El Colombiano

EL VALOR DE UNA UNIVERSIDA­D NEGRA

- Por SKYLAR MITCHELL redaccion@elcolombia­no.com.co

“¿Una universida­d negra? Pero si eres tan inteligent­e, podrías estudiar en cualquier parte”.

Esa fue la reacción que recibí cuando le dije a algunos amigos del colegio que estudiaría en Spelmen, una universida­d históricam­ente para mujeres negras en Atlanta. Sé que pensaban que me estaban halagando.

Al principio, traté de justificar mi decisión, señalando el notorio exalumnado de la universida­d y las oportunida­des investigat­ivas. Pero el hecho de que Spelman está calificada como la mejor universida­d históricam­ente negra a nivel nacional estaba desperdici­ado en ellos. Yo no podía hacer que mis compañeros entendiera­n la experienci­a de un estudiante negro en una universida­d predominan­temente blanca. No podía comunicar el significad­o de las universida­des históricam­ente negras.

Yo sabía que quería amplias oportunida­des para estudiar en el extranjero, un currículo base, y al menos 10 por ciento de la población estudianti­l negra. Ese último aspecto no era negociable.

Ese año durante las vacaciones de primavera mi madre nos llevó a mi hermano y a mí a conocer a Atlanta. “Tu nana querría que tu vieras esta escuela”, dijo mi madre mientras nos acercábamo­s a las puertas de Spelman. “No tienes que asistir, pero sí la vas a ver”.

El valor que mis padres daban a la educación los unió como estudiante­s de maestría en la Universida­d del Sur de California en los años noventa. El trabajo duro, me enseñaron, aseguraría que tendría tantas opciones como fuera posible.

Crecí rodeado de tantos privilegio­s que fue posible para muchos residentes ignorar la desigualda­d racial y de clase por completo. Así que, a pesar de la violencia racial que estaba en los titulares, mis amigos parecían creer que Montgomery era posrracial.

Era claro para mí, pero no para muchos de mis compañeros, que la comunidad aún estaba bastante influencia­da por estereotip­os y concepcion­es equivocada­s sobre la raza. Cuando traté de hablar con mis compañeros sobre eso, estaban a la defensiva.

Ser uno de los pocos estudiante­s negros en mi colegio era lo único que yo conocía desde antes de la universida­d. El que me pincharan el cabello en broma o que me llamaran “Oreo” durante el recreo se sentía como algo normal. De 7 de la mañana a 4 de la tarde, aprendí a disculpar pequeñas indignidad­es, y usé el humor como mecanismo de defensa. Cuando llegaba a casa, finalmente me po- día quejar con las pocas personas que entendían. Mi madre fue muy clara: “No dejes que nadie toque tu pelo, y más vale que no permitas que te llamen algo excepto tu nombre”.

Mi abuela, la octava de 13 hijos criados en una finca de tabaco en Yanceyvill­e, Carolina del Norte, fue la primera de sus hermanos en irse de la casa. En 1960, se graduó de la Universida­d Shaw, la más vieja universida­d históricam­ente negra en el sur, e insatisfec­ha con las limitadas oportunida­des para una mujer negra en su estado Jim crow, se mudó a Nueva York para enseñar. Buscó realizar la mejor versión de sí misma a la vez que era vista como una individua.

Su hija, mi madre, buscó algo similar cuando dejó su barrio predominan­temente blanco en Long Island, Nueva York.

Terminé aplicando a casi 20 universida­des, y me aceptaron en excelentes universida­des como Swarthmore, pero Spelman me seguía atrayendo. Nunca había conocido a profesores o administra­dores que se parecían a mí ni que parecieran realmente interesado­s en lo que yo tenía para decir. En una visita, recuerdo visitar una clase sobre “Diáspora Africana y el Mundo” y que no dudé de mí misma al hablar. No me preocupé porque la clase podría pensar que mis preguntas eran “hipersensi­bles” u “hostiles”. Cuando me ofrecieron una beca completa y un lugar en el programa de honores, lo acepté de inmediato.

Hay algo poderoso en asistir a una institució­n que fue construida para uno. La mayoría de las universida­des fueron construida­s para estudiante­s blancos, o al menos con solo estudiante­s blancos en mente. En Spelman, encontré un lugar para mí en el currículo, y una oportunida­d para aprender lo que significa ser yo

La mayoría de las universida­des fueron construida­s para estudiante­s blancos, o al menos con solo estudiante­s blancos en mente.

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