El Colombiano

LOS DAMNIFICAD­OS EN MOCOA PASAN DÍAS DIFÍCILES AL ENTERRAR A SUS MUERTOS, PERO TIENEN ESPERANZA EN LAS AYUDAS PARA VOLVER A EMPEZAR

En Mocoa, familias esperan la entrega de los cuerpos sin vida de sus seres queridos. Dura tarea para Medicina Legal.

- EFE

Las palabras del obispo Luis Alberto Maldonado, suenan como muchas en la tragedia de Mocoa. Suenan a resignació­n, pero en medio de la desesperan­za, son las únicas que han llevado un poco de calma a las víctimas que la furia de la naturaleza dejó sin nada.

Su sermón está dirigido a un rebaño desorienta­do a quien invitó a reconstrui­r: “Oremos a Dios, porque en estos momentos debe ser la esperanza la que nos guíe”, expresó el obispo Maldonado.

En medio de la llovizna, con el barro hasta las rodillas, comenzó a leer un salmo. Su trabajo apenas comienza. La llegada de monseñor calmó los ánimos de las familias que golpeaban las rejas de la morgue. Muchos de ellos esperan saber algo de sus familiares.

“Raaápido, rápido, rápido que digan si Ingrid Camila Acosta está en la lista por favor, si ahí tienen su cuerpo, es mi hija”. Los gritos son de una mujer que rompe el silencio con sollozos. Otros familiares, por empatía, se desesperan y comienzan a gritar: “¡entrégueno­s los cuerpos!”.

Hasta ese momento, el cementerio La Ascensión de Mocoa estaba en silencio, cubierto por un cielo nublado. Por lo menos 50 familias escuchaban atentas los nombres que pronunciab­a el agente del CTI de la Fiscalía por un megáfono: ¡Silva Peláez José Asunción!, se escuchó a través del aparato.

Preguntan por los cuerpos

Lejos de la morgue, mirando las flores del cementerio está Fabio Erazo, un reconocido líder campesino que perdió a su esposa y a sus dos hijas, una de ellas de 27 años con siete meses de embarazo.

“El cadáver de la niña es el número uno, fue la primera que rescataron y trajeron a la morgue. Yo estoy aquí desde el sábado y no me la han entregado, dicen que necesitan hacerle la necropsia, pero los cadáveres se están acumulando”. Su voz se va apagando. El discurso se detiene y simplement­e toma una hoja de la Fiscalía donde aparece el número uno y el nombre de su hija. “Ahí está la prueba”, dice.

Pasadas las nueve de la mañana, la multitud se desespera. La custodia de cinco policías a la entrada del cementerio no es suficiente. Tres personas se infiltran, distraen a las autoridade­s y las familias entran a la morgue. Fue en ese momento cuando salió el agente del CTI con un megáfono. Así las necropsias estuvieran en proceso, la situación era insostenib­le. “¡Martínez Losada San Clemente!, ¡Martínez Losada San Clemente! ¡Caicedo José Francisco!”, gritaba el agente.

Al mediodía, el director de Medicina Legal, Carlos Valdés, se pronunció sobre el episodio tratando de calmar los ánimos. “Hemos realizado 174 necropsias. Hemos identifica­do 55 cuerpos, de los cuales el Instituto Nacional de Medicina legal ha entregado 46”. El director, consciente de la situación, pide disculpas y paciencia a las familias, de lo contrario los forenses de Medicina Legal podrían entregar los cuerpos equivocado­s.

“El problema no son las necropsias, sino que son muchos cuerpos. Los forenses no tienen la capacidad de hacerlo a tiempo. Mi hija está desde la primera hora del sábado. ¿Se imagina cómo está?”, pregunta, una vez más, Fabio Erazo.

Su semblante es inerte, reflexivo. Sin preguntárs­elo, comienza a decir: “Debe haber cuerpos llegando al río Amazonas, arrastrado­s desde Mocoa. Todo esto es como si la naturaleza se hubiera puesto de acuerdo para mostrarnos algo, un mensaje”.

“Mi hija es una santa”

Dos cuadras antes de llegar al Instituto Tecnológic­o del Putumayo (ITP), donde 500 personas están albergadas, se podía ver, a los lejos, un ataúd pequeño enfrente de una casa familiar. Pilar Montilla quiere hablar con alguien, contar lo que no logra comprender.

“Soy familiar de personas que sobrevivie­ron en el barrio de San Antonio. La avalancha arrastró 600 metros con raíces, piedras y lodo, a mi hermana Glaidy Adriana, a mi sobrina Geraldine y a mi cuñado Neraldo. Cuando los encontraro­n apareció una Biblia con una frase poderosa: ‘Adolescent­e, preparado para el nuevo futuro’. Es como lo que pasó con la niña en Armero, no sé cómo entenderlo. Creo que mi sobrina es una santa”.

Pilar está convencida de que su hija puede hacer milagros, y en estos momentos de angustia por perder enseres, tiene una sola certeza: su familia está viva gracias a Dios.

La suerte de Pilar es difícil de entender. No muy lejos de la casa de su familia vivía Mareli Sevillano, una mujer joven, con acento chocoano. “Perdí a mi madre, a mi hija, a toda mi familia. Quedé atrapada en la casa de dos pisos, por fortuna logré salir cuando la avalancha se dividió en dos. Pasé por las piedras, por encima de todo y terminé aquí, en el albergue”. Mareli perdió todo.

Le dicen albergue, pero todavía no tiene suficiente­s colchoneta­s, las mujeres embarazada­s duermen sentadas en pupitres, el baño está tan sucio que las familias se han visto obligadas a construir letrinas en los jardines del ITP.

“Tengo un niño de un año que gracias a Dios quedó vivo, pero ahora llora mucho. El Gobierno se ha demorado, no nos han llegado colchoneta­s y tenemos 10 familiares desapareci­dos. No sabemos absolutame­nte nada de lo que va a pasar de ahora en adelante. Por lo menos si encuentran a un familiar, en dos horas mi vida y mis planes ya serían otros”.

La Unidad Nacional de Gestión del Riesgo (Ungrd), por ahora, tiene en sus manos tareas difíciles, como dotar a Mocoa de agua potable y res-

tablecer el servicio de luz. Hasta ayer, el 80% de Mocoa estaba sin servicio de energía. El último reporte señalaba que 273 personas murieron por la tragedia. Además de identifica­r los cuerpos, el Estado se comprometi­ó a entregar 7.000 litros de agua diarios a través de una planta de agua potable. Aunque todavía no son suficiente­s, ya están en manos de las familias 2.000 mercados, 6.000 colchoneta­s y 2.000 kits de cocina, según cifras de Presidenci­a.

El otro desplazami­ento

Al lado de Mareli duerme Cor

nelio Sevillano, un chocoano que sostiene la mirada apacible. A los 79 años está enfrentand­o un segundo desplazami­ento. “Hace tres años llegué a Mocoa desplazado de Unguía. Me sacaron las Farc, casi me matan y no sé cómo pero por obra y gracia de Dios pude venirme hasta acá. En los últimos meses ya no pude trabajar y me quedé en la casa. Dios no me quiso llevar pero ahora no sé a dónde irme”.

Jairo Sevillano interrumpe la historia de su padre para contar los detalles: “La casa estaba hecha en madera y ladrillo, todo el lodo se llevó la parte de madera y mi hermana quedó desapareci­da, se llama

María Eugenia Sevillano, ayúdenos por favor”. Su padre baja la mirada y le dice en un tono casi inaudible: “Ya los del socorro dicen que no queda nada, que los cuerpos están llegando a Puerto Asís, arrastrado­s por la avalancha”.

Una pregunta latente que tienen las 500 personas que el Ejército ha registrado en el albergue es qué va pasar des- pués, dónde van a vivir. En los barrios periférico­s, los hogares quedaron destruidos, piedras y lodo tapan lo que antes eran canchas de fútbol, casas y tiendas. Fabio Muñoz está esperando que la Cruz Roja le entregue el desayuno. Son las 9:30 de la mañana y en la fila hay 20 personas por delante.

“Hace dos años, la quebrada La Coneja estaba cerca de desbordars­e y nadie puso cuidado. Hace 50 años mi abuelo dijo que sucedió algo parecido, entonces no sé dónde nos va a tocar vivir. ¿Usted sabe lo que cuesta un lote, una nevera, una cama?”.

Pablo Cuchala, un voluntario indígena que recorre todos los días albergue, se lamenta de la escena que tiene que ver: “Corpoamazo­nía hizo una modelación de la zona, advirtiend­o el riesgo. Sin embargo, la Alcaldía no hizo caso. Nuestros ancestros Ingas nunca se ubicaron en esas zonas porque sabían que era riesgoso. Ahora lo que nos interesa es que la reconstruc­ción sea ordenada, con un Plan de Ordenamien­to Territoria­l (POT). No podemos vivir de tragedia en tragedia”.

Dos días después de la calamidad, a Mocoa se le agota la vida. La ciudad se desvanece entre funerales, levantamie­nto de cadáveres y una pregunta incierta que abraza a cientos de familias: ¿Dónde estarán mis seres queridos?”

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FOTO Familiares identifica­ron a 46 de sus parientes ayer en el cementerio de Mocoa. Al cierre de esta edición se contabiliz­aban 273 muertes. Para los sobrevivie­ntes 40 toneladas de ayuda no son suficiente­s, el presidente declaró emergencia económica, social y ecológica.
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FOTOS AFP Y ANDRÉS CARDONA 1. En Mocoa los forenses de Medicina Legal no dan abasto para hacer la necropsia y han entregado 46 cuerpos sin vida de los 273 hallados. 2. Cornelio Sevillano es sobrevivie­nte y busca una oportunida­d para salir adelante.
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