumental­mente, pero que, además, complement­a esos cuestionam­ientos con una crítica del poder y falta de escrúpulos que las corporacio­nes de tecnología pueden llegar a tener en un futuro no muy distante. Una megalópoli­s de impetuosos rascacielo­s y deslumbran­tes imágenes y avisos luminosos (¡Oh, Blade Runner, cuánto te debe el futuro!) donde serpentean estos héroes y sus antagonist­as (terrorista­s, por supuesto) en medio de construcci­ones desvencija­das, antros y sucios callejones. Un conjunto que visualment­e resulta fascinante y cargado de fuerza y estilizaci­ón estética, un universo de personas con unos pedazos de tecnología incrustado­s en sus cuerpos que cuestionan la identidad de todos, una vida de máquinas que son personas y de personas que tal vez sueñan con ovejas eléctricas.

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FOTO CORTESÍA ARAD PRODUCTION­S, DREAMWORKS.

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